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Edición 300
Escrito por Mouris Salloum George   
Domingo, 03 de Marzo de 2013 01:16

VOCES DEL DIRECTOR
MOURIS SALLOUM GEORGE


Escuchen al embajador

Montaño

EN MAYO DE 2006 -a punto de las votaciones presidenciales en México-, el presidente Vicente Fox se lanzó en campaña por territorio estadunidense, tratando de granjearse para el PAN los sufragios de los mexicanos residentes en la Unión Americana. Cierto toque malicioso a la iniciativa de reforma migratoria en el Senado -de lo que fue informado en vuelo a California-, hizo que el guanajuatense estallara en jubilosa histeria, dando por servida la enchilada completa, de la que hizo leitmotiv el canciller del foxismo Jorge Castañeda.


voces

En estos espacios editoriales sugerimos entonces tomar con reserva lo tratado por los senadores norteamericanos y la explosiva euforia de Fox. Como si el tema migratorio se hubiera allanado efectivamente, Felipe Calderón, embarcado en la guerra narca, privilegió como cuestión prioritaria la militarizante Iniciativa Mérida. Se dejó a los mexicanos emigrantes en la cuerda floja.

De nueva cuenta, cuando Barack Obama hizo del tema móvil de su campaña para un segundo mandato a fin de atraer el voto latino, y se probó el efecto determinante de éste en la votación demócrata, los medios mexicanos proclamaron a la rosa de los vientos que ¡ahora sí! tendremos reforma migratoria. Al finalizar enero, diez días después de su protesta, Obama declaró: Aquí estoy. El momento es ya. Las cajas de resonancia locales percutieron ruidosamente la buena nueva.

Lo que les pasó de noche a festejantes comunicadores y analistas domésticos, fue que en El Capitolio, con los resultados de las elecciones en mano, desde principios de diciembre la bancada republicana se había anticipado, poniendo en la mesa algunos puntos de lo que, a su juicio, debiera ser tal reforma.

Desde octubre de 2012; esto es, antes de las elecciones norteamericanas, el ex embajador de México en EU y ante la ONU, Jorge Montaño, advirtió al gobierno mexicano en transición presidencial que debía entenderse que la reforma migratoria depende exclusivamente de aquel país y que a México, en el contexto de una diplomacia responsable, le correspondía promover mecanismos de cooperación con Washington, como programas de movilidad laboral temporal, mejorar prácticas comerciales y aduaneras, transferencia de tecnología e inversión extranjera directa con mejores garantías de seguridad jurídica…

Una vez que, a fines de enero pasado, Obama dijo “el momento es ya”, nuevamente el serio diplomático mexicano advirtió juiciosamente que el camino es muy largo, “no podemos echar las campanas al vuelo”. Conocedor de las “entrañas del monstruo”, recordó la vocación antiinmigrante del Partido Republicano y previno: México debe tener cuidado; “no meter las narices donde no le llamen”.

No que México se cruzara de brazos, sino que no se mexicanizara imprudentemente el conflicto; que la presión se ejerciera con todas las organizaciones hispanas en el interior de los Estados Unidos y -no siendo problema exclusivo de México- se buscara “regionalizar” la estrategia con el resto de los gobiernos del sur que comparten el problema.

Pues bien. Han empezado a filtrarse algunos puntos de la estrategia que Obama está desarrollando hacia el interior de El Capitolio y, de entrada, no hay nada que festejar. Eventualmente, Obama podría terminar su segundo mandato y podría terminar el primer periodo de su sucesor: Ocho años cuando menos. Y el problema, sin solución de continuidad. O apenas. ¿Y si el sucesor de 2016 es republicano?

La dilación anunciada se explica sin variantes: Los republicanos exigen poner a la punta del calendario el imperativo de la seguridad interior, mediante el refuerzo de los controles fronterizos. Esto implica largo estira y afloje en materia de presupuesto. Luego, los controles territorio adentro conocido como E-verify, que consistiría en someter a proceso de verificación de empresas emplean mil migrantes, en un plazo de dos años. Enseguida, a empleadores de 250, en tres años. Se calcula que periodo para ambos procesos sería  de cuatro años.

Los solicitantes de regularización -sujeto a rigurosa visa para los “nuevos”- tendrían que transitar primero por un estatuto temporal para merecer la residencia y sólo hasta cumplidos esos pasos previos se les daría opción de ciudadanía. Todo, condicionado a la comprobación de no antecedentes penales, para empezar; y adicionalmente a permisos precarios para abandonar los Estados Unidos con derecho al retorno. Dice bien el embajador Montaño. Eso va para largo.

Y eso es que los intransigentes antiinmigración todavía no sacan su exigencia de batalla: ¿Qué se gana con regularizar a ocho millones de mexicanos ahora, si por no crear oferta de oportunidades en México con un crecimiento económico tangible y consistente, se generan otros ocho millones tocando la frontera norte? Y estarían en lo cierto.



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