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Edición 253

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retobos emplumados

 

De Mora sin tardanza es el apellido

Se trata de una familia cuyo recorrido se realizó a zancadas de mar y brisa: España, República Dominicana, Cuba, México... en empapado tránsito de lunas que asimismo salpicó una variedad de oficios: ópera, cine, rock, periodismo... y un vínculo con la Revolución Cubana, atestiguado sin parpadear desde los insomnios del gran faro.

 

Asilo político a un adolescente

Carlos Mora arribó a defeños lares apenitas traspuesta la pubertad, venía de La Habana asediado por el gobierno de Gerardo Machado. Era tan jovencito que no requirió maquillaje para interpretar a Vicente Suárez en El cementerio de las águilas, film acerca de los Niños Héroes que estelarizara Jorge Negrete, cinta con fuertes influjos de escolar laminita.

 

Carlos Mora se hizo periodista, escribió en El Machete, Siempre, Excelsior...  fue uno de los organizadores del Sindicato Nacional de Redactores de Prensa. En su casa mexicana que compartió con su hermano José y su sobrino Santiago -en la colonia Industrial- tuvo a la historia inminente de visita: Fidel Castro y  Che Guevara, compartieron la sal y la palabra; aunque el anfitrión no se embarcó en el Granma, siempre estuvo embarcado con los revolucionarios, con los suyos, con los nuestros.

 

En 1961, el fugaz actor y permanente tecleador, retornó a Cuba, desarrolló tareas de alfabetización, lo sorprendió la invasión a Bahía de Cochinos, a la que enfrentó. Junto a otros colegas fundó en la isla la Unión de Periodistas. Recibió la subdirección de Prensa Latina, la que por cierto surgiera en los inicios del triunfo castrista, tras una propuesta de Guevara de la Serna para crear una agencia, encomendando la titularidad a Jorge Massetti, periodista argentino, quien poco después partió hacia su tierra a fin de preparar un movimiento armado que denominaron Ejercito Guerrillero del Pueblo (EGP), se puso el sobrenombre de Segundo Sombra, afamada obra de Ricardo Güiraldes; el Che, quien tenía proyectado unirse en el transcurso de unas cuantas semanas al campamento situado cerca de Bolivia...sería nombrado Martín Fierro, otro clásico de la literatura, de José Hernández. Aquél era comandante segundo y éste comandante primero, sin embargo, los revolucionarios fueron descubiertos y masacrados. El EGP tendría, en distintas latitudes y temporales, acciones resonantes, una de ellas el ajusticiamiento de Somoza en su destierro paraguayo. Al líder de esa agrupación revolucionaria, Enrique Gorriarán Merlo -ejecutor de don Anastasio- lo apresó la administración de Zedillo, quien lo extraditó a Argentina, obediente siempre don Ernesto de oligarcas y la Casa Blanca. Por eso plutócratas e imperio tanto lo chiquean.

 

Mora de dístico aroma

Margarita Mora, hermana de Carlos, vino a México procedente de su natal Santo Domingo, no del paradisíaco sitial en que títulos y actas de re-nacimiento surgen con la brevedad de un chasquido... sino del solar dominicano, de donde partió con sus padres, oriundos de España, tenor y soprano, integrantes de la operística compañía de Pepita Embyl, mamá de Plácido Domingo.

 

Margarita sí se afincó en menesteres cinematográficos, fue protagonista, por ejemplo, de Amapola del camino y Águila o sol, acompañada por Cantinflas y Medel. Tanto moró la hermosa Mora en estos confines que se casó con un periodista mexicano con el que procreó otra Margarita (Díaz Mora), idéntica flor e idéntico aroma.

 

Águila o sol, recurrente titulación en otros géneros artísticos (en novela Heriberto Frías, en poética Octavio Paz...) significó para Margarita una gran proyección dentro y fuera de las pantallas: trabajar con el casi debutante en cine Mario Moreno, aunque ya popularísimo en la enlonada magia de las carpas, y estar bajo la dirección de Arcady Boytler... se constituyeron en carta de presentación y catapulta.

 

El otro fratelo, José, laboró de apuntador en el teatro Helénico, mientras su hijo Santiago tenía en perspectiva estudiar veterinaria y tupirle tempestades a la guitarra, de la que haría trabajo y devoción, tocando en plan de solista con una sinfónica juvenil, en la formación de un grupo roquero e integrándose a una cooperativa de músicos democráticos. Carlos, José y Santiago, en parangón de tango, corrido y bolerito... vivieron en la misma casa y con la misma sangre.

Otras analogías en brazadas de mar y vuelo

A los Mora se les equipara, respecto al desplazamiento por lejanos andurriales, con José María Heredia, el bardo al que clasifican Poeta de Cuba, el que juvenil también salió del terruño por persecuciones políticas, por su independentista proclividad, el que a los 16 abriles escribió una larga versificación referente al teocalli de Cholula con aserciones contrarias a los antiguos mexicanos, poema cuyo contenido Martí no compartiera, pese a la admiración que nunca le escatimó.

