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Edición 220
Escrito por Rubén Esaúd Ocampo   
Domingo, 18 de Octubre de 2009 20:43

Rina Lazo y su fecundidad creativa

RUBÉN ESAUD OCAMPO

Fotografías de RUBÉN SAMPERIO

ALLÍ ESTABA ELLA, iluminando el Salón “Renato Leduc” que sirvió de marco a una comida de trabajo para recibir a Gastón Alegre, delegado del Club de Periodistas de México en Quintana Roo; sonriendo, siempre sonriendo a la vida, con su inmarcesible belleza que le da vida a sus múltiples obras que tampoco envejecen en cada vuelta que le dan al mundo.

Esaud1DESPUÉS, en un continium de 10,080 minutos, abren la pesada hoja del zaguán de ébano con remaches de hierro forjado para traspasar la barrera del tiempo y parecen escucharse aún las duras pisadas metálicas de Don Hernán, que se entremezclan con los taconazos todavía españoles de Marcaida y las reales sandalias de Doña Marina; donde apenas si se oyen los sigilosos pies descalzos de las dos hijas de Moctezuma que deambulan sobre el frio adoquín antes de ir a descansar en La Conchita, a 250 metros de distancia en línea recta.

Es la sede donde se escribieron las Cartas de Relación y nació Martín durante la Colonia, pero ahora casi se escuchan rebotar en las gruesas paredes de adobe los sonidos rítmicos, acompasados del antiguo Obraje textil que se confunden con los lamentos de los presos que en otra época albergó cuando fuera cárcel, y los rezos de monjas en otrora Convento como murmullos de fondo hasta que Juárez los interrumpió con su Reforma.

Pero afortunadamente ya no quedan vestigios de ningún tipo --auditivo, visual y menos espiritual-- de cuando establecieron allí una clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) ya que nació el 19 de enero de 1943 en la época de José María Albino Vasconcelos Calderón (Oaxaca 28/02/82-DF 30/06/59). Ni de cuando fuera casa de campaña de Guadalupe Rivera Marín, hija del Maestro, mujer política, funcionaria y legisladora.

Esaud2Hace poco más de 45 años antes de que llegaran los pinceles, las paletas y las telas junto con los grabados, fue propiedad de María Félix no la de los reflectores, celuloides y alfombra roja sino de los huertos, hortalizas y surcos que vendió a un Vasconcelos que le dio vida a la Historia de México, a su Educación y Cultura, cuya hija arrendó la propiedad a la mejor discípula de Diego Rivera, “a la muralista que fuera su mano derecha” junto con su eterno y fiel cónyuge: el legendario grabador Arturo García Bustos, destacado ayudante de Frida Khalo de quien aprendió todo y más.

Llegaron cuando todavía Coyoacán era un tranquilo pueblo, porque Arturo cuando era su ayudante acompañaba a Frida a pasear por esos lares. Por eso cuando quisieron una casa más espaciosa con un estudio, llegaron a donde el destino les tenía marcado: la Casa de la Malinche, “fue una suerte, realmente” dicen ambos, sonriendo, siempre sonriendo a la vida.

Cuando se instalaron y empezaron a reconstruir con todo detalle y cuidado y amor a la tradición, nunca se imaginaron que medio siglo después estaría en la lista de los monumentos coloniales para ser convertido en Patrimonio de la Humanidad junto con la Iglesia de La Conchita.

Y tras 900 segundos de espera al interior de esa vieja casona del Siglo XVI, donde el tiempo ya es nada, aparece la regia ganadora de la Orden del Quetzal que llegó a nuestra tierra -su tierra, tierra de aztecas y tierra de mayas que habitaron también la tierra de ella- gracias a una beca que le otorgara en 1945 -cuando el Mundo salía de una de las dos grandes guerras y entraba nuevamente a la paz como el animal que regresa a su guarida a recuperarse y lamerse las heridas- la Escuela de Bellas Artes de Guatemala.

Mientras el Planeta rotaba más de 30 mil veces, Rina, la mujer, la dama, la persona, ha hecho lo que ha querido en la vida, sobre todo en la pintura donde encontró su leit motiv, “tuve la suerte --para ella todo es ‘suerte’, no existe el destino, ni su carisma, ni su belleza, ni su don de gentes, ni su experiencia, ni su conocimiento-- de empezar a estudiar con maestros maravillosos de quienes me gustaba no sólo la manera de pintar sino también de pensar”. Se siente satisfecha de lo que ha vivido, conocido y también de sus queridos maestros como Antonio Tejeda, quien vino a México a hacer la primera réplica de Bonanpak -a cuadrícula para publicar en un libro-, tema del que luego ella elaboró a tamaño natural el mural que cobrara fama internacional.

