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Edición 252
Escrito por EDITORIAL   
Lunes, 14 de Febrero de 2011 19:02

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editorial

2012: Yanqui al acoso

A como está el hedor en las cloacas electorales, viene resultando que Ernesto Zedillo puede ser nominado como el verdadero Apóstol de la democracia a la mexicana. Fue capaz de confesar que la elección de la que emanó como presidente fue inequitativa, sacó adelante una reforma electoral que el entonces dirigente del Partido Acción Nacional, Felipe Calderón Hinojosa, se obcecó en dinamitar; hizo de las elecciones de 1997 ocasión para entregar el gobierno del Distrito Federal al Partido de la Revolución Mexicana; aceptó ese año una nueva correlación de fuerzas en la integración de la Cámara de Diputados federal y consintió, en 2000, la expulsión del Partido Revolucionario Institucional de Los Pinos, en un rapto histriónico para el cual maquilló su semblante de amarillo bilis a fin de que la televisión lo viera consternado por la derrota de Francisco Labastida Ochoa, a quien privó incluso del derecho de pataleo.

 

Fue tal la suma de disposición de Zedillo -él, que había declarado su sana distancia del PRI-, que sus exégetas dieron por consumada la transición democrática y algunos hubo que proclamaron urbi et orbi una nueva era: La de la Metapolítica como futuro inmediato de la vida pública en México.

 

Colocado al lado de Vicente Fox, quien alborotó prematuramente el gallinero para perfilar a su esposa como sucesora en 2006 y maquinó con el presidente de la Suprema Corte en turno el desafuero de Andrés Manuel López Obrador, y de los dislates de Felipe Calderón Hinojosa en su arribo a la presidencia y en las elecciones intermedias federales de 2009, Zedillo, en efecto, casi alcanza el rango de prócer del voto libre.

 

En diez años, sin embargo, el profeta del cambio, Fox, perdió en unos cuantos meses su bono democrático y terminó señalado por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación como riesgo para la legalidad del proceso sucesorio en 2006. Calderón Hinojosa, quien llegó escoltado por altos mandos del Ejército a rendir protesta en diciembre de 2006, ha tratado de gobernar a la sombra de las Fuerzas Armadas. El corto verano de la “transición” devino simple alternancia: mismo régimen. Mismos, dicho con mayor propiedad, usos y costumbres electorales.

 

Esas contradictorias conductas presidenciales, aquí, donde el culto al Tlatoani tarda en desaparecer, explican la actual erosión de la aspiración democrática de la nación. Lo mismo la ONU que la Secretaría de Gobernación-UNAM; igual la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que agencias encuestadoras nacionales e internacionales, coinciden en que los compatriotas no tienen fe en el modelo de “democracia” mexicano. En el periodo, la precaria confianza en el Instituto Federal Electoral (IFE) se ha desplomado.

 

En el IFE se condensan causa y efecto de los índices de confianza decrecientes en los procesos electorales. Causa, porque los consejeros electorales surgen de padrinazgos y reparto de cuotas entre los partidos representados en la Cámara de Diputados que los nombra. Efecto, porque esos funcionarios se creen obligados a responder a la paternidad partidista de origen. Todos los atributos y deberes que la Constitución y el Código electoral imponen al IFE quedan perversamente subordinados a los intereses de la partidocracia, sean cuales fueren las siglas dominantes.

 

Como la regla sociológica indica que lo que se ve en las altas esferas de poder se reproduce fatalmente en los estamentos inferiores, lo que difunde como (mal) ejemplo el IFE lo asimilan en escala los órganos correspondientes en los distritos electorales federales, los estados y los municipios, cerrando un indestructible círculo vicioso, cuyo santo y seña es la impunidad. Impunidad: ¿Cómo aceptar que las sentencias del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación sean inatacables; esto es, inapelables? Imposible disimular la dictadura togada.

 

Del calendario de 2011, se han realizado ya los procesos electorales de Guerrero y Baja California Sur. A excepción de los sedicentes triunfadores que urden con fruición el próximo asalto de las tesorerías públicas, ningún observador neutro puede capturar elementos de los resultados a fin de proponerlos como indicadores rescatables para la sucesión presidencial de 2012. Por el contrario, dejan una mecha corta que se acortará aún más con el potencial de animosidad que ya desarrollan partido y precandidatos.

 

Se trata, pues, de la derrota de la democracia contratada. ¿Es casual y gratuito, que los Estados Unidos preparen sus batallones para ingresar a México con el pretexto de colaborar en el combate al crimen organizado? Nadie en su sano juicio puede tragarse esa infumable coartada.

 

editorial

 

 

 

 

 


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