 

Heredia estuvo en la Unión Americana, estableciéndose luego en México, donde escribió discursos para el presidente Victoria, sería secretario de Santa Anna, contra quien -durante una sesión en la Cámara de Diputados, de la que el joven José María era miembro- emitió su voto desfavorable que pretendía estatuir a don Antonio López en “Benemérito de la Patria”, al que mas tardecito esdrujularon en “Su Alteza Serenísima”.

 

Igual que Carlos Mora, Heredia realizó aquí periodísticos quehaceres, fue además juez, magistrado, editor... Un homónimo: José María Heredia, hijo de cubano y francesa, nacido asimismo en Santiago de Cuba, poeta y periodista también... pero con la descomunal diferencia de radicar en Francia y escribir en francés.

 

Cuba es tierra de arranque y meta: Che Guevara, paradigma universalmente sabido y consabido; el socialista galo nacido en Cuba, Paul Lafargue, yerno de Carlos Marx; Genaro Amézcua, representante del gran Zapata para divulgar en la isla y el orbe entero, la Revolución del Sur; el internacionalista Julio Antonio Mella, asesinado en sangrientas y redundantes calles del callismo, cuando en su brazo se enganchaba la sensualidad de la Modotti;  Mariana Grajales, símbolo de la independencia cubana e hija de dominicanos, casada con un venezolano, madre de Antonio Maceo, exiliada en Jamaica, en el movimiento fidelista hubo una organización guerrillera con su nombre, la única quizá en el mundo constituida solamente por mujeres, en la cual participaron Melba Hernández y Haydé Santamaría, quien asumiría la titularidad de Casa de las Américas... y el conflicto desatado tras una premiación al poeta cubano Heberto Padilla, por su poemario Fuera del juego...

 

La revolución sin rollo, sin poses pero con flash

Carlos Mora, ya fijo en Cuba, desde su cargo en Prensa Latina enfrentó una “información” difundida por la agencia española EFE: Fidel Castro,“en secreto”, ordenó que a media asta descendieran las banderas ¡en duelo por la muerte de Francisco Franco! Eso no se lo tragó ni el más glotón de amarillentos postrecitos.

 

Don Carlos tuvo a su cargo la conducción de un programa televisivo en La Habana, publicó Mis crónicas, apuntes de su estadía en la Unión Soviética. En su nuevo domicilio y en los afectos de siempre... recibió varias veces a su sobrino Santiago (José ya había fallecido). Lo que ni en pesadilla vislumbró es que sus hijos, Carlos Juan y María Eugenia, se irían a Miami a lo Celia Cruz y a lo Olga Guillot, sin pizquita del sembradío gutural de la una y de la otra.

 

A José y Santiago les dejó de regalo en México una carpetita con fotos, recortes de periódicos, mecanografiados boletines sin crédito... y fotos, sin rollo, sin poses pero con flash, algunas gráficas desprendidas de rotativos: El Che en la tribuna con el lumínico verbo imposible de fundir; Fidel y la Revolución libre de imperio y de comillas; Haydé Santamaría en una ligerita mueca de jolgorio (en esa faz y en ese tiempo, ni el más lubricado elucubrador idearía que se suicidaría en 1980 del ¡26 de julio!); los astronautas soviéticos Valentina Tereshkova y Yuri Gagarin, el primero en llegar a la luna... claro, después de los poetas; el segundo presidente de Cuba surgido de las filas revolucionarias, Osvaldo Dorticós (también cometería suicido), el recibimiento en México por su homólogo Adolfo López Mateos, y su presentación en el parlamento mexicano; Carlos Puebla parapetado en el caserón de una lira...

 

Hay una fotografía de Fidel y el Che, comentándose algo sotto voce, es casi igual a otra del fotógrafo Korda, empero, si se observa con detenimiento la distancia de los personajes es visiblemente notoria, pudo haber sido hecha por el mismo hombre de la lente, Korda, pseudónimo de Alberto Díaz Gutiérrez, cuyo estudio por poco le confiscan los revolucionarios, el que fue presentado al Che por Haydé Santamaría y tras la salutación imprimió la placa de la foto más famosa del mundo, de la que pintores han realizado un diluviar de re-creaciones... Korda testimonia que el azar existe, que, en efecto, la suerte es una herradura que sin cuaco sella la fortuna en estampida. Análoga circunstancia a la del fotorreportero de espectáculos, Antonio Caballero, quien cubrió la visita a México de Marilyn Monroe, la güerísima que fotografió sentadita con su piernón entrecruzado... le aplicó un flashazo, sin darse cuenta, hasta la oscura revelación, de las consecuencias del clic: ¡La diva no era rubia! Otra vez el azar y la herradura, por el liberarse aquél de interioridades que sofocan.

 

Al retobador le fue obsequiado ese material en que el mismísimo Carlos Mora Herman aparece en ovalito con la barba revolucionaria durante la defensa de Playa Girón. Dicen que la fotografía es memoria donde el mundo cabe a trasluz de un vistazo, históricas poses sin rollo que trabajadores, estudiantes, maestros... miran y admiran, y a la Revolución Cubana sin dogmas ni estampitas comentan, moran sus ojos en los Mora.

 

Es verdad: los oleajes y las vidas de una zancada se transitan.

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