VOCES DEL DIRECTOR
MOURIS SALLOUM GEORGE
La diplomacia mexicana frente
a la amenaza de guerra nuclear
EL PASADO 25 DE MARZO, en el Nuevo Herald, el avezado experto en cuestiones bélicas Guillermo Decalizo -al analizar la reciente visita de Barack Obama a Israel-, ciertamente sin sorpresa apuntó las contradicciones del Presidente estadunidense jugándole al pacificador: Abrazó el derecho israelí a su tierra bíblica, pero abogó por el derecho palestino a un Estado independiente en su propio territorio; condenó la presencia de Israel en zonas palestinas, pero al mismo tiempo defendió su prerrogativa a intervenir unilateralmente para prevenir la amenaza de un Irán nuclear. La conclusión del editorialista, es que no está lejano el enfrentamiento entre Israel e Irán.
De tal examen de las críticas tensiones en el Oriente Medio se sigue que el señor Obama parece más ocupado en ofrecer a la sociedad norteamericana un retórico distractor de los propios conflictos internos derivados de la debacle económica estallada en 2008, que en buscar soluciones auténticas a la subyacente amenaza de guerra nuclear que sobrecoge a la humanidad toda.
La macabra percepción anterior se confirma a la vista del enervamiento de la situación en la península coreana, que alcanzó su máxima curva durante los días de Semana Mayor, y culminó el 30 de marzo con la electrizante declaración del estado de guerra en Corea del Norte, lanzada por el gobierno de Kim Jong-un, tras más de 10 semanas de escalada de ejercicios militares que involucran no sólo a las dos Coreas, sino a Japón, con el dedo en el misil, por supuesto, de El Pentágono de los Estados Unidos. Previamente, el gobierno norcoreano había dado por suspendido el frágil armisticio peninsular suscrito en las negociaciones 1950-1953.
En el centro de gravedad de los nuevos aprestos bélicos en Oriente Medio y el enclave asiático se yergue, cada vez más ominosamente, el espectro de la guerra atómica, si a la escalada anterior se agrega el retiro de Corea del Norte del Tratado de no Proliferación Nuclear.
El erizado escenario -de ningún modo nuevo dados los referentes históricos- se recrudeció desde diciembre pasado en que Corea del Norte anunció el lanzamiento del satélite artificial Kuangmyöngsöng, que el gobierno de Jong-u presentó finalmente como prueba espacial, y los gobiernos de Corea del Sur y Japón, sonsacados por los Estados Unidos, lo dieron como ejercicio hostil de utilización de misiles nucleares que, incluso, estarían emplazados hacia territorio norteamericano, hipótesis que el propio Ejército norcoreano validó, coartada suficiente para desplazar los bombarderos estratégicos b-52, los bombarderos B-2 Spint y el poderoso submarino Cheyyene, todos de matrícula estadunidense.
El siniestro espectáculo coloca al planeta frente a una permanente sensación de impotencia derivada del perverso uso de la Organización de las Naciones Unidas, y expresamente del Consejo de Seguridad, al servicio de aquellos socios que pretenden monopolizar el mercado nuclear, con exclusión de otros jugadores; para el caso Irán y Corea del Norte, mientras que los alineados cuentan con carta abierta, a salvo de las sanciones que la ONU decreta diligentemente contra gobiernos desafectos.
Apenas en febrero pasado, el gobierno mexicano celebró el 46 aniversario de la firma del Tratado de Tlatelolco (de Proscripción de Armas Nucleares en América Latina y el Caribe), que le mereció a México el Premio Nobel de la Paza en la persona del canciller Alfonso García Robles. La fecha sirvió a la Cancillería para reafirmar la diplomacia pacifista que ha distinguido a México.
Nuevamente, el 30 de marzo, frente a la crisis coreana, el gobierno de Enrique Peña Nieto se pronunció por la vía del diálogo y recomendó mesura para lograr una solución negociada y definitiva en la Península asiática. Vale hacer votos porque la embajada de México ante la ONU, de nueva cuenta delegada al ecuánime pero claridoso embajador Jorge Montaño, reasuma su diplomacia activa en Nueva York, no como un voto seguidista más, sino como conciencia alerta frente al peligro que entraña la ensoberbecida provocación de las potencias nucleares.
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