ECONOMÍA Y POLÍTICA MIGUEL ÁNGEL FERRER
El Carpizo que viene a mi mente
TRAS EL FALLECIMIENTO de Jorge Carpizo, ya sus amigos, correligionarios y admiradores se han encargado de cubrirlo de elogios: gran jurista, eficaz y probo funcionario público, calificado investigador y autor de obras ya clásicas –dicen- en el ámbito del constitucionalismo. Puede ser que esos juicios elogiosos se correspondan con la realidad. Pero el Jorge Carpizo que viene a mi mente no es el de esos panegíricos.
El Carpizo que viene a mi cabeza es el primer rector de la Universidad Nacional que intentó privatizarla. Aquel individuo incapaz de entender el pensamiento y los sentimientos de la comunidad universitaria a la que debía servir y contra la cual no vaciló en oponerse ferozmente. Y no sólo se puso en contra de la comunidad universitaria, sino que desoyó y desairó las múltiples voces ciudadanas que le exigían detener sus obsesivos afanes privatizadores de la UNAM.
Enfrentado al México progresista que se alzaba contra ese primer paso para eliminar la gratuidad de la educación superior, Carpizo, finalmente hombre de derecha, se ganó a pulso el lugar que ocupa en la historia del México moderno: enemigo de la universidad pública y gratuita. Y ese justiciero estigma no puede ser borrado por los elogios de sus pares de la derecha y el conservadurismo mexicanos.
En ese concierto de ditirambos sólo participaron, como pudo constatarse, los miembros más conspicuos de la burocracia pripanista. Y si bien el actual rector, José Narro Robles, se apersonó en los funerales de Carpizo, es obvio que se trató de un acto protocolario, pues tanto Narro, como su antecesor, Juan Ramón de la Fuente, mantienen una decidida posición en favor de la gratuidad de la educación superior.
El intento privatizador de la UNAM, impulsado y apoyado por la cúpula neoliberal del gobierno, resultó derrotado gracias a la enjundiosa, lúcida y bien organizada oposición de los estudiantes, de sus mejores profesores y de la intelectualidad progresista de todo el país.
Como ya lo he dicho en otra ocasión, una trascendente derrota no sólo de las fuerzas políticas y económicas de fuera de la Universidad que se oponen a la existencia misma de ésta y de la educación pública y gratuita. Una derrota también, y acaso más importante, de los oscuros poderes que dentro de la propia Universidad bregan por convertirla, previamente a su ansiada extinción, en un centro de estudios privado. Siniestras fuerzas representadas en su momento y hasta su muerte por Jorge Carpizo.
La tremenda derrota le impidió a Carpizo ocupar por un segundo periodo la Rectoría de la UNAM. Pero no le impidió seguir al servicio de sus mandantes privatizadores. A su poco gloriosa salida de la Rectoría universitaria, Carpizo ocupó durante el mandato espurio de Carlos Salinas puestos importantes en los que sólo los aplaudidores oficiales pueden encontrar algún mérito.
A Carpizo le tocó, como titular de la Procuraduría General de la República, (PGR) investigar el asesinato en el aeropuerto de Guadalajara del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo. Y es de dar pena ajena la conclusión carpiziana del hasta ahora impune crimen: la PGR sostuvo que el cardenal murió víctima de una confusión (el fuego cruzado entre dos bandas de narcotraficantes) y no como fruto de un acto deliberado.
Pero, y finalmente, debe celebrarse que muy a pesar de Carpizo, la Universidad Nacional sigue siendo una institución gratuita, de las pocas, junto a Pemex, que han logrado escapar a la oleada privatizadora que desde hace tres décadas nos agobia. Y en el caso de la UNAM, vale la pena recordar al héroe anónimo que supo vencer a Carpizo y sus mandantes neoliberales: la heroica muchachada que sin miedos ni vacilaciones se enfrentó al poder y pudo vencerlo.
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