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Edición 321
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Escrito por Abraham García Gárate
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Lunes, 11 de Agosto de 2014 21:03 |
UN MÉXICO DE PUERTAS ABIERTAS
Para Laila Záhar y Nikté Xarheni,
mis Niñas Morelianas.
“¡Salvemos la niñez! Inscriba a sus hijos en la expedición de México.
Son las víctimas de la violencia que desencadenamos los adultos
y los que sufren de forma pasiva sus consecuencias”.
Convocatoria de la República Española
y del Comité Iberoamericano de Ayuda al Pueblo Español.
“… la actitud que el pueblo español ha tenido para el de México al confiarle estos niños
la interpretamos como la manifestación de la fraternidad que une a los pueblos.
El estado mexicano toma bajo custodia a estos niños, rodeándoles de cariño y de instrucción,
para que sean dignos defensores del ideal de su Patria”.
General Lázaro Cárdenas del Río.
Llegaron a nuestro país en calidad de exiliados políticos y posteriormente fueron hijos adoptivos de México en 1938, reconocidos en decreto presidencial emitido por el general Lázaro Cárdenas del Río. Se trató de un grupo de 456 niños españoles, que formaban parte de un aproximado de tres mil Niños de la Guerra,que el gobierno republicano envió fuera de su territorio durante la Guerra Civil Española (1936-1939), con el objetivo inmediato de alejarlos de los horrores del conflicto, pero también con fin de denunciar al orbe entero el abandono internacional en que estaba la República Española bajo la ofensiva católico-franquista de tufo hitleriano.
El presidente Cárdenas y funcionarios mexicanos con los Niños de Morelia.
Fueron varios los países europeos que aceptaron acoger temporalmente a los niños (Francia, Inglaterra, Suiza y Bélgica). La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y México, como único país americano, fueron las naciones que tuvieron un papel destacado en este proceso -al ser los únicos que nunca reconocieron al gobierno de Franco ni mantuvieron, en consecuencia, relaciones diplomáticas oficiales-, tanto por el gran número de niños que acogieron, como por las simpatías que sus gobiernos tuvieron hacia la República Española, más allá de la deshonrosa neutralidad, forzada o voluntaria, que el resto de las naciones “democráticas” mantuvo respecto a las agresiones contra la República Española.
Salvar a esta generación de niños de las señales amenazadoras de los curas, de las monjas, de las beatas, de los perseguidores religiosos, de la reacción española, del ejército franquista, de los falangistas, de los fascistas, de Los Pelayos, de los requetés carlistas, de los nazis, de la derecha española, de la Iglesia católica, es decir, del Bando Nacionalistaque, como bandera real coronaban la escalofriante frase: “La juventud de mañana será nuestra”.
Dolorosa separación.
Solidaria bienvenida en Veracruz
La mañana del 7 de julio de 1937 era radiante, a pesar de ser las primeras semanas de la temporada de huracanes y nortes en México. El día era espléndido. Poco después, el sol del mediodía pintaba las aguas del Golfo de México de color azul cielo. El varias veces Heroico Puerto de Veracruz -la puerta por donde entró España cuatro siglos y medio antes- se vestía de gala y de pueblo. Grandes manifestaciones de bienvenida se compartían.
A la espera, un gentío festivo formado por ciudadanos comunes, marinos, soldados; había banderas, pancartas, mantas, gritos, risas, canciones, música. Eran victoriosas manifestaciones de bienvenida. Unos llegaron por querer estar ahí en ese momento histórico; otros, convocados por organizaciones gremiales y populares esperaban con ansia, curiosidad y cariño la carga maravillosa que venía en el navío que en lontananza se dibujaba sobre las aguas del litoral mexicano.
