CONTRA EL AMBULANTAJE la oligarquía y su gobierno suelen descargar al alimón garrotazos y prejuicios, pese a que tal actividad ¡supera el 50% de la Población Económica Activa!, pese a que tal desempeño está enraizado ancestralmente en nuestros padres y en nuestros tianguis, pese a que tal oficio le permite al Estado maquillar cifras y pintarrajearle al desempleo un solo dígito digestivo, pese al pesebre al ídem patean.
NO ESTÁ de más (ni menos restado) recordar que el gran Eufemio Zapata Salazar, hermano del asimismo grandioso Miliano… era buhonero, no que ofertara tecolotes-búhos ni lechuzas en chuzas bolicheras, sino que se desplazaba por variadas áreas de la república para revender en plazas y explanadas -entre otros materiales- libros y diversas piezas de arte que adquiría en lo que ahora se denomina “venta de garaje”; ninguna relación tenía este revolucionario con el que Martín Luis Guzmán inventó entre calumnia y conservadurismo en El águila y la serpiente; fue nombrado interlocutor del Ejército Libertador del Sur para dialogar con el presidente Madero por las escleróticas tardanzas de cumplir el punto tres del Plan de San Luis referente a la entrega de tierras a campesinos, además de estar al frente de un ingenio azucarero en Zacatepec.
Tránsito embriagado por las vendimias de la vid y de la vida
Altamente productivo con todo y los asedios genocidas de tres gobiernos distintos de unívoco cercamiento y cercenamiento contra pobladores, de Victoriano Huerta a Juvencio Robles pasando por Pablo González que a las armas pasaba aldeanos, ingenio sin gracejos que, además de la zafra, fabricaba sacos de ixtle y botellas de vidrio donde verter los destilados y realizar inventarios, en que el gerente ganaba lo mismo que jornaleros y obreros, sin las artimañas de “viáticos” o “gastos de representación”.
Tampoco suena a demasía evocar que Aquiles Serdán, en Puebla y en defeños sitiales, exhibía en banquetas venta de zapatos para que las sombras se calzaran un tramito de su propio anochecer; este Aquiles original sin talón disecado… nada posee en común con la estampita que le fabricaron los neovirreyes, fue interlocutor del gran Zapata en los preámbulos contra el pofiriato, a Francisco I. Madero le manifestó sus críticas al mencionado Plan de San Luis calificándolo de muy moderado; pudo, junto a su familia y compañeros, salir del terruño al enterarse que había sido descubierta la insurrección del 20 de noviembre, dos días antes; no fue suicidio el haberse quedado, había una preparación y acuerdos para el levantamiento que abarcaba también estados circundantes, los imponderables de siempre se desataron, los conjurados ni en vano juraron -excepción de la norma tan usual- de parientes y conocidos que hicieron del hogar heroica barricada, muy similar acontecimiento al de La Moneda con el presidente Allende y la impresionante batalla junto a un puñito de consecuentes camaradas, contra miles de traidores y el fascismo amamantado de CIA y maléfica compañía, pero las calles no se inundaron en marejada de Unidad Popular, como en sutileza radiofónica dejaba entrever, o mejor dicho entreoír, el último mensaje radiofónico del gran Salvador Allende y aquende de todas las fronteras.
Eco múltiple de una sola garganta
Gregorio Revueltas, papá todas las vueltas y todos los Revueltas sin volteretas, era igualmente comerciante, viajaba por la república con sus mercancías y el vocerío tan individual que se equipara al eco múltiple que de una sola garganta colectiva desciende paradojas desde una serranía; él y su esposa, la bellísima Romana Sánchez, en era de relativa bonanza inscribieron a sus hijos en el defeño Colegio Alemán, donde Rosaura aprendió la consonántica lengüita germana que en mucho le serviría para estudiar técnica teatral en la entonces República Democrática Alemana con Bertolt Brecht, quien tuvo que huir de los yunaites asediado por el macartismo, lo que también les ocurriría a Rosaura Revueltas y Herbert Biberman, actriz y director de La sal de la tierra, película que provocó retortijones de insurrecto en su recto triperío a los gringuísimos Torquemadas del fascismo imperial.
