JORNALEROS AGRÍCOLAS MIGRANTES:
Viajeros sin Futuro
ABRAHAM GARCÍA GÁRATE
MÉXICO ES UN PAÍS que vive un proceso de migración dinámico al interior de su territorio,
teniendo como protagonistas principales a los jornaleros agrícolas migrantes. Son los peregrinos del hambre, los desheredados.
El hambre que padecen estas familias ha permitido que los productores agrícolas labren fortunas. Esta
fuerza de trabajo, esta mano de obra casi gratis es la que necesitan para explotarlos
como esclavos modernos. Entre más indefensos estén, más posibilidades existen
para cometer abusos, engaños y tratos crueles e inhumanos que le garantizan a
los empresarios agrícolas la obtención de ganancias fáciles y de alto
rendimiento.
En México, la Encuesta Nacional de Jornaleros (ENJO 2009), arroja que dos
millones 40 mil 414 personas se dedican a actividades agrícolas, quienes
sumadas a los miembros de sus familias ascienden a más de nueve millones de
personas en hogares jornaleros. La estimación del universo total de jornaleros en
México consideró un promedio de 4.5 integrantes por hogar jornalero, tomando en
cuenta los más de dos millones de jornaleros a nivel nacional y como máximo la
misma cantidad de familias, se logró estimar la población jornalera superior a
nueve millones.
Es la primera vez que en el país se tiene un padrón que permite conocer de
dónde son los jornaleros, cuáles son sus principales rutas de migración, cual
es la cifra aproximada de población infantil jornalera, dónde trabajan y en qué
tipo de cultivos participan. La Encuesta Nacional de Jornaleros 2009, logró levantarse
en 689 municipios de 31 estados. Se calculó que 21.3 por ciento de las familias son migrantes; es decir, hay 434
mil 961 familias de jornaleros agrícolas migrantes a nivel nacional. El mayor
porcentaje se encuentra entre los 16 y 20 años, con un 7.8 por ciento para los
hombres y 6.5 para las mujeres.
Del total de los jornaleros agrícolas migrantes, se informó que actualmente
81 por ciento son hombres y 19 por ciento mujeres; 57 por ciento del total de
jornaleros se emplea en cultivos de café y chile, y que del total de la
población de jornaleros 39 por ciento son menores de edad; es decir, 795 mil
761 niños o adolescentes; 90 por ciento de los jornaleros agrícolas carece de
contrato formal; 48.3 por ciento tiene un ingreso de tres salarios mínimos y 37
por ciento gana dos salarios mínimos. El 54.8 por ciento de los trabajadores
están expuestos a productos agroquímicos de forma cotidiana y el 40 por ciento
de los jornaleros agrícolas provienen de población indígena.
La población jornalera agrícola infantil en el país asciende a un total de
711 mil 688 menores de edad, aproximadamente 39.1 por ciento de la población
jornalera. Un 60 por ciento de estos niños, niñas y adolescentes se dedica al
trabajo remunerado como trabajadores agrícolas. Siendo el chile el cultivo en
el que más menores laboran, 55 mil 635 que corresponden al 12.8 por ciento del
total de la población jornalera infantil. Le sigue el melón y el tomate rojo
con el 11 y el 10.4 por ciento respectivamente, mientras que en los cultivos de
piña (0.2%) y tabaco (0.3) se identificó una cifra menor de niños trabajando.
A las labores agrícolas la mayoría de las niñas y niños jornaleros empiezan
su vida como trabajadores del campo después de los cinco años, encadenándose así,
eternamente al trabajo duro del surco. Por otro lado, hombres y mujeres de
menos de cincuenta años ya no son contratados, en su mayoría porque su mejor
momento ha quedado atrás. Antes de los cincuenta son ancianos. Antes de los
diez años a las niñas y niños jornaleros les han robado su infancia.
