(A la Dra. Nelly quien con mi Libertad estuvo)
LOS AZARES SIN H pero con aroma de flor, conjuntaron en diversas eras y esferas, un juvenil trío de doncellitas de 17 abriles, a tal edad matrimoniándose, y en tal adolescencia apisonando la vid de su propia historia: Margarita Maza Parada, Carmen Romero Rubio y Hanna Arendt, en triada de variaciones, pero con sinonimia de bellísima juventud tan prontamente casadera.
Sin Margarita no habría juarismo como sin Jenny tampoco marxismo
Margarita era una chica asediada por faunos de la alta burguesía oaxaqueña, no sólo la perseguían por su hermosura, asimismo por su pertenencia a una familia de alcurnia, pero ella prefirió a un hombre que le llevaba 20 calendarios: Benito Juárez García, quien a sus 37 añitos ya maduritos aún no prefiguraba siquiera la inmensidad histórica en cuya tez todo un pueblo se refleja.
Cuánta envidia empapaba de hiel ajena a Benito, los racistas le asaeteaban flechas sin Cupido, aunque las mismitas con que victimaron a San Sebastián; entre sí se inquirían furibundos los críos de latifundistas, agiotistas y burócratas de postín y postre “¿A qué se debe que una muchacha rica en todos los sentidos… haya preferido a un abogado oscuro -también en todos los sentidos- indio cuya fealdad rompe moldes y portarretratos de la estereotipada guapura occidental?”; qué ira, ¿qué irá a decir más el arsenal de los prejuicios que todavía perdura con renovados epítetos y similares gargajeos?
El amorciano de una y otro fue auténtico, sin momentánea melcocha, un vínculo de unidad de vidas que incluyó el estar de Margarita con Benito en lo más aciago del amarguísimo temporal; del exilio que le impuso Santa Anna, de la estancia asilada de Juárez en Cuba agenciándose el sustento en su orgullosa condición de obrero, doblando el tabaco de donde salen los puros de erótica largura; de mantener presidencia, república y país durante la invasión trimperialista encabezada por Napoleón III, asociado al rey Leopoldo de Bélgica, genocida de congoleños y papaíto de Carlotita; también socio-sucio de Francisco José, emperador austriaco y carnal de don Max, al que ya mero canonizan y “cañonizan” con un titipuchal de honoríficos estruendos, sus apólogos de antaño y hogaño.
Margarita es de una entereza tan impresionante que al más inconmovible emociona, con el marido siempre estuvo pese a la lontananza de tanto empujar tan represivo; en esas etapas de crueldad hijos le fallecieron ¡y con el luto enjaezado en el espíritu representaba a su marido!, le aportaba líneas fundamentales de manera epistolar, de importantes sugerencias inseminábase cada párrafo, información y deducción de lo que transcurría en la patria tan hollada; qué parangón hay entre ella y Jenny von Westphalen, esposa de Karl Marx, integrante de crematística parentela prusiana, hermosa como aquélla, también con la pérdida de varios hijos en lo más proceloso del reprimir, igualmente camarada de hogar e ideas que muchísimo orientaron al sabio de Tréveris; sin la de allá ni la de acullá no se hubiese suscitado el juarismo ni el marxismo, imposible hubiese resultado el surgimiento de Reforma y leyes auténticas, o El capital que aún hasta la médula encuera a la burguesía.
Análogas además Margarita y Jenny en no hacer estampitas ni futuros teleculebrones en su vida familiar, ya que Benito tuvo una relación sentimental con Gloria Chagoya (casi homónima de doña Juana dizque la cubana), con dos hijos -en par de insistencia y asistencia-; la gran Margarita reconoció a Susana Juárez, descendiente del nexo referido e incluso la incluyó sin pleonasmo en sucesión testamentaria; Jenny supo que su cónyuge tuvo un descendiente en las periferias del matrimonio con Helene Demuth y pese a la dolencia que la infidelidad impone, ella sobrepuso su aporte maravilloso en el hogar y los ideales. Qué mujeres. Cuánta enormidad de ser. Margarita es flor que habita en la solapa de los poetas frente al mexicano corazón.
