RETOBOS EMPLUMADOS
PINO PÁEZ
(Exclusivo para Voces del Periodista)
Revolucionario recorrido familiar
(Tres veces Paz)
Si algún aspirante a orate utilizara un texto referente a la Revolución Mexicana, oiría un ferrocarril con toda la lunática claridad de su neblina; sería escucha predilecto del corrido; puntual hacia el tímpano también se alojase esa temática novelada; de palabra y bala o de fusil apalabrado, familias devendrían Virgilios para cualquier Dante receptor, por caso los Paz: Irineo, Octavio y Octavio, abuelo, hijo y nieto en paceña conducción entre las barricadas del duelo y del ensayo.
Paz primero de mantelada charla y polvorín
Irineo Paz de Flores, en tertulias de sobremesa, recontaba peripecias militares y “El mantel olía a pólvora”, relataría el nieto Nóbel. La vinculación del abuelito a la Revolución Mexicana parece caber solamente con calzador: publicó en su periódico, La Patria, el Plan de Ayala ¡casi un lustro después de emitido el sureño manifiesto! a instancias de su hijo al que varios comentaristas -el bardo unigénito al frente- colocan en la primera fila del zapatismo, filiación que no parece tan certera, de acuerdo a datos y análisis integrados en el siguiente subcabezal que se intitulará Paz segundo en un tránsito de sed.
Don Irineo, tapatío que dio el primer chillido a la vida en 1836 y el culminante murmullito a través del estertor en 1924, fue un autor que a lo largo de su luenga existencia ejerció la poligrafía: versificación, novela, dramaturgia, narrativa breve... pero sobre todo, periodista extraordinario, en la parte final decimonónica y el primer tercio de la centuria posterior, donde el periodismo mexicano descolló entre los mejores del mundo. Prosa, nota, verso, trazo y edición en suprema magnitud. En 1875 editó el Álbum de Hidalgo, una recopilación de rúbricas y opiniones breves de quienes visitaron la casa del líder insurgente, convertida en museo por Benito Juárez, uno de los firmantes, al igual que después haría Maximiliano. El original “rubricadero” y “citatorio” ¡fue robado! sin que se supiera quién fue el ratón que confundió con queso tan vastas signaturas.
Don Irineo creaba y se recreaba en la hechura de periódicos, verbigracia, El Payaso y El Padre Cobos, en los cuales entretejía sátira y denuncia; en su ensayística abordó la mítica silueta de Joaquín Murrieta, entendido el mito como sublime hipótesis de la verdad. Más que una digresión, el tema elegido por Paz de Flores, conduce al porqué de su elección.
Murrieta era un sonorense que guerrilleramente combatió a racistas gringos del siglo antepasado, padres putativos de la seño Brewer, gobernadora de Arizona, y los Minuteman, a su vez hijos directísimos del Ku Klux Klan. Joaquín Murrieta ha devenido género literario y cinematográfico ¡hasta Zorro! lo han hecho en titipuchal de cintas, entre ellas de Capistrano, en la que tuvo papel secundario el bardo Walt Whitman; otro poeta: Pablo Neruda, volvió teatro Fulgor y muerte de Joaquín Murrieta, en que a éste chilenizó, al igual que su coterráneo y antecesor, Carlos Morla Vicuña, al que acusan de fusilar sin paredones pero con lápiz a murrietanos predecesores: Robert Hyenne y John Rollin Hedge. Ariel Dorffman de origen argentino, nacionalizado chileno, escribió una de las versiones más recientes. Otro Walt (Disney) filmó un Zorro más inofensivo que uno de peluche. Zorros de pantalla fueron Douglas Fairbanks, Rodolfo de Anda, Antonio Banderas... mientras que Joaquín Cordero junto a Sarita Montiel protagonizó un Murrieta buhonero. Con anterioridad José Mallorquín redactó un folletón, sólo que a Zorro lo alargó en El Coyote. Sin doble interpretación, de vuelta a Chile... Isabel Allende no veló, pero sí noveló, una zorroaventura con su Historia apenas comienza.
Joaquín Murrieta perdura en el arte en aproximación a la novelística de la Revolución Mexicana o la picaresca española que -desde El Lazarillo de Tormes- lleva medio milenio de persistir en la monumentalidad de sus andanzas.
