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Ediciòn 291

EDITORIAL

Constitución, no:

Pragmatismo puro


EN EL FONDO, -sostienen tratadistas mexicanos- la Constitución fue resultado de los esfuerzos, de las luchas y los pesares del pueblo, de miles de hombres anónimos que generosamente vivieron los azares de una cruel guerra con la esperanza de construir una Patria mejor.


editorial

 

DE LA INVIOLAVILIDAD DE LA CONSTITUCIÓN, habla su propio artículo 136. Esta Constitución, dice el texto, no perderá su fuerza y vigor, aun cuando por alguna rebelión se interrumpa su observancia. En caso de por cualquier trastorno público se establezca un gobierno contrario a los principios que ella sanciona, tan luego como el pueblo recobre su libertad, se restablecerá su observancia. (“El derecho no puede reconocer que la fuerza sea capaz de derogarlo o abrogarlo”.)

Entre los principios que la Constitución sanciona, está el que establece que todo poder público dimana del pueblo y que el pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno. Este principio seminal, que prefigura la vocación democrática de los mexicanos, viene desde el Acta Constitutiva del México independiente, aprobada por los diputados al Congreso de Apatzingán (1823-1824).

Para ese efecto, la actual Carta fundamental prescribe la renovación de los poderes Legislativo y Ejecutivo mediante elecciones libres y auténticas. De lo que sigue que, al tomar posesión de su cargo, el jefe del Ejecutivo federal jura: Protesto guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen, y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de Presidente de la República que el pueblo me ha conferido, mirando en todo por el bien y la prosperidad de la Unión.

Por más que el analfabetismo jurídico sea santo y seña de buena parte de la clase política mexicana, sólo la mala fe o, dicho con mayor propiedad, el dolo, puede torcer la exactitud sustantiva del texto y, por ende, el espíritu del Constituyente.

Mala fe y dolo, son las odiosas herramientas que una pandilla tecnoburocrática instalada en el poder político desde la década de los ochenta del siglo pasado, ha empleado a su arbitrio dictatorial para violentar y violar los mandatos constitucionales, a fin implantar a sangre y fuego un modelo económico depredador que tiene a la República en estado de guerra.

Todavía -en las postrimerías del siglo XX-, la tecnoburocracia, ahí donde no quiso exponer su precaria legitimidad dándole cínico rodeo a la Norma de normas, procuró y logró la complicidad del Poder Legislativo para -suplantando al pueblo-, reorientar el viejo régimen con el objetivo de satisfacer aviesos fines crematísticos de la plutocracia doméstica, ya sujeta al tutelaje extranjero.

Monserga, llamó no hace mucho a la Constitución mexicana un legislador de la ultraderecha en la alternancia. Un ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, también de ultraderecha, y  contrario a determinado artículo constitucional, acusó al Constituyente de haberlo redactado con los pies.

Ahora, otro legislador del partido -sedicente Revolucionario e Institucional- que se prepara para emplazarse en Los Pinos; ese partido que entre 1982 y 1994 editó repetidamente la obra Mexicano: Esta es tu Constitución, con el ánimo de impartir nociones del Derecho constitucional a la población, incita, dicho legislador, economista para más señas- a tirar al bote de la basura preceptos y mandatos -viejos tabús y dogmas, los adjetiva- que, al menos teóricamente, dan soporte a la soberanía de México sobre recursos naturales.

La Constitución, afirman los tratadistas, condensa las principales constituciones que han regido la vida política de México a partir de su Independencia, y de las corrientes ideológicas más importantes desde 1821 (en que se canceló la pretensión monárquica, hoy vestida con otros ropajes), hasta el Congreso Constituyente de 1917.

“Doctrina y proyecto de Nación”, decía el discurso exaltador de la Constitución, del partido que ahora pone de nuevo pie en Los Pinos. De doctrina, de ideología no quieren saber más los futuros detentadores del poder constitucional. Están fascinados por el pragmatismo. Éste es el leitmotiv de la nueva hora de la era antidemocrática. ¡Que se sepa!       



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