EDITORIAL
¿El pueblo pide pan?
Que le den pasteles
DEL MISMO MODO QUE, cuando no se quiere resolver, efectivamente, un problema, se forma un comité para “estudiarlo”, es típico que, cuando no se quiere acometer, auténticamente, una reforma profunda en materia de políticas públicas, se lanza una cruzada. Las cruzadas son para incitar las emociones, más que para mover conciencias responsables.
EN LA CRUZADA CONTRA EL HAMBRE en México, resulta imperativo escudriñar el continente y analizar el contenido. Desde luego, el escenario de su emprendimiento -Chiapas- nos rebota la paradoja: Cómo, un territorio de potencial y cuantificada riqueza natural en proceso de explotación, puede albergar a los más pobres entre los pobres.
En cuanto al contenido, si no se reconocen expresamente -más que las causas- los móviles externos de la pobreza, para el caso la extrema rayana en la miseria, queda la impresión de que el programa flota en el vacío de la autocrítica. Vale al respecto una explicación.
En el tránsito del modelo de desarrollo estabilizador, al modelo de desarrollo compartido, solía decirse que en México existía pobreza, pero no hambre. La oración tenía al menos un sentido preventivo ante un riesgo inminente: Las políticas públicas compensatorias condensaban la necesidad de tomar providencias frente a un peligro real para la Seguridad Nacional. En el tránsito del modelo de desarrollo compartido al modelo neoliberal, se dio por sentado ese peligro, pero se confió en el monopolio de la fuerza del Estado para exorcizarlo… o para reprimirlo.
Fue del satanizado Estado de bienestar del que emanaron las instituciones socialmente compensatorias para amortiguar los impactos de las estructuras de la desigualdad económica; las que generan la pobreza y convierten a ésta en caldo de cultivo del hambre. Instituciones que, es pertinente subrayarlo, siendo obra de un capitalismo tardío, sin embargo se les descalificó y eliminó sólo por abanderarse en la Justicia Social, asumida por los neoliberales simplemente como expresión de populismo.
Sin pretender agotar en tan breve espacio la lista de instituciones o programas socialmente compensatorios, podemos citar dos: En la concepción y objetivos del Instituto Mexicano del Seguro Social, operó IMSS-Solidaridad, concebido para proporcionar servicios de Salud Integral de primero y segundo nivel a población de zonas rurales marginadas sin acceso a esa prestación, bajo el concepto de la voluntad comunitaria.
La Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo), se creó en 1962 para sustituir a la Compañía Exportadora y Importadora (Ceimsa), como sistema de abasto y seguridad alimentaria, mediante la compra y regulación de precios de productos agropecuarios que forman parte de la canasta básica de consumo popular, a fin de sustraerlos del apetito especulativo.
En su supersticiosa afiliación al neoliberalismo depredador, los tecnócratas made in USA se propusieron no sólo desarmar de un plumazo los instrumentos de intervención del Estado en la economía; también despojarlo de su función tutelar de los Derechos Sociales. De acuerdo con su formación friedmaniana, consideraron el precepto de Justicia Social (uno de los puntales del viejo lema del Partido Revolucionario Institucional), más que una monserga, una rémora para imponer la supremacía de la iniciativa privada.
De esa irracional y perversa convicción tecnocrático-neoliberal a la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la promulgación contrarreforma agraria, que atacó la propiedad social de la tierra, fuente de autosuficiencia alimentaria y de insumos a la industria, no mediaba más que la resistencia de algunos segmentos del partido mayoritario, fácilmente derrotada.
Los detractores del gobierno tecnocrático acuñaron una ecuación de expedita asimilación popular: El gobierno ha instalado una fábrica de pobres, para luego hacerlos objeto de programas de caridad asistencialista. Más plástica aún la metáfora maliciosa: El gobierno -que no el Estado- se ha instituido en Robin Hood al revés: Roba a los pobres para darles a los ricos.
En sus días crepusculares de guerra narca, un autocomplaciente Felipe Calderón quiso hacer creer que la etapa culminante de su “estrategia” era reconstruir el tejido social. Falso: La acción más apremiante, es restaurar la capacidad del Estado desmantelado, precisamente para colocarlo en aptitud de reintegrar el tejido familiar como célula insustituible del ser social.
Si a eso tiende el programa de combate al hambre, ¡Enhorabuena!, pero que no se oculten los deliberados móviles que la provocan. Para el desgarrador drama social, no se vale el borrón y cuenta nueva. Si el programa recoge la iniciativa de sustituir el asistencialismo con proyectos productivos, que el gasto público se eleve al rango de inversión. Así de sencillo pero, ay, tan huidizo.
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