Retornando a Paz de Flores, alcanzó altos rangos castrenses contra la invasión de Napoleón III, el “Pequeño” como lo liliputizó Víctor Hugo, o “Napo, el Chirris”, como por acá también desanforizaron al sobrinito del Bonaparte primigenio. El polígrafo jalisciense -en bélicos menesteres- se distinguió por una puntería igual de fatídicamente exactita que fáunicos reojos en caderosos bamboleos de amazona. Así lo demostró desde los enfrentamientos a la maximiliniada o su respaldo al general Díaz en el Plan de Tuxtepec, destinado al derrocamiento del presidente Sebastián Lerdo de Tejada. Pese a roces con el porfiriato que lo condujeron a efímeras y ligeritas encarcelaciones... su porfirismo se mantuvo tan inquebrantable como apreciada figurita de porcelana en vitrina de valladar.
Aquel balístico tino de don Irineo, infalible en anidar el proyectil en entrecejo ajeno... le allegaría severas críticas al matar en un duelo a pistola a Santiago Sierra Méndez, hermano de Justo e hijo de otro Justo, a quienes ajustaremos en el venidero Retobos Emplumados con el subtítulo de Sierra descendente.
Los juicios contrarios a don Irineo se basan en que él era un experto tirador y don Santiago no tiraba ni la basura en su lugar. El desafío se originó debido a que el bardo Agustín F. Cuenca (colaborador en La Patria) la hizo de comal encendido al calentar los ánimos del director versus Sierra Méndez, a su vez titular de otro periódico: La Libertad. En un y otro rotativo los editoriales se apedreaban en alud... hasta que la refriega se desbordó de los tinteros. Varios críticos catalogaron la acción de Paz de Flores de abuso y asesinato, y la actitud de Sierra Méndez de torpeza y suicidio. Hay versiones... o perversiones, referentes a que el hermano del difunto pagó sicarios en la fallida pretensión de la venganza.
El encadilador del tiro literal, don Agustín, era pareja de Laura Méndez, ligada en la víspera a otro poeta: Manuel Acuña, quien le dedicó la rimadita A Laura, mientras ella le poetizó Adiós en métricas golondrinas. Los chismorreos de otrora farfullan que la muerte por propia mano de Acuña no fue por Rosario de la Peña, sino por aquélla que cayó en Cuenca.
Paz segundo en un tránsito de sed
Octavio Paz Solórzano (OPS), fenecido en 1936, no llegó a octogenario como don Irineo, pues falleció a los 53 abriles arrollado por un tranvía. Octavio Paz Lozano, el vástago versificador e hijo único (que como el abuelo sí arribó a las ocho décadas) con reiteración ha señalado que su progenitor, al cual apodaban “El Güero”, era zapatista hasta la médula, al grado que fue una especie de vocero y representante -aquí y acullá- del Ejército Libertador del Sur. Sin embargo, el afamado escritor no agregó la destitución del padre en tal encomienda por los mismísimos zapatistas por desconfiar del portavoz, desconfianza que algunos han inferido por la proclividad al vino, por ese permanente tránsito a la sed.
La causa real y detallada no está establecida, pero el infinitivo desconfiar corea toda una conjugación. El zapatismo de Paz Solórzano es discutible, baste el dato que estuvo bajo órdenes y “padrinazgo” de Jesús Flores Magón (hermano mayor del gran Ricardo, aunque sólo en años) cuando el señor Chucho era secretario de Justicia y alueguito de Gobernación en la presidencia de Madero, canonjía obtenida por su rompimiento familiar, político e ideológico con su fratelo y el magonismo. OPS, quien ya redactaba en La Patria de don Irineo, nada tecleó acerca del Plan de Ayala en su emisión a fines de 1911, sino un trienio posterior cuando se reprodujo el manifiesto y la destrucción de la maquinaria de aquel rotativo por Pablo Gonzáles, divisionario carranclán tan corrupto que hasta un banco -no precisamente de madera- instaló en Texas. El Güero fue representante del zapatismo en 1914, fecha en que muchos tenían tal condición o respaldaban en otras cuestiones, sin una integración auténtica y de fondo con los revolucionarios sureños, por ejemplo, dos personas históricamente irreconciliables: Felipe Carrillo Puerto, el que sería progresista gobernador de Yucatán, y Fidel Velázquez Sánchez, de quien no hay certeza de que haya sido lechero, pero sin duda fue eficaz en la ordeña de cuotas sindicales.
Paz Solórzano es autor de Zapata, biografía de poco más de cien paginas, prologada por su hijo. El tono de la obra es favorable al biografiado, empero, hay una recurrencia a lo largo del texto contra Otilio Montaño, amigo y revolucionario cercanísimo de Miliano, quien accedió a que se le fusilara tras antimontañoso intrigar de Soto y Gama y Manuel Palafox. Los señalamientos para justificar el paredón, versaban en que el profesor Montaño proponía vínculos del Ejército Liberador del Sur con Obregón. Palafox, al cabo de unos cuantas semanas se re-levantó en armas, ¡ahora contra Emiliano Zapata! bajo la consigna de por ¡el cabal cumplimento del Plan de Ayala!