Carmelita devino doña en plenitud de adolescencia
Porfirio Díaz Mori tenía 51 añejos madurotes cuando desposó a Carmen Romero Rubio de 17 abriles fresquecitos; él era viudo de su sobrina Delfina, hija de la hermana del dictador, Petra Díaz Mori, la cual extramaritalmente quedó embarazada de Manuel Ortega, un pomadoso investigador científico que rechazó aportar su apellido a la hija… hasta que el cuñao lo hizo entrar en razón colocándole la frialdad de un sable en lo amanzanado del cogote.
Más de un tecleador reseña que el cincuentenario noviecito abusó de sus añales y encaramamiento al poder contra una doncellita temblorosa por compartir lecho y techo entre lascivias de carcamán; entre tales escritores está John Kenneth Turner, sí, el de México Bárbaro, los que imaginaban la inicial noche de bodas como el ritual del “desempolvamiento”.
La juvenil Carmen, empero, nada poseía de inocencia embaucada, aunque nadie negaba su virtud sin las malévolas inferencias de sarcasmo; no fue seducida, solamente cortejada por su semicentenario rondador; su inminente prometido fue alumno suyo de inglés, don Porfis de ese idioma sólo aprendió unas palabritas a lo Fox y a lo Enriquito: Yea-yea y chur-chur; la profesora le enseñó la lengua sin majadería alguna y menos aún con las mefistofélicas intenciones del cunnis linguae; le enseñaba y le enseñaba cositas de gramática inglesa ¡y cosotas de hermosura mexicana! y el porfiado don Porfirio no aprendió pero sí aprehendió.
La venidera doña Carmelita se hallaba en el exilio, en los yunaites, junto a su progenitor Manuel Romero Rubio ¡expatriado por el mismísimo Porfirio Díaz!, tras su golpista Plan de Tuxtepec, levantado contra el presidente Sebastián Lerdo de Tejada, con quien don Manuel ocupaba elevadísimo puesto en el gabinete; la esposa hizo que a papaíto le dieran una especie de beca vitalicia o de aviaduría también de por vida en el entonces ministerio de Gobernación; de inmediato tornóse doña con más poderío sin ficción que Doña Bárbara, Romulo Gallegos y María Félix integrados; en una descripción lineal era la personificación de la categoría, culta y bella, por si aquello poquito fuese: políglota, pianista que a Chopin le reencendía selenita su Claro de luna, lectora a fondo exenta de citaderos de prólogos chiquitos e informes cuarteados en la cuarta de forros.
Doña Carmelita de Díaz, a su esposo le diseñó un táctico panorama: del mílite tosco de puras sonadas asonadas… recreó un adalid batiente, combatiente y estatuido cuyo pecho albergaba una constelación de corcholatas; a ella se le atribuye orquestar el afrancesamiento de la capital y los encumbrados círculos de la altota sociedá, donde la aristocracia pulquera, la elegantísima monarquía del tlachique, le atoraba coloquial al franchute con sus güi-güi, comantalebú, y el clásico olalá que parisinas tanto tralalalalá ensalivaban.
Experta en música, le tocó a doña Carmelita descubrir e impulsar a Juventino Rosas sin pintarle ningún violín ni hacer olas Sobre las olas, además, a Jesús F. Contreras (efe no de feo ni de Francisco, sino de fructífero Fructuoso), el de la estupenda escultura Malgretout (A pesar de todo) realizada con un solo brazo, pues el otro el cáncer se lo había confiscado; a bardos que inclinaban caravanas al porfiriato los dotó de inspiradores insumos pecuniarios: Amado Nervo, López Velarde, Díaz Mirón, Enrique González Martínez, Jesús E. Valenzuela en un rosario de etcéteras que desde luego integra a José Juan Tablada, cuyo poema Misa negra, doña Carmelita prohibió que fuese declamado por considerarlo tostadito de cachondez;
Su conservadurismo e instrucción no evitaron que adoptara a Amadita Díaz (en similitud de doña Margarita) la hija chiqueadísima del dictador, que tuviera casorio con Ignacio de la Torre y Mier; sí, el mismo crío de don Isidoro, socio éste de Jean Jecquer, el suizo naturalizado francés por Napo El Chirris, el de los bonos ultra roedores en pre Fobaproa que le enjaretó a Miguel Miramón, el “presidente” patito; sí, el mismo que contratara al gran Zapata para la doma de cuacos; sí, el mismo que el gobernador de la Ciudad de México -Guillermo de Landa y Escandón- liberara en una redada en que la policía detuvo a 40 caballeros que compartían mostacho con mostacho en quicoretes de aspiración a lo Electrolux; de los 40 dichos faltaba uno para el futurista dicho del dígito que la historia en sustantivo sustenta: El 41.
