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El Comal le dijo a la olla…
La arena política mexicana está candente, y más ante la cercanía del 2012 y la sucesión presidencial; esto no es ninguna novedad y, sin embargo, en cada proceso de cambio de estafeta gubernamental hay actos y hechos repetitivos, y algunos novedosos e inesperados que aumentan el condimento al caldo político. Esto viene a colación para poder contextualizarnos en uno de esos hechos recientes en los que el presidente Felipe Calderón abrió fuego, para nada “amigo”, contra los señores jueces, especialmente los del fuero federal, mismos que al sentirse agredidos por el verbo y los adjetivos del Ejecutivo de la nación, de inmediato reviraron en la voz del consejero Juan Carlos Cruz.
Resulta un arma de dos filos y una doble cara este pleito verbal entre el señor Calderón Hinojosa y el Consejo Federal de la Judicatura; por un lado, el Presidente de la República, quien tiene su nicho más apedreado que un reo lapidado, se haya en un momento culminante de una administración desastrosa, lo que nos remite, de inmediato y de manera inevitable, a la situación tan difícil que vive don Felipe con miras a pasar la estafeta a un sucesor que se avizora de línea totalmente contraria a la del mandatario panista, lo que le hacer aparecer como un funcionario desesperado, urgido de recuperar un popularidad que en realidad nunca ha tenido.
Por el otro, están los señores integrantes de la Judicatura Federal, profesionistas y funcionarios públicos, seres de una piel muy delicada que al menor contacto reaccionan para defender una poco o nada creíble integridad moral y ética que aducen poseer con sus cargos, misma que a la más mínima luz del análisis es muy cuestionada, pues de todo mundo es sabido que el grueso de la Judicatura (salvo las típicas y minoritarias honrosas excepciones, que si las hay, desde luego) por décadas se han encargado de demostrar su propensión, muy humana pues, a la corrupción, la componenda, el cochupo y el arreglo bajo el escritorio en cuanto asunto de mayor importancia pasa por su fuero judicial.
Así las cosas, quedamos en un simple empate de sensibilidades heridas por agresiones mutuas, lo que en buen lenguaje coloquial mexicano significa, ni más ni menos, lo que reza el viejo refrán de que: El comal le dijo a la olla. Pues es muy evidente que ambas partes y sus reputaciones respectivas están tan decantadas ante la opinión pública nacional, como para que se pongan, a estas alturas, a lanzarse acusaciones y reclamos mutuos, cuando de suyo es cosa juzgada, como dirían los señores jurisconsultos, que ambos han ejercido sus funciones y detentado el poder en detrimento de la sociedad a la que se supone deben servir.
Ahora bien, el que una situación como ésta se esté dando en momentos cruciales de la historia presente sencillamente refleja cómo andan las cosas de mal que hasta los tres poderes, que antes se respetaban y jalaban por el mismo camino, ahora se acusen y contraacusen frente a la sociedad que finalmente terminará por juzgar a ambos como parte del problema que ventilan. Don Felipe seguirá aferrado a su alegato crítico en el que afirma que “no es que la traiga contra los jueces, al contrario, los aprecio y todo, pero también uno empieza a cansarse. Uno los agarra y los agarra y los agarra (a los delincuentes mayores, desde luego), y los sacan y los sacan”. Mientras que los señores de la judicatura continuarán sosteniendo que las palabras del Ejecutivo sólo sirven “para cuestionar el trabajo de los jueces sin fundamento, por consigna y más aún, sin pruebas (lo) que atenta contra la estabilidad nacional”. O lo que es lo mismo: El comal le dijo a la olla…
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