Las camionetas Ford-350 de redilas salieron del pueblo
y se perdieron en el camino terregoso dejando una estela de polvo tras de sí,
era lo que él alcanzaba a ver. Sus hijos, nueras, nietos y bisnietos viajaban
en ellas. Su bisnieto más chico era El Chencho, del que con más alegría
se había despedido. “¡Ah muchacho!”, pensaba al
recordar también, que por esa edad empezó a trabajar en el campo a
cambio de pocos pesos para ayudar a la familia; sus hermanos más
grandes lo habían enseñado a trabajar.
En este viaje
lo dejaron en el pueblo, ya no pudo ir aunque quería, a sus casi cincuenta años
era un anciano. Sus hijos ya no lo quisieron llevar y ya nadie lo
quería contratar.
Sus manos y la
espalda no trabajaban como antes cosechando, en ese antes donde podía recorrer
surcos llenando costales, javas, arpillas, cajas; de limón, tomate, chile,
pepino, papaya, aguacate, melón. Pero ahora decían los mayordomos o los “cabos”
que ya no le funcionaban, que no, que ya no eran útiles. Es cierto, la espalda
le dolía pero no como para no poder trabajar. La tos que tenía -decían los
promotores de salud- era crónica, como
si él supiera que era eso- ya la traía desde hacía años, pero ahora sí les
importaba. Esa tos la había agarrado en el mismo campo donde Mercedes, su mujer, enfermó para no
volver a curarse. De allá se habían traído algo, a ella la Muerte se
la había llevado pronto, a él, lo roía por dentro todo el tiempo. El más
pequeño de sus hijos nació por aquellas épocas, pero no sobrevivió, no sabía
bien por qué. Le habían dicho que por los “Agentes Químicos” en los
surcos, pero él nunca había visto por los campos de cultivo a esos señores para
enfrentarlos.
Toda su vida la había
vivido en el campo, entre su comunidad y las zonas de trabajo. Aunque había
nacido en su pueblo, al mes ya acompañaba en su periplo por los campos de
cultivo del país a su madre y a su padre en los jornales del campo. Dormido lo
dejaban en el surco mientras ellos recogían la cosecha. Su madre le contó que
una vez casi se muere de insolación y deshidratación porque no se acordaban en
qué surco lo habían dejado. Cuando le preguntaba a su padre, hombre de muy
pocas palabras pero de mucha fuerza,
¿Por qué trabajaban
en el campo? Él le respondía que era por “La Herencia”. Era
bisnieto de bisabuelos jornaleros y nieto también de abuelos jornaleros. El
padre de su padre había sido bracero allá por el 42, de los
primeros que llegaron a Stockton en California. Cuando regresó, el dinero que
les tenía que dar el gobierno norteamericano por conceptos del Seguro de Salud,
fue depositado al Banco de Crédito Agrícola pero el gobierno mexicano nunca se
los entregó; de hecho, desaparecieron los fondos. Como el
ahorro nunca llegó a sus manos tuvieron que volver a trabajar el campo, el
propio y el ajeno por un jornal. Y su padre cuando estaba chico, acompañaba al
suyo en las largas jornadas agrícolas.
De los nueve hermanos
que tuvo, solo él quedaba; no era el más grande pero tampoco el más chico, los
que venían detrás se fueron al Norte y no sabía de ellos nada. De las hermanas
que hubo en la familia, ya ninguna vivía, entre malparidas, enfermedades y
maltratos del marido -como le había pasado a Carmen- también se habían adelantado en el camino. Pancho, al que le ganó la borrachera lo
cuidaba bien cuando estaba chico y no permitía que le faltara nada, siempre
compartía con él lo que tenía y más cuando hambre era lo único que había. Pero
al Pancho le gusto el trago y una
noche dormido se quedo afuera de su casa y no volvió a despertar…pero eso había
pasado hacía mucho tiempo.
