Ni los leo ni los oigo
Lo peor que puede ocurrir a toda actividad del quehacer humano y sus actores, es que cedan a la inercia: La inercia es el caldo de cultivo en el que los problemas sociales y políticos y las respuestas para superarlos terminan por pudrirse. El hombre, sujeto y destinatario irremplazable de la política, queda entonces expuesto a la barbarie.
Hechos como catedral documentan cotidianamente la incontenible descomposición en que chapotea el sistema político mexicano y el único signo visible -frente a esa violenta y disolvente y anomalía-, es el vacío de poder. No se trata sólo de una manifestación de impotencia, producto de la ilegitimidad institucional: Es la declaración expresa de falta de voluntad para gobernar conforme al más elemental código ético y los obligados imperativos constitucionales.
Voces de las indefensas víctimas, de la inteligencia ilustrada, de las iglesias y de tribunales internacionales condenan la sistemática violación de los Derechos Humanos en México, y la única reacción gubernamental es la ya típica de “ni los veo, ni los oigo”.
Convertida la diaria masacre en santo y seña de las relaciones de poder, la suerte del mexicano del llano no tiene hoy más opciones que la del sepulcro -la fosa común, en no pocos casos-, la prisión o el exilio: el entierro, el encierro o el destierro, según la regla salvaje de tiempos aún no olvidados. La mística de la sangre, que otrora conmovió y movió a los antiguos cristeros como vocación de martirio propio, ha devenido exterminio “del otro”, sin distinción entre transgresor y autoridad
Ese fue el sombrío escenario exterior en que el pasado 8 de diciembre el Club de Periodistas de México arribó a la culminación de la XXXIX edición del Certamen Nacional de Periodismo para reconocer a los más destacados defensores y oficiantes de la Libertad de Expresión y el Derecho a la Información. Ocasión otras veces de júbilo, esta vez lo fue de luto e indignación por las estadísticas rojas que el ejercicio periodístico reporta, para convocar a la reflexión y concluir, frente al disimulo y auto gratificación del gobierno, que sólo la movilización organizada de la sociedad civil puede poner freno a una barbarie que no reconoce excepciones.
Es llegada la hora de advertir, con la trágica palabra de Berlolt Brecht: Primero se llevaron a los comunistas/ pero a mí no me importó/ porque yo no era comunista. Enseguida se llevaron a unos obreros/ pero a mi no me importó/ porque yo tampoco era. Después detuvieron a los sindicalistas/ pero a mí no me importó/ porque yo no soy sindicalista. Luego apresaron a unos curas/ pero como yo no soy religioso/ tampoco me importó. Ahora me llevan a mí… pero ya es demasiado tarde.
No puede haber paz en las calles, mientras no halla tranquilidad en las conciencias.
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