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Falso de toda falsedad
Miguel Ángel Ferrer
Es una gigantesca, inverosímil y monstruosa mentira decir que a Muamar Gadafi lo ha derrocado una insurrección popular o unos rebeldes o unos revolucionarios.
Gadafi, un gobernante en picada
A Gadafi lo han sacado del poder los masivos, pavorosos y criminales bombardeos de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), es decir, la alianza guerrerista de los países ricos de Europa occidental y Norteamérica, bajo el claro mando de Estados Unidos.
Todo el mundo sabe, porque incluso los medios de comunicación más reaccionarios y serviles con el imperialismo lo han documentado, que la caída de Gadafi fue producto de una cadena interminable de bombardeos contra ciudades abiertas, esto es, contra la población civil libia.
El tirano, como dicen los locutores, ha caído. Pero no lo ha tirado el pueblo libio, su pueblo. ¿O acaso alguien cree que sin la horrenda, sangrienta, inmisericorde y gigantesca ola de bombardeos aéreos Gadafi hubiera caído? Misiones de bombardeo que se cuentan por millares. Misiones de bombardeo que, una tras otra y por miles, después de sembrar muerte y desolación, dejan sembrado el terror entre la población civil. Bombardeos con aviones, tripulados o no, que dejan caer su cauda de muerte desde diez mil metros de altura, lo que deja a los agredidos sin posibilidad alguna de defensa.
¿Rebeldes?, ¿revolucionarios?, ¿demócratas? Falso de toda falsedad. Mercenarios ayer siervos de Gadafi y hoy de Obama, Sarkozy, Cameron, Merkel y Berlusconi. Una nueva Santa Alianza que en nombre de la democracia y la ética, mata, desuella y mutila a miles y miles de habitantes de las ciudades y poblaciones libias.
Hablar de rebeldes, revolucionarios o demócratas anti-Gadafi es burla sangrienta cuando se sabe, porque se sabe, que el plan de derrocamiento fue concebido y programado en Washington, París, Londres, Roma y Berlín. Y cuando se sabe, porque lo estamos viendo, que los instrumentos para ese derrocamiento no son libios y no son armas ligeras, propias de una insurrección popular, sino decenas o cientos de aviones extranjeros, salidos de bases extranjeras, enviados a matar por mandatarios extranjeros.
En realidad, estamos en presencia de un episodio más de una política, manu militari de neocolonización. Un acto más de una nueva guerra colonial de rapiña y despojo de las riquezas, naturales o geoestratégicas, de pueblos que ya habían logrado librarse del yugo colonial. Primero vino Panamá. Luego siguió Irak. Más tarde le tocó su turno a Afganistán. Un poco después la ola neocolonizadora llegó a Pakistán. Y no cabe la menor duda de que pronto, muy pronto, los bombardeos llegarán a Siria. Y nos dirán, por supuesto, que la intervención neocolonizadora extranjera en Siria es una insurrección popular contra el tirano Assad.
Obama, los hechos sobre las palabras
Esta es la nueva época en que nos ha tocado vivir. En las nuevas condiciones económicas del planeta, para Estados Unidos y para Europa no hay prosperidad posible sin la explotación de viejas y nuevas colonias. Y esa neoexplotación no es posible sin el concurso de las armas.
En esta nueva época que estamos viviendo no hay lugar para la diplomacia defensiva de los países que se quieren soberanos. Ahora no sirven la política, el diálogo, la negociación. El amo yanqui y sus lacayos europeos quitan y ponen gobiernos que garanticen la nueva y todavía mayor explotación colonial de países indefensos ante la arrolladora fuerza bélica de las potencias occidentales.
Hace cinco siglos España disfrazó de misión evangelizadora la atroz guerra de rapiña que fue la conquista del Nuevo Mundo. Hoy, cinco siglos más tarde, se viste de cruzada democratizadora la nueva guerra de rapiña y despojo que estamos mirando en Libia.
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