De doña Carmen brotó el proyecto publicitario y exitoso que conllevó a que Porfirio Díaz fuese elogiado por doquier, hasta a Tolstoi le endilgan porfirianas alabanzas. Una dama de primera fue, sin necesidad de presidenciales titulares.
Hanna y Martin, en romántico didactismo reiterado
Hanna Arendt cintilaba 17 onomásticos y su maestro Martin Heidegger el doble ya sin cintilar, cuando alumna y profe le atoraron jocundos al arrumaco; de la ruptura sentimental hay un mundanal de hipótesis, la que mayor prevalencia posee radica en que aquél se hizo miembro con todo y membrete encruzgamado del partido nazi, al respecto, décadas posteriores, al final de la segunda guerra mundial, Herbert Marcuse solicitaba a Heidegger su retractación ex post del hitlerismo, don Martin, empero, optó por el mutismo antes de engrosar el listado de los “arrepentidos” con cocodrilescos lagrimones de aserrín.
Para evitar las hogueras del Tercer Reich, la jovencita Hanna se residenció en EU, donde para una influyente editorial periodística cubriría el proceso del genocida Adolf Eichmann, en un reportaje de cuartillas voluminoso, crecido más al conformarlo en libro, así llegó La banalidad del mal, reporte y análisis que le concitaron al acto renombre; ensayo, además, con notorio desarrollo filosófico acerca de la perversidad no asumida como tal por el perverso (con frecuencia la maldad ejercida no se reflexiona… hasta que toca el turno de reflejarse a solas en el espejo interno de la vida, roto, hecho añicos, por las mordeduras igualmente adentradas del remordimiento); Arendt, sin embargo, se equivocó al situar a Eichmann entre la malignidad inconsciente, pues él, como sus jefes, perpetraban crímenes colectivos, racismo y tortura a total conciencia, sin sicóticas exclusiones, no por sadismo gratuito, sino como un negociazo, en la grilla de sus crematorios, en sus mazmorras, en sus entretejidos hilachos con la burguesía germana, con los Krupp, los I.G. Farben, los Bayer, los Eher o sus socios sucios y suizos de la Ciba Geigi, o la gringa Kodak, y los gringuísimos Morgan…. exonerados, con su sinrazón de razón social aún a cuestas contra las atestadas espaldas de la memoria.
Hanna, de origen judío, hizo un texto referente al “Irgún” masacrante de Menajem Begin, sionista de la derecha más esquinada, el que contra el pueblo palestino cometió atrocidades que le celebraría el mismísimo “führer” en aplaudidora hornada, también exonerado, hasta con un Nobel de la “Paz” compartido con Sadat; Arendt realizó una exacta descripción de Begin, exacta, sin concesiones, ubicándolo en su real dimensión de multiasesino.
En el ensayo Hanna Arendt oder die liebe zum welt (Hanna Arendt o el amor al mundo) de Alois Prinz, transitan amistades de la biografiada, sus preceptores y filósofos Husserl, Jasper, dos de los continuadores como Heidegger de una vertientes del existencialismo de Kierkegaard, Sartre, Unamuno… cercana asimismo al novelista alemán Uwe Johnson, uno de los autores del “Noveau roman” o “Nueva novela” que por acá rebautizaron “Antinovela”, inaugurada por el francés Robbe Grillet; imprime el señor Prinz cómo evocó la escritora la conferencia que diera en la Universidad de Heidelberg el nazi Goebbels y cómo varios estudiantes se vistieron y se revistieron “camisas azules”, militancia hitleriana que la señora Arendt atribuyó a la “despolitización” en tal plantel, otra discutible hipótesis de doña Hanna, puesto que el racismo se hallaba impregnado en buena parte de la sociedad germana, con el peligroso y convocante simplismo, que tanto atrae sobre todo al pequeñoburgués, error parecido a la “banalidad del mal” o la “inconciencia” de los más supinos estropicios cometidos… equívocos que no afectan la obra estupenda de la inolvidable pensadora.
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