Cuando el buque atracó en puerto, su fondeo fue registrado a las 14:00 de ese histórico día. Todos los barcos vistosamente engalanados, anclados en la bahía, hicieron resonar sus sirenas al avistarse la nave en señal de bienvenida. El 9 de julio de ese año, la primera plana del diario Excélsior informaba a sus lectores: “México recibe a sus nuevos hijos…”
El vapor, por alguna romántica concesión de la historia bautizado Mexique, de pabellón francés con matrícula de Saint Nazairé de la Compagnie General Trasatlàntique, surcaba aguas nacionales mexicanas a una velocidad de 18 nudos impulsando sus 11 mil 593 toneladas. Construido en 1928, tenía una eslora de 171.69m y una manga de 19.50m. Había zarpado del puerto galo-romano de Burdeos el 27 de mayo de 1937, donde los niños fueron tratados con la mayor indiferencia.
Niños exiliados.
Después de 14 días de viaje, la nave hizo una deprimente escala en la Bahía de La Habana, donde la prensa favorable a los nacionalistas había organizado una vergonzosa campaña, criticando la utilización propagandística de los pequeños refugiados por el gobierno republicano.
Presionado por esa perversa ofensiva mediática, el gobierno cubano rechazó la solicitud presentada por la legación española para que los pequeños expedicionarios desembarcaran en La Habana. (En diciembre del 59, ochenta y dos expedicionarios a bordo del Granma llegarían a costas de la Isla, procedente de costas mexicanas, iniciándose así la Revolución Cubana).
Aquella prohibición, no impidió que el Mexique fuera objeto de una multitudinaria recepción a su llegada. Cientos de cubanos simpatizantes de la República Española los esperaban en taxis para llevarlos a conocer su cuidad y los siguieron con la mirada fraterna y el corazón solidario en la sonrisa a lo largo del malecón habanero hasta perderse de vista el buque en las aguas del Mar Caribe, buscando alcanzar puerto seguro en México.
Como si el destino le cobrara un peaje por su osada faena al desafiar a la reacción fascista europea y trasladar a los niños republicanos a su nuevo país, esa embarcación consumó su épica travesía de libertad y esperanza al ser hundida el 19 de junio de 1940, a poco más de tres años de su odiseaca encomienda, en el puerto francés de Le Verdon, en estuario del Gironde, al hacer explosión una mina magnética de la armada nazi de Hitler.
En su alucinante travesía, en el interior de la nave venía la carga preciada: 456 niñas y niños españoles (165 mujeres y 291 varones), entre los tres y quince años. Hijos de simpatizantes y combatientes republicanos que tuvieron que dejar atrás sus juegos infantiles, el amor materno, la Patria y su historia.
Ellos eran de Barcelona, Madrid, Valencia, Extremadura, Andalucía, Galicia, Granada, Málaga, Zaragoza, Albacete, Asturias, Irun Jaen, Teruel, Murcia, Cartagena, Sevilla; de la cornisa cantábrica. Niños a los que la guerra fracturó la vida y arrastró a una historia de tristeza, abandono y desarraigo. Era 1937, la Guerra Civil estaba desatada con verdadera furia en España.
En la escuela.
Los rostros de la guerra
Una pequeña maleta en la mano. Sus rostros de niños, agobiados, agotados y desconcertados, con la mirada perdida por su futuro en el Nuevo Mundo. Sus corazones asustados ante el encuentro con un pueblo desconocido. El puño levantado en alto como buenos republicanos y la promesa de regresar con sus padres en cuanto terminara la despiadada Guerra Civil, quienes les habían asegurado que sería cuestión de meses y que ganaría la causa republicana.
Pero la Guerra Civil se alargó de manera amarga. Terminó, pero los vencedores no fueron los que defendían las ideas de la República y las infantiles almas se quedaron varadas para siempre en un país que no era el suyo, y en muchos casos condenados a una orfandad sin salida. La guerra la “ganaron” los franquistas, los fascistas, los nazis, la derecha española y la Iglesia católica. Para la mayoría de los infantes expatriados fue un viaje sin retorno. Ellos fueron los pioneros del exilio republicano español que pisaron el suelo mexicano. Fue la primera ola de la marea alta de los casi 30 mil exiliados republicanos españoles que encontrarían en México una nueva Patria después de la derrota republicana en 1939. Se les llamó así, así se les conoce y la historia los recordará como Los Niños de Morelia.
Atrapados en medio de la pesadilla que asoló a la República Española durante la guerra civil, su infancia perdida y sus recuerdos quedarán señalados con una marca que arrastrarán durante el resto de sus vidas: La huella de los Niños de la Guerra.