Esaud3Pero no solamente se ha dedicado al arte. En su constante movimiento como una estrella más en la vertiginosa Galaxia también se entrega de cuerpo y alma a la política “en cierto modo” dice, como queriendo aligerar el tremendo peso que tiene actualmente esta palabra, “más bien en la defensa del barrio”, suaviza, para que se respete el medio ambiente, las tradiciones -“porque tuve la suerte” de haberme venido a vivir a una casa colonial en un rumbo colonial- y junto con los vecinos a través de la Asociación pro Conservación y Defensa del Barrio de La Conchita que consta como de 20 manzanas, “logramos que el terrero que había sido de una fábrica se convirtiera en un parque al que después llamamos Cuicacalli y ahora estamos luchando porque se reforeste, se construya ahí un teatro y espacios para leer, meditar y practicar yoga a fin de que no sea únicamente área verde.

Paradójicamente a Rina le gustaba de niña subir a los cerros, montañas y volcanes de los que su natal Guatemala “tiene la suerte” de poseer cinco, sólo para admirar los paisajes de donde considera que nació su gusto por la pintura aunque después reflexionara que lo heredó de su abuelo. Desde el Kínder demostró su afición pictórica que afinó en la Primaria donde dibujó una garza que años después el poeta guatemalteco Otho Raúl González inmortalizara como una alabanza más en una de sus obras poéticas.

Con cada concurso escolar de dibujo ganaba un premio hasta que finalmente se ganó la beca que la trajera a nuestro país que más tarde le diera la fama, prestigio que se ha ganado ahora sí que a pulso, porque si normalmente no le tiembla, menos cuando sostiene el pincel en ristre para competir en creatividad y colorido con la naturaleza.

Aunque no es muy creyente en algunas cosas, dice, como las vidas anteriores o futuras, sí se ha convencido de que la Ciencia ha demostrado con la genética que se traen muchas cosas del pasado y se llevan al futuro, demostrándose científicamente que sí hay vida pasada y futura. Suelta mentalmente el pincel, la paleta, el lienzo y el caballete para, sentada muy derechita en el mullido sofá y con las piernas muy juntas como exigían las abuelitas que debía ser la postura de las señoras de bien, entrelaza sus dedos para evocar que a este paso estamos echando a perder el futuro bello que podría tener la Humanidad debido al egoísmo y a la mala educación, sustituyendo a la fraternidad por un dios: el dinero, lo cual finalmente nos va a impedir que logremos un mundo mejor o por lo menos que sobreviva éste.

Esaud4Y ya en el terreno de los ‘hubiera’, Rina pudo haber escogido la Astronomía en lugar de la pintura, porque aún con las limitaciones de su contexto y de su época, le gustaba ver el firmamento y estudiar todo lo relacionado al espacio sideral; sin imaginarse siquiera que después se podría llegar a la Luna. También le gustaban las Matemáticas, tanto que juntaba sus domingos para que su maestro le pudiera dar clases los fines de semana.

Aunque por azares del destino o la “suerte”, diría Rina, no se dedicó a la Astronomía, siguió aplicando las matemáticas en la pintura además de la geometría, tema que aprovecha para mostrar la pintura que utilizó la Secretaría de Educación Pública (SEP) a fin de ilustrar la portada del Libro de Texto Gratuito de Tercer Grado de Matemáticas.

Recuerda sus días felices de niña que atribuye a la decidida actitud de su madre de darle una felicidad que ella nunca tuviera en su infancia y que hiciera lo que ella tampoco pudo hacer; fue por su madre con ascendencia germana de mente abierta así como liberal, no por su padre que era cirujano, guatemalteco y católico, y que quería evitar que su hija viera desnudos, estudió pintura. Con esa motivación y apoyo materno-maternal que le profesaba, se aventuró entre las difíciles veredas de las telas y sus tramas, los lienzos y sus texturas, los dibujos y las pinturas, los colores y el arcoíris, su fe y la fama.

Con los ojos rondando -mirando sin ver el presente sino como hurgando en el pretérito- ora los posaba en la estancia que era cálida a pesar de que fuera amplia y de techos altos, ora recorría los muebles de tipo colonial recién barnizados y tapizados con gruesos cueros nuevos, o bien ojeaba las piezas precolombinas excelentemente cuidadas y cuidadosamente distribuidas, pero se detuvieron en las ventanas cuajadas de un verdor que provenía de los árboles de la acera de enfrente y una luz resplandeciente que entraba sin ningún impedimento a través de los fuertes barrotes carcelarios de hierro forjado.

