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El miedo
RAYMUNDO RIVA PALACIO
El miedo se apoderó del cuerpo mexicano y no va a salir fácilmente. Una deficiente explicación sobre los porqués y los avances de la guerra contra el narcotráfico se convirtieron en un bumerán en contra del gobierno del presidente Felipe Calderón. La percepción es de inseguridad nacional. La sensación es que uno, en cualquier lado donde se encuentre, es víctima en potencia de los delincuentes o de aquellos que los combaten.
El mejor ejemplo es la contradicción en la cual se encuentra el propio gobierno entre su discurso y la realidad, que se magnifica cuando el presidente Calderón y su secretario de Gobernación llaman a la población a perder el miedo. ¿A quién engañan? Un líder debe ser congruente entre lo que dice y lo que hace. Ni el Presidente ni el secretario lo son.
Calderón no se desplaza si no es en medio de un dispositivo de seguridad que incluye francotiradores en la ruta por donde pasa y un helicóptero artillado que vigila su recorrido. El secretario José Francisco Blake, siempre va en medio de una burbuja de escoltas que encabeza un militar con una arma semiautomática, y a su espalda camina pegado otro con el mismo tipo de armamento. Los dos incluyen en su escolta de seguridad, a una o dos ambulancias.
El blindaje de los vehículos de los funcionarios se elevó del nivel cinco al nivel siete, capaz de soportar armas para hacer volar tanques. Pero la protección no está limitada a los más altos funcionarios, sino que se incluyó a mandos medios superiores. El Presidente y varios miembros del gabinete han recibido amenazas de muerte, y al menos un gobernador del norte del país y una decena de alcaldes en Tamaulipas, nunca pernoctan en el estado, sino en Texas.
La propia PGR prefirió no llevar a las instalaciones de la subprocuraduría para Investigaciones contra la Delincuencia Organizada a Edgar Valdés, La Barbie, y Sergio Villarreal, El Grande, los dos lugartenientes en el Cártel de los hermanos Beltrán Leyva, enemigos a muerte al comenzar a desmembrarse, y pedir a la Secretaría de Seguridad Pública Federal que los mantuviera en su Centro de Mando en Iztapalapa, por el temor de que ante un intento de rescate, sus agentes no pudieran evitarlo.
El miedo corre como un fino hilo frío por el cuerpo institucional, pero el gobierno apela a la población a que no tenga el miedo que sus representantes más notables sienten. Parece hasta una burla. Si la alta burocracia, que tiene todos los sistemas de seguridad operando para ellos y una contrainteligencia detectando las amenazas reales sobre sus vidas viven con temor, ¿qué esperan que haga quien no cuenta con ese aparato?
Un ejemplo reciente es Marisela Escobedo, una mujer que lo único que pedía era justicia en contra del asesino confeso de su hija, fue asesinada en frente del Palacio de Gobierno de Chihuahua, ante los ojos de las cámaras de seguridad que ven todo el perímetro, y frente a toda la seguridad de que dispone el gobernador.
Otro previo lo dio el gobierno municipal en Acapulco, cuando ante una ola de rumores de que habría atentados y violencia durante el primer fin de semana en que los jefes del narcotráfico que se disputaban la plaza habían sido arrestados, pidió a la gente que no saliera a las calles y se encerrara en sus casas. La vida en ciudades enteras se ha trastocado como consecuencia de la inseguridad pública.
Hay medios de comunicación de impacto nacional importantes que decidieron dejar de cubrir los temas relacionados con la guerra contra el narcotráfico en algunos estados del norte del país. “No es nuestra guerra”, dijo un ejecutivo. “No vamos a arriesgar a nadie de nuestra gente”.
Hay amplios sectores de la población que viven en la intemperie institucional. Los habitantes de Reynosa, Matamoros y Nuevo Laredo, reciben más información a través de las redes sociales que por sus propios medios de comunicación, que han sido maniatados desde hace más de un lustro porque las autoridades, local y federal, no han sido capaces de proveerles seguridad. Dirigentes de organizaciones de derechos humanos en el norte del país, también tienen que vivir en Estados Unidos para poder seguir operando en la zona, y en ciudades como Monterrey, es difícil encontrar un ejecutivo joven que no tenga uno o más conocidos que decidieron emigrar con sus familias al extranjero.
La percepción de miedo colectivo es una realidad. No importa que la parte más violenta y sangrienta de la guerra contra las drogas se encuentre concentrada en más de un 52 por ciento en 12 municipios, que en Chihuahua se dio uno de cada cinco asesinatos este año, y que la mayoría de ellos es en Ciudad Juárez. La realidad de la calle es que en cualquier momento cualquiera puede quedarse atrapado en una balacera y perder la vida.
El discurso gubernamental no resolvió la narrativa de la guerra contra el narcotráfico como esperaban. Les salió al revés. Cada semana informan de los partes de guerra y aseguran que la van ganando. Si eso es cierto, tampoco importa. De hecho, quien resulte ganador o perdedor en esta guerra no es el tema central de la discusión pública. La gente quiere paz y perder el miedo a salir a la calle, sin importar lo que haga el Presidente para ello.
El Presidente ya estableció lo que hará: Seguir combatiendo, cueste lo que cueste. Es decir, miedo habrá para rato.
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