El viacrucis por Europa
La última imagen que tendrían de su Patria y de sus padres -sintiendo en el alma el dolor de una madre que jamás volverá a ver a su hijo-, sería al pie de un tren, en los andenes de la estación de Valencia donde el contingente se concentró, o de la “Francia”, en Barcelona de donde partió.
Refugiados españoles en Francia, donde fueron maltratados.
El 20 de mayo de 1937, un “tren especial” transportaba al contingente de pequeños refugiados hasta la localidad fronteriza de Port Bou. Desde allí atravesaron la frontera gala para llegar a la población francesa de Cerbere. Ahí son esperados para transbordar a otro “tren especial” que los trasladaría hasta el puerto Burdeos, donde arribaron la noche del 21 de mayo y fueron alojados en hoteles locales a la espera del buque francés que había de traerlos a México.
Para los padres de estos infantes viajeros fue un sacrificio de amorenviarlos a México para que pudieran salvar sus vidas. Entre 1936 y 1939 informa la Cruz Roja Internacional que en la España de la Guerra Civil se segó la vida de aproximadamente 130 mil niños.
Los niños llegaron a México por petición del Comité Iberoamericano de Ayuda al Pueblo Español, organismo creado en 1936 para promover la solidaridad de las repúblicas americanas con el gobierno republicano español, encabezado por María de los Ángeles Chávez Orozco como presidenta. Tenía su sede en Barcelona, y por gestiones del Comité de Ayuda a los Niños del Pueblo Español -que presidía honorariamente Amalia Solórzano de Cárdenas, junto con Matilda Rodríguez Cabo de Múgica, y Carmen Gil de Vázquez Vela- en diciembre de 1936 el gobierno mexicano aceptó a este colectivo de niños.
Esos comités fueron los encargados de trasladar y darles la bienvenida a aquellos niños que, después de vivir un año en carne propia los horrores de la guerra, y un viaje a través del Atlántico arribaban a su nuevo hogar. Mujeres y hombres, mexicanos y españoles, de corazón solidario y espíritu comprometido, se habían esforzado también para poner a buen recaudo, sanos y salvos, a los 456 niños.
Desde enero de 1937, una digna Secretaría de Relaciones Exteriores encabezada por un hombre recto, valiente y firme como el general Eduardo Hay, inició las pláticas y acercamientos sobre esa tragedia con el gobierno republicano, hasta lograr la solución.
Al gobierno del general Lázaro Cárdenas del Río le permitía manifestar su solidaridad con la República Española, y reafirmar así el rumbo de su política exterior e interior frente a la oposición conservadora. Era también, parte de una campaña internacional de propaganda de la República Española para denunciar los bombardeos indiscriminados de ciudades por los alzados de Franco, apoyados por los aviones de Mussolini y Hitler.
El general Cárdenas y Amalia Solórzano mostraron desde el primer momento de aquel verano del 37, un vivo cariño e interés por estos pequeños exiliados y los tomaron bajo su amparo. “México seguirá dando ejemplo de hospitalidad”, decía el Divisionario de Jiquilpan. El sentido del mensaje era el reconocimiento de la fraternidad que unía a los dos pueblos al confiársele a México el cuidado de los niños españoles.
Deshumanizada insidia de las derechas
La decisión Cárdenas no careció de oposición. Entre los diputados, Manuel Zorrilla expectoró iracundo en tribuna que se intentaba reflejar en los refugiados la “opresión e invasión de los conquistadores españoles en México”, supuesto atribuido los medios de comunicación al servicio del “fascio mexicano”, especie inducida por viejos residentes españoles en México, en su mayoría franquistas y fugitivos del servicio militar de la monarquía, y por la reacción derechista mexicana que esgrimía la necesidad de “barrer primero la casa propia”. En Morelia, esas críticas arreciaron desde las troneras de la sociedad ultraconservadora vallisoletana.
Documento de entrada.
