LA VIOLENCIA, DEJÓ ESCRITO EL CLÁSICO, “es la gran partera de la Historia”. La grave cuestión radica en saber quién es el facultado para ejercer la violencia.
CON LA LLAMADA “revolución conservadora” proclamada hace cinco lustros por la dupla anglosajona Margaret Thatcher y Ronald Reagan, los gobiernos nacionales adscritos al modelo neoliberal han tomado a título de fe el monopolio legítimo de la violencia como definición weberiana de Estado.
“Toda la fuerza del Estado”, que es por su propia naturaleza un precepto consustancial a la disciplina socio-jurídica, es invocado, sin embargo, a la primera provocación, por gobernantes tecnócratas emanados de carreras economicistas.
El asunto se pone peliagudo ahora que, sobre los regímenes constitucionales de cada Estado soberano, se impone compulsivamente el Derecho Corporativo Global, al que han de someterse, sin excusa ni pretexto, los pactantes de los nuevos bloques económicos occidentales.
La pregunta pertinente es si, por ejemplo, los Estados Unidos, que, después del conocido S-11, so capa de combatir el terrorismo en el extranjero, adoptaron voluntariamente el Estado policiaco contra sus propios ciudadanos.
Nos parece pertinente la pregunta habida cuenta que, mientras que los gobiernos aliados que con la coartada del antiterrorismo han puesto a la Humanidad al borde de la Tercera Guerra Mundial, en sus propio territorio son presa de un enervado nacionalismo de corte chauvinista que internaliza el conflicto bélico y pretende cerrar las fronteras a todo lo que provenga del exterior.
Evidentemente, ese es el signo más visible de las contradicciones del nuevo colonialismo acometido bajo la bandera de la globalización económica, cuya crisis no se compadece del estado de bienestar de los pueblos arrastrados sin consulta a un nuevo Holocausto.
Por su expediente cultural, nos referimos a países de Europa, donde la democracia electoral está permitiendo a los movimientos radicales de vocación fascista hacerse del poder político.
Otra cuestión diferente, por lo que atañe a México, es la tendencia que se observa en los Estados Unidos, donde un precandidato presidencial, Donald Trump, se hace de una posición en la preferencia del voto en las próximas elecciones presidenciales exaltando instintos xenofóbicos en grado de exterminio.
Existe en los contenidos del discurso del republicano Trump, referidos al combate al islamismo extremo, algo que no puede definirse como paradoja, sino como simple cinismo: Ya que los Estados Unidos son responsables de empollar al huevo de la serpiente en el Medio Oriente, debe hacer pagar a los gobiernos aliados de esa región el costo que implica para la sociedad norteamericana el sostener la guerra para erradicar el terrorismo.
Cinismo es el término, porque en el desesperado intento de satisfacción de la adicción al petróleo, Washington no tuvo escrúpulos para provocar y financiar choques bélicos entre naciones vecinas y, una vez definida una pírrica victoria de algunas de las partes, remisas éstas a la adhesión ideológica y económica a occidente, les fabricaron caballos de Troya como al Qaeda, Hermandad Musulmana y otras formaciones radicales que han devenido bárbara tentativa de implantación del Estado Islámico, como resabio del viejo Califato.
El pecado obliga a la penitencia, y es el estado catártico en el que se encuentran las naciones socias de la Unión Europea, donde la estabilidad de sus regímenes pende de un alfiler bajo el empuje de los movimientos nacionalistas, cuya placenta tuvo su caldo de cultivo en otra forma de terrorismo: El nazifascismo.
Aquel espectáculo sobrecogedor cae en la típica figura del que intenta escapar de la sartén y cae el fuego. Es el mismo riesgo en el que ahora mismo se encuentran los Estados Unidos, donde un nervioso Barack Obama, golpeado por el búmeran en su propia casa, ya no quiere queso, sino salir de la ratonera. Lo logrará en unos meses más, pero dejara sobre sus compatriotas una bomba de mecha corta. Los remesones de la ultraderechización del Primer Mundo, fatalmente se están resintiendo gravemente en América Latina.
Casualmente, cuando Cuba contemporiza con la Casa Blanca para intentar sacar de la postración a su bloqueada economía, los gobiernos de signo progresista del Sur empiezan a ser desplazados. En Argentina y Venezuela, por la vía electoral. En Brasil, por la vía de un golpe de Estado legislativo. Poner las barbas a remojar, no es una mala advertencia. En 2016, más de un tercio de los estados de la República están convocados al cambio de gobernador. Sus resultados serán plataforma para la sucesión presidencial de 2018.
Si la ceguera no nubla la intuición de las fuerzas políticas nacionales beligerantes, están a tiempo de evitar que el destino nos alcance. Vale.
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