En sus ojos cansados
se veía el reflejo de los campos del Valle del Fuerte en Sinaloa cuando llegó a
los 15 años, y más fuerte era el recuerdo en ellos de San Quintín, en un lugar
llamado Baja California, pero no eran recuerdos gratos, a los 16
decidió nunca regresar a ese lugar infernal. De allá se trajo a Mercedes, que era su paisana. Ella tenía
trece cuando la conoció, catorce recién cumplidos cuando se juntaron. Mientras prendía un
cigarro y a través del humo, alcanzaba a ver la lejana polvareda de las
camionetas de redilas que transportaban a su familia. El Isidro y el Luis, sus
hijos grandes, habían llegado a decirle que se iban Pa´l otro lado, que aquí no la hacían, que los tíos, si se habían
adelantado y no regresado, era porque les había ido bien. Sabía dentro de sí
que no los volvería a ver y así fue, a su cuidado quedaron los nietos y las
nueras. Una de sus hijas, La Chabela, esa sí que había salido bonita, -tan bonita que
estaba, que decían que se parecía a las hijas del patrón del rancho donde una
vez había llegado con Mercedes a
trabajar y al cual ella nunca quiso regresar-, a ella no le gustaba el campo ni
trabajar en él y se fue para la ciudad. La Chabela
les había mandado una invitación para su boda como con un año de retraso y
después de un par de años, una carta, donde les contaba que vivía
bien y que tenía dos hijos. Él pensó en sus nietos a los que no conocía –ni
llegaría a conocer- que podrían vivir mejor que ellos, que podían estudiar y
trabajar, y un día tener tierras para que los primos les ayuden a sembrar. Ahora sus bisnietos, nietos,
hijas, hijos y nueras, viajaban en las camionetas de los enganchadores,
que aunque los conocían desde hace muchos años no por eso los trataban
mejor. El Chencho ya tenía cinco años; este es su primer viaje
de trabajo en los eternos surcos de los campos agrícolas, ya conseguirá sus
propios centavos. Sonríe cuando lo recuerda, “es bien vivo, bien
listo”. Cree que será de los que las maestras de las escuelas para
niños migrantes le insistan mas en estudiar, en que deje el campo y aprenda a
leer y a escribir y a sumar y a restar. A él nadie lo enseñó a leer, por eso
nunca aprendió. El sumar y restar lo asimiló por los bultos llenos que valían
dinero al final de la jornada. A saber de las denominaciones, “solo con
ver -decía- solo con ver”. Por allá alcanzó a
distinguir a algún representante del gobierno federal que había venido a
inspeccionar que todo estuviera bien para el viaje y que todos hubieran ya dado
su contribución -al del gobierno- para poderse ir. Desde que estaba chiquito,
habrá tenido unos cinco o seis años, los del gobierno –solía pensar- siempre
hablaban todos igual. Le habían llegado toda la vida, desde que pequeño estaba,
que campañas de vacunación que parecían enfermar más a la gente, que programas
de salud que no curaban a nadie, y eso no le había ayudado al Ramiro, el tercer
varón, cuando a los diez años se enfermó en Nayarit y no regresó mas
al pueblo.