E
n general, la sociedad mexicana acogió aquellos niños con los brazos abiertos y muchas fueron las peticiones de adoptarlos; sin embargo, el gobierno cardenista había tomado desde el primer momento la decisión de que no se darían en adopción, sino que había que procurar que se mantuvieran juntos, rodeados de un ambiente y una educación que no les alejara de los ideales republicanos de sus padres.
En una de las jornadas de aquella noble empresa, el 8 de junio de 1937 en la estación Colonia de la Ciudad de México -donde hoy se ubica el Monumento a la Madre-, una multitud corría entre los vagones estacionados. Cuando el tren con sus catorce vagones entró a la estación, se entonó el Himno Nacional mexicano y luego se escucharon los acordes de La Internacional. Los niños fueron recibidos como héroes por unas 30 mil personas que se congregaron para saludarlos, abrazarlos, besarlos; colmarlos de alegría con confeti y serpentinas de colores.
La colonia española acudió emocionada a recibirlos, familias mexicanas y españolas pedían a gritos adoptarlos ahí mismo. Los alumnos de la Casa del Niñoy de la Escuela Liberación, abrieron sus brazos para darles una cálida bienvenida con flores y dulces en señal de amistad. Las niñas y niños de la Escuela Primaria Hijos del Ejército N° 2 compartieron su escuela y su corazón con ellos, fueron sus anfitriones.
Ahí, Amalia Solórzano expreso un mensaje de bienvenida del presidente Lázaro Cárdenas del Río y les entregó el lábaro patrio como prenda de hospitalidad. Los niños mexicanos los alojaron con gran algarabía, admiración, cariño y esa solidaridad de amigos que sólo se encuentra entre los niño sin importar la nacionalidad o el origen. Ese día los viajeros descansaron sus pequeños cuerpos y sus grandes espíritus, después de una afectuosa ceremonia y la visita del Presidente Cárdenas, quien platicó con los pequeños.
El 10 de junio de 1937, nuevamente son aclamados por una multitud en una magna bienvenida sin precedente en Morelia, siendo gobernador de Michoacán Gildardo Magaña (1936-1939), general de división zapatista, quien ese día declaraba: “El Pueblo en general, con su entusiasmo, subrayó la satisfacción con que acoge la determinación del Presidente de la República, al brindar asilo y colegio a los huérfanos de los revolucionarios Iberos caídos en la lucha”.
Ahí se les alojó en dos antiguos seminarios transformados en un plantel que se había habilitado para ello. La Escuela Industrial España-México era el hogar que los estaba esperando. Siempre los pequeños expedicionarios fueron acompañados por personal técnico solicitado por el Comité Iberoamericano de Ayuda el Pueblo Español. Se trataba de alrededor de una treintena de elementos españoles compuesta por médicos, enfermeras, profesores y bedeles, que se multiplicaron para atender lo mejor posible al grupo de niños.
La vida de estos menores no fue fácil dentro de la sociedad católica-conservadora michoacana, que los tachaba de niños “rojos” o comunistas. Voces estridentes que atronaban como ecos de la sociedad conservadora de Morelia, católicos fundamentalista, españoles descendientes de los conquistadores y de la Colonia que apoyaban la causa franquista para que España recuperará “su brillo opacado”.
La verdad es que en España el clero había tomado parte muy activa, hasta llegar a consagrar el lanzamiento de las bombas que excretaba la aviación fascista de Franco, Hitler y Mussolini contra niños republicanos, lo que motivó su exilio forzado en México. Todas esas tensiones políticas y religiosas enrarecieron más, si cabe, el ambiente en que tuvieron que desenvolverse aquellos menores, dificultando su adaptación a un nuevo país.
