RELATO DE CIENCIAFICCIÓN
Con un seco chasquido*
HÉCTOR CHAVARRÍA (Exclusivo para Voces del Periodista)
HÉCTOR CHAVARRÍA ha sido considerado uno de los pioneros de la cienciaficción organizada en México desde los años setenta del siglo pasado. En 1985 fue el ganador del Premio Nacional Puebla de Ciencia Ficción con el relato Crónica del Gran Reformador, que después sería una novela. Ahora, en 2009, ha sido acreedor al Premio Internacional de Ciencia Ficción Andrómeda, por su novela La geisha de Bucareli; misma que será publicada en España. El presente cuentito fue el génesis de otra novela que en su momento marcó pautas en la cienciaficción mexicana: Adamas, publicada por la ya desaparecida Editorial Posada.
Para Hernán Edrian y, todos los médicos residentes. Volver a ser joven, entre más mejor; pero sabiendo lo que ahora sabía, ese era el sueño. Su sueño y, para lograrlo había luchado durante toda su vida. Ahora estaba listo, la “máquina” funcionaría una vez. Una sola vez... De cualquier manera, él sólo necesitaba una para sus propósitos.
Había encontrado la forma de volver en el tiempo, no a la manera de la ciencia ficción de H.G.Wells mediante una máquina decimonónica, sino con el uso endiabladamente novedoso de la bioquímica..., su “máquina” era una simple píldora y el viaje le volvería “sobre sí mismo” al sitio en el tiempo que deseara dentro de los límites de su propia existencia.
No podría ir a entrevistarse con Cristo, Miguel Ángel o con Genghis Khan, pero si podía ser niño otra vez, conservando todos sus conocimientos y capacidades de adulto.
Era un viaje de ida solamente, no había retorno posible, salvo en la lenta evolución del paso del tiempo, hasta que se produjera aquel momento otra vez.
Por supuesto no habría “ese momento” precisamente, porque él con seguridad cambiaría lo que ahora era su pasado y que ya sería para él un futuro maleable a su entero gusto y placer.
Pero bien podría volver a tomar la “píldora del tiempo”, para regresar a jugar a recrear la historia y a hacer las cosas que no hizo en aquella segunda vida.
Un juego cuasi eterno.
Ese era uno de los placeres de poder viajar en el tiempo, corregiría muchas cosas que debían ser corregidas y por supuesto cambiaría las consecuencias de aquellos actos.
Había decidido ser niño otra vez, pero para aprovechar mejor el tiempo prefería ser simplemente un bebé..., además había decidido eso por lo que había gozado aquella época de íntima comunión con su madre; de acuerdo con lo que estaba grabado en su inconsciente, ahora gozaría de manera consciente.
Desgraciadamente no podía llevarse nada más que su memoria para lograr cambiar su vida y tal vez al mundo, pero con eso debería bastar, viajaría como una corriente de información a través del tiempo, para imprimirse en su propio cerebro en el momento deseado, su cuerpo actual quedaría ahí, prácticamente descerebrado...
Como nadie iría a cuidarlo, aquel vegetal simplemente moriría a su tiempo, pero eso a él no le importaba, él estaría viviendo otra vez su infancia feliz.
Graduó la dosis para llegar a la edad de cuatro meses... no dejaba notas ni componentes de la fórmula en su laboratorio... él se reservaba exclusivamente el uso de la “maquina del tiempo”. Se sonrió en lo íntimo pensando lo que se imaginarían los demás cuando encontraran su cuerpo en el laboratorio, con seguridad harían muchas conjeturas.
Miró por última vez las cosas de aquel presente condicional y se tragó la píldora.
Pasaron un par de minutos que se hicieron eternos..., luego se insinuó una sensación indefinida, inexpresable, no era detestable pero tampoco agradable..., era algo que nadie había experimentado hasta entonces.
Y luego...
No fue exactamente dolor: Un vértigo atroz, una sensación de caída y una absoluta negrura que de pronto se volvió corpórea, asfixiante, con espasmos y apretones y más que saber, intuyó que había fallado por unos meses..., no muchos, apenas cuatro.
Captó una especie de luz a través de lo que parecía un túnel y supo que había llegado justo al momento de su nacimiento y que eso no era precisamente lo más agradable porque estaba abandonando un sitio cómodo en el interior de su madre para llegar al frío exterior, con dura luz y sensaciones hasta entonces no experimentadas..., podía escuchar ruidos indistintos, apagados..., pero ahora su cabeza fue empujada hacia fuera y algo le jaló hacia arriba, le dolió.
Trató de advertir a aquellos brutos que le hacían daño, que no era manera de tratar a una criatura indefensa, su garganta no estaba lista para articular palabras, pero podía tratar.
- ¡Esh phe renn, meh… lash thi manh!!! —Gorgoteó con su garganta incompleta.
Vértigo de caída y, otra vez la negrura.
El joven médico residente caminó por el pasillo sintiendo que todo su mundo se tambaleaba...
Sabía que nadie de los presentes en el quirófano diría una palabra, que el asunto quedaría sepultado en el cómodo rubro: accidente.
Cosas similares habían pasado y seguramente volverían a ocurrir en el futuro, pero saber eso no ayudaba a la autoestima del residente.
Había sido un accidente, esas cosas pasan...
Pero... más que un accidente él había perdido el control, sus nervios le habían traicionado. Porque los bebés recién nacidos no hablan. Todos sabemos que no... Pero este había hablado, con una voz temblorosa, apenas audible, pero inteligible.
Tal vez sólo él lo escuchó, en todo caso nadie de los presentes diría algo, así era el secreto profesional, como el de confesión.
Oficialmente el bebé había nacido bien muerto...
Pero él jamás estaría tranquilo sabiendo que al oír hablar al bebé (o imaginar que lo oía), lo había soltado. Por el resto de su vida seguiría oyendo ese seco chasquido que hizo la cabeza del nene al destrozarse sobre las limpias baldosas del quirófano.
Necesitaba olvidar o por lo menos anestesiarse, quizá unas copas, bastante más que unas, al terminar su turno...
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