Antonio Díaz Soto y Gama sería uno de los aduladores más azucarados de Obregón, fundó el Partido Nacional Agrarista (al servicio de don Álvaro) en el que militaría OPS quien se allegó diputación, senaduría e interina gubernatura morelense. Don Antonio se fue orillando a lo más esquinado de la diestra, desde la cual elogiaría a Hitler y Mussolini. El Güero participó con Juan Sánchez Azcona, ex secretario particular de Madero, personero carrancista después y uno de los que propugnaban por la eliminación del zapatismo, como el antiguo compinche de don Juan en el Partido Democrático: Heriberto Barrón, quien de plano para los zapatistas recetaba el exterminio. Esa organización partidaria de porfiristas “contracientíficos” la encabezó Benito Juárez Maza, vástago del Benemérito, partidito que se autodisolvió con la rapidez de un alka seltzer, en cuanto el dictador delineó agruras en su faz.
En Zapata, Paz Solórzano escribe que Ezequiel Padilla (ex condiscípulo suyo en la Escuela Nacional de Jurisprudencia) fungió de periodista en La Patria. Don Ezequiel, en roedores menesteres de Polakia, conquistaría más huesos que un desenterrador. Colega de Alemán Valdés en puestos públicos, desde los que formaron una privada sociedad apropiándose prácticamente gratis de “despoblados terrenitos” que revenderían en Ciudad... Satélite; los socios en bienes raíces pronto se disociaron en la disputa por la presidencia, el señor Padilla era un proyanqui hamburguesado, pero don Miguel le ganó la silla y el -más que nobiliario, mobiliario- título de “Mister Amigouuu”. Se dirá que los calendarios transforman, que uno era el señor Padilla y otro el joven Ezequiel, redactor de La Patria, sin embargo, éste, desde la juventú misma, acudió a una convocatoria del usurpador Huerta con todo y su curvo pupitre de Derecho.
Paz tercero y la dualidad de “su” Zapata
De Octavio Paz Lozano, el único Nóbel literario de estos lares, se han hecho enciclopédicos ditirambos, hijo dilecto de la Revolución, lo nombró Adolfito Castañoncito, mientras que Jaime García Terrés, con hiel por tinta, apuntó su berrinchote cuando al creador aún no le daban la presea aquélla. Nadie desconoce su salida de la embajada India por la masacre del 68, ni la reacción del macabro don Gustavo, quien dijo que renunció a la sede diplomática, no a la sede de la nómina. Sus exégetas focales aplaudieron la “decepción” del poeta por el socialismo y su “dialéctica” visionera visión en pro de Televisa.
En diversos textos, don Octavio sitúa a Miliano en una dualidad donde los contrastes pesan una “paradoja”, en el Zapata de su padre, Paz Lozano prologa que el general morelense era “... astuto y legalista, solitario y comunitario, revolucionario y tradicionalista...” En El laberinto de la soledad, el vate afirma que “... el tradicionalismo de Zapata muestra la profunda conciencia histórica de este hombre, aislado en su pueblo y en su raza”, e insiste: “... el zapatismo fue una vuelta a la más antigua y permanente de nuestras tradiciones...” . El ensayo roza linderos de prejuicio y vituperio, al sostener que “... zapatismo y villismo (...) eran explosiones populares con escaso poder para poder integrar sus verdades más sentidas que pensadas...” . Ya se publicó en un Retobos Emplumados, con pruebas y argumentos, que Emiliano Zapata Salazar nada tenía que ver con esa analítica “bipolaridad”.
Más que una equivocación de don Octavio, tales aseveraciones significan una posición política, rebanarle al zapatismo herencia y herramienta; estas elucubraciones son otras “trampas de la fe”, el dualismo aquél del ahora para volver al ayer en que ya nada está, en que nadie está, como en El libro vacío, estupenda novela de Josefina Vicens que Paz Lozano también prologaría y el mismo poeta en un cuento -Prisa- en que se combina la nada existencial heidegariana o la intrínseca vacuidad del ser a lo a lo Robe Grillet y el género nouveau roman o antinovela, retoma la tesis de la desocupación interna: “Tengo prisa, me voy. ¿Adónde? No sé, nada sé -excepto que no estoy en mi sitio”, monologa el personaje de Prisa, pero el zapatismo sí supo adónde ir
sin retroceder.
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