Las banderas han sido estandarte y apellido, ultraje y heroísmo, puntada de costura y puntada hasta de la asta… desde la enseña primigenia y guadalupana empuñada por el gran Hidalgo al remake foxiano capulinamente enguadalupanado, en su campaña por arrellanarse en la grandota sin doble sentido pero con la rigurosa silla presidencial.
Abanderados trazos al azar sin H ni flor aunque con aroma
El grandioso Miguel Hidalgo no sólo izó aquella enseña en pro de la independencia, asimismo, decretó el fin de la esclavitud con pena de muerte a esclavistas que no acataran tal disposición, amén -con todo y bendito pecado concebido- de ser el primerito en dictaminar la entrega de tierras a comunidades, lo que le concitó ataques de otros independentistas, especialmente en sudamericanos sitiales.
Vendría más tardecito la bandera trigarante de Iturbide diseñada por el sastre Magdaleno Ocampo; el gran Vicente Guerrero mantuvo fugaz alianza con el que sería emperador a lo Carlos V en su imperio de chocolate; Guerrero junto a Guadalupe Victoria fueron los únicos en no aceptar el indulto con que la corona más que coronar aureolaba rendiciones; don Vicente optó el efímero vínculo con el próximo reyecito de cacao, a fin de que se concretara de inmediato la independencia, sin embargo, era también continuador y exponente de aplicar avanzadas medidas sociales, al tenor de los enormes Hidalgo y Morelos, por esa postura a la par independentista y revolucionaria, Simón Bolívar, el afamado “Libertador”, en una de sus epístolas, carteó que Vicente Guerrero era hijo de “India salvaje y negro feroz”.
Pero si a don Agustín (no Lara), el De Iturbide más de un ensayista laicamente lo quiere canonizar (igualito que a don Porfis, a Hernán Cortés e incluso al victoriano general de los huertazos), a Maximiliano —otro empoderado-emperador de chocolate y corcholata— lo pretenden hacer inquilino en el hostal de los héroes nacionales, no de Austria, de acámbaros, mexicano y charro a lo Fidel Velázquez, Diego Fernández de Cevallos y Manuelito Velasco con todo y su Anahí; don Max, además de la seño Carlotita, se trajo una banderita mexicanota con un águila vicenteando revuelos a la derecha (Benito Juárez tenía la misma ave en estandarte mas con la mirada a la izquierda); Ignacio Solares, polígrafo y exfuncionario de la UNAM (sí, el mismito que redactó un parrafito en parrafada paque la orgánica intelectualidá contra el CGH estampara su rúbrica y en estampida entrara a CU el ejército disfrazado de pefepo), en reciente emisión de T.V.UNAM dijo que Maximiliano y Benito Juárez ¡fueron víctimas de Napoleón III!; la misma televisora universitaria patrocinó el documental Maximiliano de México, del vienés Franz Leopold Schmelzer, donde al Habsburgo lo ubican de altruista engañado, valiente en parangón a los juanes sin Miedo y Camaney, dizque tratado a lo Caín por su hermano y monarca Francisco José, mientras que tropas estadounidenses a Juárez de ajuar gringuísimo sus filas le re-vistieron… ¡qué manera de retorcer la historia como si ésta fuera mandil de tablajería a exprimir de una sola enjabonada!; torcedura que más abajito se verá con datos sin pathos que se hagan patos.
En el Castillo de Chapultepec literalmente embarraron y estrellaron la bandera
En el ’47 de un par centurias acaecido, en la peor depredación cometida contra un país desde el siglo aquél hasta hogaño… el generalato de la gringuería, representado por Winfield Scott y Robert Lee, arriaron el lábaro mexicano y encaramaron el de las barras y las estrellas, esto es, textualmente embarraron y estrellaron otra insignia; dos décadas después, aquél y éste, se reencontrarían, pero en USA y en bandos antagónicos, míster Lee confederado y el otro abolicionista, ambos imperialistas hasta las cachas y las rachas de napalm; pocas semanas antes de que los marines de antaño hollaran la Ciudad de México, en la aún mexicana Alta California, la oligarquía de los californios no solamente se dio y cedió la plaza, ¡se unieron a la gringada! en el Tratado de Cahuenga, signado en vísperas del Guadalupe-Hidalgo; por cierto que el lugar de tal signatura es parte de lo que sería la catedral universal de la farándula en Hollywood; el gobernador de entonces era el latifundista Andrés Pico, al que apodaban “Pío”, casi en homofonía “Tío” en una soberana sobrinada; no era “Tío Tom” pero sí “Tío Taco”, pues una vez concretados hurto y mutilación de más de dos millones de kilómetros… al “Pío” “Tío” nada Gamboín ¡lo hicieron senador en Texas!, donde compartió curul con Samuel Houston sí, el mismote que con los Austin y compañía, que con los Austin y la pre CIA… se asentaron invitados en suelo texano y a los huéspedes les retribuyeron el hospedaje con un sentón bien cercenado.
