Periodistas de carne y hueso*
RAYMUNDO RIVA PALACIO
"¿En qué consiste ser periodista?", preguntó Mark Twain a su primer director. "¿Qué necesito hacer?". El director le respondió: salga a la calle, mire lo que pasa y cuéntelo con el menor número de palabras. Twain, que había fracasado en todos los oficios en que incursionaba, así lo hizo y se convirtió en periodista.
¿En que, consiste ser periodista? Es una pregunta de respuestas múltiples, de acepciones diferentes y enfoques variados para una profesión apreciada y despreciada, respetada y odiada, hoy cuestionada y vilipendiada. ¿Qué es ser periodista?
Según una definición universalmente aceptada, es quien interviene en la recopilación, procesamiento y difusión de datos manejando los géneros periodísticos a través de los medios de comunicación. Pero ser periodista va más allá de una fría definición de diccionario. El periodismo es como una obsesión por el hambre de informar y por la necesidad para contarlo. Pero el periodismo es mucho más que eso, como alguna vez escribió Tom Wolfe:
"En 1962, después de unas tazas de café, aquí y allá, llegué, al New York Herald Tribune. ¡Ese era ser el lugar!... Contemplaba la oficina del Herald Tribune, a cien polvorientos metros al sur de Times Square, con una especie de atónito embeleso bohemio... O eso es el mundo real, Tom, o no hay mundo real... El lugar parecía el cepillo de limosnas de la Iglesia de la Buena Voluntad... un confuso montón de desperdicios... Escombros y fatigas por doquier... Si el redactor-jefe de noticias locales, por ejemplo, disponía de una silla giratoria, la articulación estaba rota, de tal modo que al levantarse se desplomaba cada vez como si hubiera recibido un golpe lateral".
Como Wolfe, muchas y muchos cayeron seducidos por una profesión cuyo andamiaje parece más desportillado que cimentado, donde parecen paridos por la mala vida, con padecimientos y sufrimientos, con limitaciones y deficiencias para su desarrollo. ¿Por qué entonces escogieron ese camino? Porque lo asumieron como un proyecto de vida, donde se definen como personas que no son derrotadas por los fracasos, y en cuya voluntad y decisión se encuentra la razón de un invento: el Periodismo, que siendo la más humilde y desinteresada de las actividades cognoscitivas del ser humano, aporta el humus, la savia, el lubricante y la energía con las que el resto (casi) de la actividad humana, de un modo adulto y enterado puede funcionar.
No son pocos quienes aseguran que el periodista es una escoria de la sociedad. Pero ser periodista define a una persona singular y admirable, persona curiosa y vivaz, que no se permite saber nada hasta que no lo averigua por sí mismo y comprueba por lo circundante el qué, el quién, el cuándo, el cómo, el dónde y el porqué. Desconfiado, escéptico, ágil, osado, el periodista es un irrefrenable correo del zar y no atiende más razones que las encomendadas en su absurda vocación de comunicador. No le importa que el mundo no quiera saber, que los censores duerman con un ojo cerrado y un puñal en el otro, que la buena marcha del orden requiera siempre un espeso equilibrio entre la ocultación y la propaganda. El periodista está ahí para contar lo que pasa, y lo demás lo tiene sin cuidado.
Quien se dedica al periodismo no trabaja tanto por el dinero, porque no habría sueldo que compensara su tarea. Trabaja para su medio, al que le da su tiempo, su salud, su cerebro, sus horas de sueño, sus horas de alimentos y a veces hasta su vida para sacar noticias con ello. El periodista no es un proyectista, ni un moralista, ni un terapeuta o un hermeneuta. Tampoco un filosofó de la historia o un manipulador. Si en su mochila carga a un mariscal, a un político, a un filósofo, a un predicador o a un literato, el periodismo que produzca será turbio mensaje que en nada clarifica al mundo. Y si el informador es demasiado cruel, demasiado sentimental o demasiado sesgado hacia apriorismos y fanatismos, el periodismo que produzca será una desdicha y una hemipléjica complicación para el medio en el que trabaje y para aquéllos que caigan bajo su desinformada información.
Tampoco es mesiánico o iluminado. La vanidad le juega a favor y en contra y, poseedor siempre de una butaca de primera fila en la historia, no pocas veces se regodea en su propio ego. Se regocija con sólo pensar que en menos de un lustro ya acumuló más experiencias que un empresario ordinario, un abogado o un ciudadano común y corriente podrían juntar en toda su vida. Ha aprendido a pensar y a actuar rápidamente. Es capaz de tener una paciencia inagotable y de permanecer con la mente fría cuando los demás ya perdieron la cabeza. Puede escribir tan rápido como otra persona habla, y conversar sobre temas sobre los que otros ni siquiera se aventuran a abrir la boca.
Pero también, como ha reconocido el fundador de El País, Juan Luis Cebrián, el periodismo es una profesión difícil y no exenta de pecados, llena de locos e iluminados, con ganas de ser santos y generales, políticos y artistas, deseosos de conocerlo todo, machacarlo todo, seducir mujeres, alternar indistintamente con tahúres o con ministros, jugar al comisario, al espía, al escritor. Hay entre nosotros aventureros, burócratas, funcionarios, payasos, sumos pontífices, aguafiestas y uno que otro rompedor de escapularios.
Los periodistas no son agentes del cambio social: ese papel protagónico no les pertenece. Son vehículos de intercomunicación, y la única función válida es informar, descifrar los códigos de comunicación que no son accesibles a la mayor parte de la sociedad, y darle las herramientas y los conocimientos para poder comprender mejor los hechos y sus consecuencias. Es verdad que el periodismo está en déficit con la sociedad.
Pero también lo es la falta de reconocimiento de sus méritos y virtudes. Habría que emparejar el marcador, reconciliar ambas partes y buscar un nuevo diálogo que a todos nos ayudara, sobretodo hoy que vivimos en la encrucijada de nuestra ceguera.
Raymundo Riva Palacio es director de la excelente página web Eje Central, puedes intrecambiar correspondencia con él en www.twitter.com/rivapa y su e-mail es
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* Texto inspirado en el libro del mismo autor "Más Allá de los Límites: Ensayos para un Nuevo Periodismo (2005)" del que se toman párrafos.
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