Las calles sin lacayos
El Che Guevara acabadito de arribar a México procedente de Guatemala tras el cuartelazo contra el gobierno democrático de Jacobo Árbenz, asonada con patrocinio desembozado de la United Fruits y la embajada USA, se dedicó a la fotografía ambulante en la merita y emérita Alameda Central al lado de Roberto Cáceres, el inolvidable “Patojo”, revolucionario guatemalteco que moriría combatiente en las montañas de su país y a quien el comandante Guevara destinara un emotivo texto de recordación inamovible en la revista Verde Olivo; el Che despuesito se desempeñó en el “cambaceo”, en la venta puerta por puerta y casa por casa de libros, hasta su encuentro con Fidel y Raúl Castro que aquí llegaron luego del asalto al Cuartel Moncada, triada revolucionaria que aprisionó un lóbrego judicial y no por el apodo: Arturo “El Negro” Durazo.
En Puebla de Los Ángeles y los camotes sin albur ni sacrilegio, surgió en los 80’s la Unión Popular de Vendedores Ambulantes (UPVA) 28 de Octubre, trabajadores de la venta al aire libre, a la libertad de la intemperie, que se agruparon para defenderse de extorsionadores con placa y sin placa del antirrábico, de políticos que desde el escritorio orquestan la peor de las sinfonías, de negociantes de pedigrí que difaman y el golpe artero dictaminan; la UPVA se constituyó en referente de lucha democrática en una sociedad que en distintos estadios de su estructura muchos catalogan “conservadora”; estos vendedores impulsaron con su ejemplo el accionar de diversos sectores laborales, los virreyes acudieron al macanazo y al infundio, metieron a la jalisciense cárcel de Puente Grande a Rubén Sarabia, líder de la UPVA más conocido y siempre reconocido como Simitrio.
Entre los gobernadores dadores de bala y macana se hallan el priista Melquiades Morales (maestro y hacedor político del panista nada diestro pero sí de la extrema diestra, Javier Lozano); Manuel Bartlett, el del cantinflesco sistema de caderacaida y ahora “progresista” legislador; Mario Marín, la preciosidad masculinizada por el cosmetólogo Kamel Nacif (Nazif) al que Vicente Fox le regaló una juarense maquiladora; Rafael Moreno Valle, actual titular del Ejecutivo local más reaccionario que alérgico cuerpo a la penicilina, quien, además de ordenar mortales ataques, incluso de niños en manifestaciones, premia con la “Medalla Aquiles Serdán” a los de su rafaelana laya, a los de su derechosa talla, como su antecesor Guillermo Jiménez Morales, corrupto hasta el tuétano de la herrumbre; el señor Rafael aprehendió a Simitrio, el señor Moreno aprehendió al hijo de Simitrio, el señor Valle aprendió que ni el padre, ni el hijo, ni la UPVA en su conjunto hacen del pregón mercancía al mejor postor ni al peor impostor.
Parte de nuestra historia
El ambulantaje, en efecto, es parte de nuestra historia, de nuestro origen, víctimas han sido los vendedores de dirigentes venales, los juanetean con todo y juanetes a lo “Juanito”; los han utilizado en bastión de golpeadores y en materia prima de acarreo; partidos de diferentes siglas les condicionan espacios y cierta e incierta legalidá a cambio de una pesarosa sumisión.
Empero, aquí y en el mundo enterito, se han rebelado y se han revelado; el sonorense Joaquín Murrieta que en la decimonónica centuria enfrentó al racismo del gringuerío, una temporadita ejerció la venta destechada; en Panamá, en los inicios de 1920, como ya se abordó por este tecleador, un vendedor de piñas y otros frutos que ofertaba desde un carrito de madera, se convirtió en símbolo antimperialista al exigir el pago de rebanadas de sandías que unos sandios marines que a lo Tablada en haiku a carcajadas rechazaban pagar; el comerciante callejero fue atacado por los invasores, el gentío, al percatarse, se aproximó solidario, sin pizca de morbo en avistares de lejanía; los uniformados extranjeros lo balearon, el crimen arremolinó en las calles la indignación contra el imperialismo, la protesta se izó en espiral, un oferente de frutas en las aceras renació en el grito de una multitud, fueron hacia la zona canalera del país inventado por Theodore Roosevelt desde lo más poluto de su Casa Blanca, bajaron la bandera tan estrellada y elevaron hasta el asta de la memoria un pendón que no otorgó perdón a los asesinos; así irrumpió el sentimiento tumultuario contra el imperio, con el símbolo de un ambulante tan de ellos y tan nuestro.
