La bestia nuclear
anda suelta
LA HISTORICA vergüenza patria del pueblo estadunidense, es su derrota en
Vietnam. Ejerciendo su segundo mandato presidencial, en noviembre de 1969 el
republicano Richard Nixon ordenó el retorno de 500 mil combatientes
norteamericanos vencidos en Vietnam del Sur. El discurso de su decisión se
volvió célebre bajo el rubro La mayoría silenciosa.
En plena curva de la Guerra Fría, Nixon -ya enlodado por su desafuero-
editó en 1980 su libro La verdadera guerra/ La tercera Guerra ha comenzado. Si vale la cita, es porque Nixon, teniendo
como referente el petróleo, planteó el imperativo de salvar a México de los
riesgos -según él- de que la nación mexicana fuera absorbida por la órbita soviética
y su enclave en Cuba.
Para efectos de esta entrega, el dato no es ocioso. Aquél año se
enfilaba hacia el Salón Oval de la Casa Blanca otro republicano, Ronald Reagan,
quien, esgrimiendo el espantajo del Eje del mal, se lanzó a su loca aventura bélica en el Medio
Oriente y contra América Central.
Treinta años después, el costo humanitario de la continuidad de aquella
demencial política de Washington se nos aparece imposible de cuantificar.
La primera semana del septiembre que corre, marcada por el candente
fierro del S-11, en pleno cincuentenario de Tengo un
sueño, de Martin Luther
King junior, Premio Nobel de la Paz, otro hombre de color, el “demócrata”
Barack Obama, también distinguido con el Nobel de la Paz, confirmó su vesánica
determinación de atacar a la nación siria.
El 5 de septiembre, en encuentro con organizaciones sociales italianas
en Roma, el presidente de Bolivia, Evo Morales acusó al gobierno de Obama de
preparar la intervención armada en Siria con el objetivo único de asesinar al presidente Bashar al-Assad “y acabar con
el gobierno sirio”.
Ese mismo día, también desde Roma, el papa Francisco dirigió a los
gobernantes integrantes del G-20, reunidos en San Petesburgo, Rusia, una carta
trasmitiéndoles el clamor por la paz y conminándolos a abandonar el vano
afán de una solución militar
en una Siria asolada durante los últimos dos años por los escuadrones de
la muerte, contratados
por Washington entre las bárbaras huestes de al Kaeda.
Simultáneamente, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon exigió que
se le dé una oportunidad a la diplomacia, en tanto se espera un peritaje
realista y confiable sobre el supuesto argüido por Obama del uso de armas
químicas que el mandatario atribuye al gobierno sirio, que sirva de base a las
deliberaciones del Consejo de Seguridad.
Contra la voluntad, y aún contra la ira de Obama, el presidente ruso
Vladimir Putin introdujo en la agenda del G-20 el tema de Siria, congruente con
su previo planteamiento de que cualquier acción bélica debe pasar antes por el
discernimiento del Consejo de Seguridad de la ONU.
En la lectura de la posición rusa, los analistas evocan el fantasma del
dictador iraquí Saddam Hussein, alentado primero y luego sacrificado por
Washington, enervando hasta nuestros días la espantosa tragedia del pueblo de
Irak.
El gobierno de China, de su lado, en voz del viceministro de Finanzas,
Zhu Guangyao, llamó a la Cumbre a serenarse y ceñirse a la solución política
defendida por Rusia, porque la intervención armada extranjera en Siria, razonó
el representante chino, dispararía los precios del petróleo y colapsaría la de
por si resquebrada y frágil
economía mundial.
Los gobiernos de la Unión Europea, con excepción del popularmente
cuestionado régimen del francés Francois Hollande, se oponen a cualquier
determinación armada unilateral contra territorio sirio. El Parlamento del
Reino Unido, para entonces, ya había acotado al Primer Ministro, David Cameron,
ansioso de hacerle segunda a Obama.
En el interior de la Unión Americana, según reciente encuesta del Centro
de Investigación Pew, sólo 29 por ciento de los estadunidenses aprobaría
eventualmente la acción militar.
La conclusión de esa estrujante narrativa no puede ser otra: Sólo la
cínica obcecación del solitario Presidente Obama -atrapado en la incesante
presión del lobby judío,
que emplea como ariete al insolente régimen de Arabia Saudita, y que tiene como
evidente objetivo diseñar un nuevo mapa para la dominación imperial de Medio
Oriente-, coloca a la humanidad en el umbral del holocausto nuclear bajo los
designios del terrorismo islámico.
Aplicando una imagen plástica, Obama ruge como bestia acorralada en su
propia jaula infernal. Reagan llegó al límite de su locura, tratando de
expulsar a la ONU de su sede en Nueva York. Obama, escupiendo sobre el mausoleo
de su antecesor en el Salón Oval, el pacifista Thomas Woodrow Wilson, impulsor
hace un siglo de la Sociedad de las Naciones, pretende sepultar a la ONU y a la
humanidad toda bajo la mortífera tormenta nuclear: Invoca a Luther King, pero
procede como Adolfo Hitler.
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