Esaud5Recordó entonces su pertenencia a las “pandillas” de jóvenes en los 50’s y 60’s; su mente viajó al pasado del rock and roll; de tardeadas; de crinolina, calceta y cola de caballo; momentáneamente su rostro de por sí expresivo cambió: lo delató una fugaz sonrisa y la expresividad de sus ojos adquirieron un nuevo y más intenso brillo… empezó a pensar en voz alta de sus pecas, su bicicleta y sus largos paseos con amigos en las montañas, en los cerros, en los bosques…

Pero al agolparse los recuerdos vuelve a la realidad. Comenta cuando llegó a México, ingresa a La Esmeralda y a los 90 días su profesor la invita a colaborar con Diego Rivera que en ese entonces pintaba una obra en el Hotel del Prado. Fue otro cambio en su vida al enfrentarse con los murales, la pintura práctica no teórica y la gestación de una obra de arte. Con su ingenuidad estudiantil creyó que era fácil porque veía al Maestro Rivera pintar con soltura.

Tiempo tuvo para darse cuenta de lo difícil de este arte y que nunca se termina de aprender. Ahora la inspiran los colores, por ejemplo el verde le levanta el ánimo y le recuerda su contacto con la naturaleza sobre todo de su tierra natal.

Trabaja a gusto con cualquier color, pero prefiere el negro, verde, sepia, ocre… colores que coinciden admirablemente con el pasado prehispánico. Aprendió a combinar los colores viendo trabajar a Diego Rivera y combinarlos, con Manuel Martínez, el otro ayudante. Durante 30 años Rina dio clase en la Casa del Lago, donde los alumnos, que después destacarían, la siguieron visitando.

Ella es Rina, niña frustrada por no haber podido nunca tocar guitarra porque “no tengo oído para la música”, lamenta; pero que ahora de adulta si pudiera escoger qué sería en su otra vida, preferiría ser bailarina.

Su momento más triste en la vida --que nadie la podría imaginar con rostro triste -fue cuando falleció su maestro Diego Rivera y más nostálgica se pone porque no estuvo presente en su lecho de muerte en el momento de la despedida eterna, estaba en Moscú, en un Festival de Estudiantes por la Paz; cuando se entera, deja todo, regresa de inmediato, demasiado tarde, ya partió...

Su momento más gozoso es difícil ubicarlo entre tantos pero recuerda que pudo haber sido cuando recibió la Orden guatemalteca Del Quetzal.

¿Algún error grande cometido en su vida? “¡sí por supuesto, pero no fue mi matrimonio!” y ríe, ríe con ganas. “Pudo haber sido mi participación en el Movimiento Estudiantil de 1968 que me produjo tres meses de cárcel. Pero sí, ajá, -ahora recuerdo- mi peor error fue cuando le platiqué a un amigo que después me di cuenta que no lo era tanto, un proyecto para elaborar un mural que me había encargado la Secretaría de Turismo para realizar en un edificio muy bonito de avenida Juárez.

Esaud6“Bueno, pues fue mi ‘amigo’ con los patrocinadores y les ofreció dinero para que le dieran a él el proyecto y me lo ganó. Eso me dolió mucho. Hasta utilizó el mismo tema. Eso me dolió más. Sobre todo, dice -ya con su alegría característica pero mal disimulada porque todavía tiene coraje “es más fácil pintar el mural que conseguir quién lo pague –sonríe- por eso quise hacer una huelga de hambre pero Arturo no me dejó -ahora ríe- y estuvo bien que no me dejara porque era poco después del Movimiento del ’68 y no me hubiera ido nada bien” -suelta la carcajada.

Allí estaba ella, ahora iluminando la estancia colonial que sirvió de marco a la entrevista del Club de Periodistas de México; sonriendo, siempre sonriendo a la vida, con su inmarcesible belleza que le da vida a sus múltiples obras que tampoco envejecen en cada vuelta que le siguen dando al mundo.

Apenas pasaron 1,800 segundos antes de que se abriera de nuevo la pesada hoja del zaguán de ébano con remaches de hierro forjado para traspasar la barrera del tiempo y salir a la realidad. Quedaron atrás las duras pisadas metálicas de Don Hernán que seguirán entremezclándose con los taconazos todavía españoles de Marcaida y las reales sandalias de Doña Marina; donde apenas -si acaso- se oirán los sigilosos pies descalzos de las dos hijas de Moctezuma pero ya no deambularán sobre el frío adoquín porque están ya en su descanso eterno en La Conchita, a 250 metros de distancia en línea recta.



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