A él, lo
que siempre le había dolido es que no le habían dejado trasladar el cuerpo de
su hijo y allá estaba lejos, enterrado en tierra extraña y lejano de ellos; Que
campañas de alfabetización, pero no conocía a muchos que supieran leer; y otras
que se llamaban de “Filiación”, donde les pedían su nombre y la
credencial, quesque servían para votar por un cambio y para que todo mejorara,
pero nunca le dijeron donde y cuando había de hacerlo, y no sabía si
el cambio había llegado. “Los alacranes -le había
advertido al Chencho- son cabrones, hay que
tener cuidado con ellos”, y el Chencho viéndolo con esos
ojos negros grandes y alegres le respondía muy serio, aceptando la
responsabilidad “Si, Güelo”. Ojalá alcanzaran
lugar en el albergue para Jornaleros, es menos malo y era nuevo. Preferible
llegar ahí que a las casas que rentan para ellos, siempre están cayéndose de sucias,
viejas y de feas. Los dueños nunca tienen el cuidado de arreglarlas, “Como
son pobres ni lo sienten”, “¡Ah como no vamos a sentirlo!”, ¿Cómo
cuando nos metieron en las porquerizas, que según ellos habían limpiado y
estaba llenas de gusanos y ratas?, ¿O como aquella vez, en la casa grande donde
su compadre había embarazado a su propia hija en una noche de borrachera?, ¿O
en la otra, donde el enganchador
tenía como cinco esposas, todas criaturas, y quería más? Iban pa´llá tras él,
venían pa´cá con él, él les gritaba ellas lloraban. “No, si la vida es
dura y más pa los que no tenemos nada…” decía su Apá. ¿O cuando les dijeron que hasta cuarto para cada uno
tendrían y los mandaron debajo de la Ceiba?,
Así nomás, ¡Dijo el Patrón que aquí se quedan y aquí se quedan! Esa
noche, todos durmieron bajo el frondoso árbol, esa noche y la siguiente, y las
de los cuatro meses que estuvo en la cosecha del chile. El humo del cigarro
en el ojo izquierdo lo regreso de sus pensamientos y recuerdos, tosió un poco y
escupió. ¿Cuántas horas se irán a viajar?, ¿Dieciséis?, ¿Dieciocho?, ¿Un
día?, ¿Dos? a lo mejor; bueno, hasta una semana dependiendo a donde vayan,
dependiendo como les vaya. Uno terminaba agotado, exhausto de esos viajes, y
cuando llegaban a su destino lo que querían era bajarse, como fuera pero
bajarse. Y después de ese desplazamiento sin descanso, el campo agrícola los
esperaba antes del próximo amanecer para que se pusieran a trabajar, como la
cosecha pasada, como la de antes…como las de siempre. El cigarro soltó su
último suspiro ahumado, él lo aspiró profundo, fuerte, agusto. Dejo salir el
humo y lo disfrutó. Tiró la colilla al piso dejándola extinguirse poco a poco.
Se acomodo con sus manos duras y dedos chuecos de lado el sobrero de palma. El
sabor del tabaco oscuro no se iba de su boca cuando sus pasos arrastrados,
lentos, fatigados, se alejaron poco a poco de donde se encontraba. Las camionetas
desvencijadas se habían perdido en la distancia. En cuatro meses regresarían
sus hijos, nueras, nietos y bisnietos y “El Chencho”, pa´
contarle de su primer trabajo, de cómo ya se estaba convirtiendo en hombre…
¡Ah que muchacho!… Los gobiernos han evadido su responsabilidad de velar por los derechos
de los migrantes internos. Los jornaleros agrícolas migrantes son invisibles
para las autoridades de los tres niveles de gobierno, no tienen derecho a
exigir atención porque no hay sentido de pertenencia ni arraigo en los lugares
donde trabajan, están siempre de paso y por lo mismo nadie se siente obligado a atenderlos. No se puede ser cómplices de esta tragedia que padecen, no se puede a
aceptar esta situación injusta, hay que oponerse a las prácticas racistas que
adoptan las autoridades que victimizan a los más vulnerables. Se deben parar
estos abusos, no se puede seguir permitiendo que se denigre la vida de los Jornaleros
Agrícolas Migrantes. Se tiene que dar la batalla por sus derechos, para
que las mujeres, jóvenes, niños y niñas puedan reconstruir un proyecto de vida
y hacer posible sus sueños de vivir como hombres y mujeres libres en
condiciones de igualdad y de derechos. El trabajo infantil agrícola en México sigue siendo uno de los grandes
desafíos para las instituciones
responsables de lograr su erradicación.
Estas líneas son apenas un acercamiento a un problema estructural que
nos habla de la profunda desigualdad que sigue imperando y, que la sociedad y las autoridades no están
atendiendo
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