Literatura, cine y existencia más allá del párrafo y el celuloide
En arribeñas sangrías se abordó al macartismo y su cacería de brujas, que en su honor, esto es, en su merecidísimo deshonor, teatralizó Arthur Miller con Las brujas de Salem en paráfrasis de hoguera nunca conjurada; el mismo dramaturgo creó la puesta en escena de The death of a salesman (La muerte de un vendedor) que en arbitrario traducir transformaron en “viajero”; su esposa Marilyn Monroe en cuya silueta y labios siempre humedecidos de fulgor… corporizaba la sensualidad que tantas poluciones acarreó al tropel de sus admiradores, fue llamada para testificar ¡en contra de su propio marido!
La diva vida de anagrama, sin embargo, asistió con la íntegra entereza de su figura y su verbo entonadito, qué chasco a chasquidos se llevaron los inquisidores, no devino oreja la belleza, en sus lóbulos sólo pendían pendientes de íntima independencia, arracadas arrancadas de una media luna que sus llamadores sintieron en degüello y cimitarra.
En lo cinematográfico, Alejandro Galindo cumplimentó un clásico que con todo y cácaro ya es propiedad del memorial: Una familia de tantas, con David Silva vendedor en “cambaceo” de aspiradoras que succionan hasta las huellas de las ánimas; con Martha Roth y el padre agrio y ogro (Fernando Soler) jefe del hogar que imponía únicamente lo que se le hinchara a voluntad ecuatorial.
Jorge Luis Borges abordó prosístico un buhonero británico, Luis Góngora lo poetizó sentencioso pero a trasluz de Albión y la sentencia, la buhonería remite al transitar con la cantata que bajo cada encino atesta de tiniebla bienhechora, de sombrita que se bebe, de mandolinas que de la penúltima sábana de azul tan de Darío descienden a fin de reacomodarse junto a la manzana y el ramal, sin temor al mordisco castigado, ni al exilio interior que al espíritu desnuda en pornográfico desplumadero.
Mariano Azuela noveló el ambulantaje en La Marchanta, puestos y repuestos en aceras ubicados, el vocear que se torna río en bisbiseo, el paredón sin fusilados con una cicatriz en cuarteadura por donde se deslizan gregorianas todas las palabras; en mucho le desagradó la versión cinematográfica de Chano Urueta (el mismito que antes dirigiera Los de abajo, también novela de Azuela), detestó en lo fílmico el nuevo cabezal: La carne manda, el trastrueque de pregón por cachondeo, de canícula comercial en lo destechado del mediodía… a calentura de altura en astro cuya flama sólo se desinflama en la bienvenida de un camastro.
B. Traven (que algunos rebautizan “Bruno”), o Berick Traven, o Bernhard Traven, o Ret Marut, o Hal Croves, u Otto Feige, o… Y su Canasta de cuentos mexicanos con los vendedores ambulantes entretejiendo entonadas letanías al paso atimpanado (de tímpanos y témpanos) de cualquier fantasma que retorna nada más para recopilar todo lo existencial que había desoído.
O la familia Fugger, en especial Jakob, que en sigilo del siglo XVI, por encarguito de Su Santidá, León X, banqueramente en simonía comerciaba indulgencias, bulas -que no burlas- pa’la redención de la clientela en los anquilosados horarios de ultratumba: “Queee no le digan, queee no le cueeenten, cómprese ‘orita su indulgencia y conviértase en instrumentalista de arpegios en los santuarios, en cuantito le toque el turno de devenir carroña, ¡pááásele y hágase el vivo pa’la eternidad edénica con su indulgencia, con su bula, con su perpetuo certificado con que San Pedro le abrirá el portón de los sacratísimos revuelos, cóóómprese este bono-bonito y remídase redimido, aproveche la magna ganga y agarre de colchón una nube y de almohada cualquier estrella! ” (Traducción del alemán antiguo por el gran exégeta Lorenzo Lucas Castañeda).
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