En abril de 1939, el Año de la Victoria para Franco, éste personalmente mandó un telegrama informando al mundo que “el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado“. Para septiembre de 1939 habían dejado la escuela ciento sesenta y siete niños, de los cuales cuatro eran desaparecidos, veintiuno se habían entregado a sus familiares, dieciséis al cónsul de España Agustín Millares Carlo, veintinueve niñas estaban con particulares por instrucciones presidenciales y nueve se entregaron a parientes y familiares que también habían sido exiliados por el régimen de Franco. Al pasar los años cuarenta, los niños españoles que llegaron más pequeños terminaron la primaria, y fueron trasladados a casas hogar en la ciudad de México para que pudieran seguir sus estudios secundarios; algunos de ellos asistieron al Colegio Madrid y al Colegio Luis Vives. A partir de este momento el apoyo oficial del gobierno de Manuel Ávila Camacho disminuyó y las cosas empezaron a complicarse más para los niños y jóvenes españoles. Hacia 1943 la situación se hizo insostenible porque las autoridades cortaron el presupuesto y decidieron la clausura de la escuela donde estudiaban todavía 60 niños. El 24 de diciembre de 1943 concluyeron para los Niños de Morelia las actividades en su escuela; los que quedaban fueron echados.
Los Niños de Morelia se convirtieron en “niños de la calle”
Con la ayuda de la antigua colonia española que apoyaba la República y algunos peninsulares que iban llegando, un grupo de niñas fue llevado al orfanato Divino Pastor, en Mixcoac, de la Ciudad de México: otro, al Convento de las Madres Trinitarias, en Puebla.
La mayor parte de los jóvenes había abandonado la escuela o se encontraba a punto de terminar los estudios primarios. Era necesario ofrecerles otra salida que no fuera el desamparo ni abandono del vínculo con sus compañeros. Así surgiría desde la Federación de Organismos de Ayuda a los Republicanos Españoles (FOARE) el proyecto de creación de casas-hogar que funcionaría con relativo éxito durante cinco años. Para abonar el pesimismo, el 13 de junio de 1939 atracaría en el puerto de Veracruz, el buque Sinaí; luego vendrían el Ipanema, el Manuel Arnus, y el mismo Mexique entre otros, amparados por bandera mexicana. Se inaugura la época del Exilio Español.
Mucho se ha hablado de la decisiva aportación de los exiliados españoles al progreso y modernización de México, y por eso se ha dicho que la guerra civil de España la ganaron los mexicanos. México se convirtió en la nueva patria de la República Española y de sus ideas de igualdad y justicia social; de esa esperanza de promisión y progreso que los españoles llevaban buscando, con la emigración al Nuevo Mundo.
Como escribió el poeta Pedro Garfias, “de nuevo los españoles marchaban a México, pero ya no como conquistadores, sino como conquistados. Conquistados por una tierra acogedora que les dijo: uno es de donde mejor se siente, y unas gentes hermanas que les proporcionaron casas donde habitar, escuelas y universidades donde enseñar, talleres donde trabajar, hospitales donde sanar, y tierras que cultivar”. Pero no fue así para los Niños de Morelia que, abandonados por españoles y mexicanos, sin participar del prestigio que sus compatriotas exiliados gozaron en su nueva Patria, tuvieron que sobrevivir a duras penas, afrontando la separación de sus hogares y de sus padres con una madurez difícilmente exigible a niños de su edad. Y es por esto que la mayoría de éstos, ya ancianos, prefieren reconocerse, más que como españoles o mexicanos, como Niños de Morelia.
Los niños dejaron una lección de vida hermosa. La gran mayoría sobrevivió a la calamidad de la guerra, se instruyeron y formaron familias. Muchos de ellos se integraron a la sociedad mexicana en los términos en que habían sido acogidos, como hijos de México sin dejar de ser hijos de España. La mayoría de estos niños conservaron un sentimiento de gratitud hacia el general Cárdenas, el pueblo mexicano y los españoles residentes en México.
Han transcurrido 28 mil 500 días desde su llegada, setenta y siete años han pasado desde el 7 de junio de 1937. Fecha en la que los pequeños republicanos llegaron a México. De aquellos niños que ahora ya pertenecen a la historia de su ciudad, Morelia y de México. El internado España-México sigue existiendo en otra ubicación de la ciudad de la Cantera Rosa. Ellos, los niños de antes y los adultos de hoy, siempre serán recordados como: “Los Niños de Morelia Con España en el recuerdo, con México en la esperanza.”Cantaría el poeta salmantino este verso escrito en el buque Sinaí en 1939, y exiliado español en México, Pedro Garfias (Salamanca 1901-Monterrey, Nuevo León 1967).
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