“Mis hijos iban con una mano delante y otra atrás. No tenemos ni un céntimo”. Marta Ferrusola, esposa de Jordi Pujol, ex president de la Generalitat
MADRID.- Al principio me sorprendió porque tengo entendido que esto sólo ocurre en países “bananeros”. En España, no. Ahora, lo tomo como si ocurriera en el pueblito de Tsren, cerca del Ártico donde suceden las cosas más insólitas o, al menos distintas, a las que estamos acostumbrados.
Insisto, lo veo y oigo en Televisión Española (la pública que pagamos todos) y me quedo frío. Quise cerciorarme de que escuchaba bien y agucé el oído e hice casita con la mano alrededor de la oreja para cerciorarme.
Tomo asiento y me concentro al máximo. Es verdad. El ministro de Justicia, Rafael Catalá, explicaba, con firmeza y sin el menor recato, que habría que penalizar a los periodistas que descubren las fechorías de políticos y empresarios.
¿Sabe cómo?
Pues así lo explica don Rafael: “hay que proteger el secreto de sumario, evitar filtraciones y el que las haga o las reciba podría ir a la cárcel. Tenemos, por tanto, que guardar silencio y no atrevernos a publicar nada que no provenga de la élite gubernamental.
Como en los tiempos de Franco
Catalá lo expresó en una reunión semi informal frente a decenas de reporteros que cubrían una información sobre la justicia tan deteriorada en nuestra nación.
Si no observáramos esas condiciones, agrega el susodicho, deberemos ser multados o encarcelados por transgredir las leyes judiciales que deben ser intocables e inaccesibles.
Para ser más claro, el funcionario es partidario de que la prensa se meta en sus asuntos y no en los ajenos. Dicho en buen romance: si no hay boletín Oficial del Estado en donde se señala lo ocurrido y datos al respecto, las fechorías de los delincuentes no tienen por qué ser conocidas por los españoles.
Créaselo, yo estoy convencido de ello, me recuerda a viejos tiempos que viví y sufrí, que sentí y me dolieron. Años en los que si no levantabas la mano o cantabas un fachoso cara al sol, te llevaban detenido. A mí me ocurrió.
Casi cuarenta años después de tales tropelías volvemos a lo de siempre, o, al menos, lo intentan los nostálgicos. Cualquier funcionario público que conociese algún latrocinio o fraude de grandes dimensiones, tendría que tragarse la información o responder a la justicia.
Pero el tiempo se acaba, faltan menos de ocho meses para intentar que vuelva la democracia perdida en los últimos tiempos. Y a lo mejor no vuelve.
El inmovilismo quiere seguir quieto
Sin embargo, presionan más: ahora resulta que los nuevos partidos políticos, Ciudadanos y Podemos, representan una amenaza para el establecimiento (lo establecido, lo que hay que defender y conservar aunque se pudra).
Y debe hacerse a toda costa. El inmovilismo quiere seguir quieto, atado a las costumbres de los gobiernos que han propiciado el mayor número de pobreza en Europa en los últimos seis años.
Matizó don Rafael, que no es el momento de elaborar una ley al respecto pero que lo planteaba como una posibilidad de futuro. Nos tragamos las gachas porque no hay de otra.
De ocurrir –lo que nunca ocurrirá– este país sería jauja. Todos, sin excepción, los delincuentes de cuello alto y mente sucia vivirían a sus anchas amparados por el famoso secreto del sumario.
¿Sabe usted que la trama Gürtel, Pokemon, las tarjetas black, la contabilidad b del PP, el blanqueo de dinero, la fuga de capitales, los amaños con terrenos municipales y los pagos millonarios a banqueros corruptos los hemos conocido gracias a la valentía y la honradez de periodistas y políticos que denuncian los hechos? La libertad de expresión, conquista internacional, respetada por las naciones democráticas y temida por las totalitarias es uno de los adelantos más importantes de la civilización occidental. Tocarla aunque sea con el hálito de don Rafael sería un insulto para la sociedad.
Reacciones
Fue tal la repercusión que tuvieron las palabras de Catalá que los voceros y políticos del Partido Popular salieron a la palestra, dándose golpes de pecho, compungidos y a toda prisa, para refutar tales afirmaciones.
En esos momentos y sin esa impudicia aún no se logra hacer justicia medianamente ni meter en prisión a los miles de prevaricadores que pululan por nuestro territorio.
Los cónclaves entre funcionarios públicos y empresarios venales permiten todavía que una gran parte de las felonías quede sin castigo. Se confabulan entre ellos, presionan a los jueces, o los convencen. Y, en todo caso, y si no hay más remedio, los cambian de juzgado.
El ministro lanzó una bomba subterránea para conocer cómo reaccionan los diferentes sectores productivos españoles. Fue sólo un…a ver qué pasa… y pasó. De qué forma pasó. En algo benefician sus palabras porque han puesto sobre aviso a los que realmente desean que la libre circulación de informaciones se mantenga inalterable y que, no importa cómo, filtraciones incluidas, los criminales paguen por su delito.
Su intención fue realizar una encuesta solapada semejante a las oficiales y privadas que se realizan a montones en este año en que la política y los comicios electorales están de moda.
Realizó un maravilloso horóscopo y colocó en el lugar adecuado para él a los distintos integrantes de los medios y de la cúpula empresarial. Nada dijeron al respecto el presidente del Gobierno, el presidente de los Patrones, ni ningún organismo de la élite empresarial. Dar la callada por respuesta podría ubicarlos como simpatizantes o al menos no contrarios a la superchería oficial.
Si la extrema derecha del Partido Popular se mueve ya para fijar posiciones y adoptar medidas que en el futuro coarten la libertad de prensa, acaban de ser descubiertos y no podrán hacerlo.
Boleto sin regreso
No lo harán porque los candidatos más rancios a las alcaldías y presidencias autonómicas están siendo rebasados por los políticos de nuevo puño que han visto cómo España puede caer nuevamente en el oscurantismo.
Los líderes de Ciudadanos y Podemos, la Izquierda Unida de Alberto Garzón y algún que otro independiente, como suele ocurrir, están dispuestos a dar la pelea para rescatar a España de la jauría de incompetentes y retrógrados.
Si ocurriese otra cosa tendríamos que ir comprando un boleto de avión sin regreso, a las Antípodas.
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