En forma similar a Lee y Scott, hay dos apellidos en lo descrito de Cahuenga: Freemont y Bigelow, ambos señores señeros del imperialismo, el primero se opondría al presidente Lincoln, y el segundo sería embajador de don Abraham en Francia, en ese puesto le tocó la invasión napoleónica contra México, de Napo El Chirris, motejado así -en libérrimo traducir- por Víctor Hugo, no se suscitó por parte de la Casa Blanca (la washingtoniana no la del autoexonerado don Enriquito), ni siquiera en conato apantallador, un rompimiento de relaciones; la estratagema de Napito El Chiquito, fue de una eficientísima maquinación maquiavélica, aprovechando la ruptura entre norteños y sureños y la cantadita guerra de secesión; se trató de una intervención multimperialista encabezada por Francia en depredadora sociedad y suciedad con el rey Leopoldo de Bélgica, papaíto de doña Carlotita, “dueño” del Congo donde ordenó miles y miles de literales y manidas mutilaciones de ambas manos a nativos que, según Su Majestá, no trabajaran con el exigido fervor del hormiguero; el otro sucio socio era el ya señalado carnal de don Max; el sobrino de Napoleón I pudo haber intentado que México fuese una colonia “formal” (como Haití, Argelia e Indochina en diferenciados temporales de intrusión); asentar arrellanado un virrey (v.gr. su ½ hermano, monsieur Morny, transísima banquero cuya cónyuge, entre lo chusco y lo chueco, dijo que era experto en el “Vol de l’aigle” cuyo significado es el vuelo del águila -igualito a un teleculebrón “histórico” de Televisa-, en la tatachita gala “vol” también es robo; España e Inglaterra que con el gobierno francés participaron en el “Pacto de la Soledad”, desvinculándose posteriormente de París… reconocerían al imperio chocolatero, a cambio de entrarle al despojo, nunca se manifestó en contra el hispano Juan Prim ni el diplomático inglés John Russel (abuelo entre paréntesis bien emparentado del filósofo Bertrand); el Chiquilín Napoleoncito, entre otros imperiosos e imperiales arreglitos, le reconoció a Madrid el “Tratado Mon-Almonte” oficializado en un firmita sin chis pero con “chiste” de soberanía humedecida, entre el enviado español y Juan N. Almonte, quien se encontraba de interino “mandatario” en lo que Maximiliano arribaba, calentándole el trono con todo y la monárquica devoción de sus almorranas; don Juan Nepomuceno era vástago del gran Morelos y Pavón, fue el hijo que se volvió jijo.
Canalizarían una bandera en el Canal
No sólo ni solo fue el señor Morny integrante financiero del dos de bastos o el as bajo la manga… entre los repentinos allegados y llegados del monarca galo, estaba Jean Jecker, suizo que a la voz de “¡Ya ráscame que me pica tripleonástico el pica-pica!”, lo naturalizaron franchute pa’darle legalidá al imposible cobro y a la factible cobra de viperina invasión, por unos bonos que aquél a lo Fobaproa prestó al “presidente” Miramón, presi también de entrecomillada golosina.
Jecker, asociado en especulaciones y latifundios con Ysidoro de la Torre (padre de Ignacio de la Torre y Mier yerno de Porfirio Díaz, a quien en una homófoba redada sorprendieron con otros 40 caballeros que a picoretes compartían sus mostachos, y de donde proviene el dígito 41 de socarrón coscorrón), tenía la napoleónica consigna de obsequiar Sonora a EU, al que ganara del Norte o del Sur; el secretario de Estado de los yunaites -un anglosajón de casquete corto pelado y apelado Seward- de plano y en pleno dispuso que NO se vendieran armas a los juaristas, en tanto franceses y aliados se abastecían y robustecían de plomada; así, resulta incorrecto -por decirlo en términos asaz gentiles- lo que el referido documental maneja, al grado degradante de “informar” en canija inferencia de referencia… ¡que marines, engrosados a la milicia de Benito Juárez, fueron los que vencieron a Maximiliano! en tanto al emperador de Austria le negaron tránsito militar en apoyo a su carnal Max sin Marcelo ni Tin Tan; en tal asociación franco-belga-austriaca, Napoleón el Pequeño envió ¡más de 20 mil “águilas imperiales” para invadir México, en tanto Leopoldo y Francisco José engrosaron tal milicia con una cantidad superior a los cinco mil soldados, cada uno!; todo ello ¡dos centurias atrás!; es completamente falaz que Washington tuviese con el presidente Juárez cualquier participación de respaldo bélico; sin gringadas gracejadas se rehízo y se re izó la ya señalada bandera del juarismo, con su águila bien emplumada y a la izquierda perfilada.
John Bigelow, el que estuvo en México en 1847 durante la depredadora intervención gringa, y que una veintena de abriles después le tocaría ser embajador en Francia cuando la invasión napoleónica contra la república juarista… ya nonagenario en inicios del XX fue representante del presidente Teodoro Roosevelt, símbolo demoledor del imperialismo obsequiado con el Premio Nobel ¡de la Paz!
Míster Bigelow fue el sinfónico orquestador a fin de que Panamá dejara de ser territorio colombiano, y en caliente, con quemante premura de hot cakes… naciera tostadito un país; el escritor Vargas Vila, oriundo de Colombia, calificaría lo anterior de atraco facilitado por el temor entreguista de políticos de la nación de América del Sur; un francés con apellido de obra negra: Varilla, quien antes estuvo al servicio de Ferdinand de Lesseps en suelo panameño, cuya intención comercial era erigir otro canal como el de Suez, asumió la tareíta ultracochinita de negociador-negociante del gobierno de Estados Unidos; una vez consumadas todas las artimañas y desestabilizaciones en el terruño original de la cumbia, el francés aquél a John Bigelow le depositaría la nueva república, con su nueva bandera y su nueva constitución, todo nuevo sin novedá.
“Mesié” Varilla se convirtió en el primer embajador en EU del nuevo país, él y su jefe Bigelow se hincharon con una recompensa de dolarucos; el mero-mero de ambos-zambos, don Teodoro, a uno y otro, los invitó a un banquetazo en la Casa Blanca, y como los dos eran personas ya mayores (en particular el casi centenario míster John) el menú consistió en un pantagruélico manjar de chopitas.
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