De nuestra cultura político-retórica, es el análisis sobre el estilo personal de gobernar, por el que se caracteriza el modo de actuar de los presidentes mexicanos, según escribió Daniel Cosío Villegas, frecuentemente citado aunque por muchos de los citantes poco leído a profundidad.
Es permisible editorialmente trasladar esa incitación indagatoria a las formas de expresar y proceder -del dicho al hecho- de los titulares de la Iglesia católica, a fin de cuentas reputada como el partido político más viejo del mundo.
Guía espiritual de cientos de millones de seres humanos, el papa jesuita Francisco está dando un viraje al pensamiento y praxis de la Santa Sede, que lo sitúa en la antípoda de su antecesor más nombrado en América Latina, Juan Pablo II, según evidencias de la reciente visita del pontífice argentino a Cuba y los Estados Unidos.
No resulta temerario afirmar que Francisco está implantando un modelo de diplomacia de la que deben aprender jefes de Estado, aun aquellos que, por la naturaleza de los regímenes jurídicos que representan, entran en la categoría de laicos.
De ese ejercicio diplomático papal, es producto el nuevo entendimiento entre los gobiernos de Cuba y los Estados Unidos que, después de más de medio siglo de tensiones y hostiles acciones directas, recuperan un diálogo que lanza señales de pacificación a todo el hemisferio y el mundo todo.
Lo dijo en su momento el cubano libertario José Martí, hoy paradigma de la Revolución cubana: Conozco al monstruo; he estado en sus entrañas. Y, desde la Plaza de la Revolución habanera y otros escenarios de la Isla, Francisco ha convocado a no temer ser políticamente incorrectos y a servir a la gente, más que a las ideologías.
Como Martí, Francisco se introdujo a las entrañas del monstruo a enfrentarse a lo que históricamente ha sido, según se mueva la veleta, la diplomacia de las cañoneras, la diplomacia del dólar y hoy por hoy, la diplomacia de los misiles. No es una hazaña menor.
Desde que Francisco está en posesión del báculo de Pedro, ha sido un insospechable abogado de Los condenados de la Tierra (en la descripción de Franz Fanon); aquellos que, en las devoradoras aguas del Mediterráneo, sucumben por miles en su huida de las infrahumanas condiciones a los que los someten regímenes peleles de designios colonialistas de las potencias expoliadoras “del resto del mundo”.
Francisco ha dado sostenido testimonio de su visión abarcadora y, avisado de que la ahora incesante y tumultuaria migración no es privativa de algún continente o de alguna región -sino ruin fenómeno enervado por la globalización económica-, ha denunciado urbi et orbe la crisis humanitaria provocada por la vocación y la acción guerreristas de intereses imperiales que a su rapacidad sacrifican todo signo de piedad.
No es de extrañar, entonces, que Francisco haya querido ser políticamente incorrecto durante su presencia en los Estados Unidos y elevado la gravedad y sonoridad de su discurso para denunciar la guerra y sus atroces consecuencias; entre éstas, la compulsiva expulsión de millones de víctimas inocentes del hogar de sus ancestros.
Sólo para ilustrar la magnitud de la tragedia impuesta a esas víctimas, es del dominio público que la situación de guerra asestada a Siria por los Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Arabia Saudita, Quatar y Turquía, ha ocasionado ocho millones de desplazados internos y el éxodo de otros cuatro millones, a cuyo refugio se resisten violentamente los gobiernos europeos.
“Políticamente incorrecto”, acotamos, porque el sistema político del imperio se encuentra inmerso ahora mismo en un ríspido proceso para la sucesión presidencial de Barack Obama.
“Políticamente incorrecto”, insistimos, porque la nación visitada es predominantemente protestante. Pero el mensaje pontificio no fue sólo para los practicantes del credo católico (una cuarta parte de la población estadunidense, cuarta además en el mundo después de Brasil, México y Filipinas), sino para una sociedad toda que blasona su condición de cristiana.
El punto es que, no obstante esa composición demográfica creyente, Francisco ha dejado constancia de que, ahí donde se requiera, la nueva diplomacia vaticana, como lo dijo en Cuba, ha de servir a la gente, más que a las ideologías. (Que expresan intereses de clase, más que del ser humano de carne y hueso).
¿Qué lección deja a México la diplomacia franciscana? Ahora mismo, los transterrados mexicanos en los Estados Unidos son amenazados por los instintos nazifascistas del precandidato presidencial republicano, el empresario Donald Trump, según las encuestas uno de los mejor posicionados para las próximas elecciones presidenciales.
Contra ese delirante hostigamiento que, en su más cuidadosa y profunda lectura juzga y condena al régimen de gobierno mexicano, en las esferas oficiales mexicanas se ha asumido la posición del avestruz.
Peor aún: Pretende el gobierno mexicano escapar por peteneras agarrando pleito exclamatorio con el gobierno de Egipto por los reprobables hechos del 13 de septiembre; sonsacado -el gobierno mexicano- por ciertos “líderes de opinión” que casi exigen a Enrique Peña Nieto convoque al Consejo de Seguridad de la ONU para obtener el fíat y declarar la guerra al gobierno egipcio.
Son, según los últimos censos de población, casi 22 millones de mexicoamericanos los radicados legalmente en los Estados Unidos. Son unos dos millones los que “se defienden” con una precaria visa de residencia laboral y casi ocho millones los codificados como ilegales. El señor Donald Trump quiere exterminarlos a todos, en una operación de limpia racial.
Y, como es habitual en nuestro clima de barbarie, lo que hace el gobierno mexicano es redactar un borrador de condolencias, mientras acredita como embajador en Washington a un vendedor de encuestas.
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