RETOBOS EMPLUMADOS
PINO PÁEZ (Exclusivo para Voces del Periodista)
A LA DISCRIMINACIÓN SE le surte en diversas canastillas, desde los manojos despellejadores de racismo, a la misoginia que hace de la mujer un mero depósito de espermas; desde la gerontofobia o aversión hacia los viejos que convierte en adversidad suprema a las arrugas, al odio a la homosexualidad que conduce a los homófobos a resoplar un vendaval de hogueras; desde el rencor contra jorobados, ciegos, paralíticos... a la ira versus la indigencia que “percude” las calles con su paradójica soledad tan colectiva...
Prietos, negros y amarillos o las canijas ofensas del matiz
En anterior retobada expusimos discriminadores trocitos de historia que todavía hieden su antigüedad de mermelada que no es fresa machada de Irapuato, por ejemplo, del reverendísimo Ginés de Sepúlveda quien desde Madrid muy docto asentaba -con otras palabras y misma esencia- que los indios hallábanse varios escalones abajo de la humanidá, esto es, que animalia era su sitial sin peldaños que ascender. En ese siglo (XVI) otro cupular eclesiástico de la Metrópoli, Tomás Ortiz, sostuvo las “tesis” ginesianas, aunque condimentadas de indígena sodomía en vastedad, pues el clérigo en su estancia por América solo y sólo, con su alma sola, miraba atónito al autóctono con autóctono fornicar en riguroso esculcadero de masculinas retaguardias, al aire diabólicamente libre, sin pudor ni taparrabos, qué cópula de macho a macho atestiguaba don Tomasito que de tanto pecado visto se llenó de conjuntivitis, perrillas y chingüiñas en sacra protección contra las visiones, sin embargo, en la sanidad de sus oídos ¡cómo taladraba tormentos la machística e inacabable orquestación de los pujidos!
Fray Bartolomé de Las Casas con su argumentación terminó por desmoronar más esas moronas del “pensamiento” dieciseisavo; propuso la traída de africanos a fin de amenguar la también esclavitud de los naturales, propuesta de la cual se arrepentiría el dominico al reconocer que no se puede mitigar el dolor humano a costa del dolor humano, remordimiento que a lo largo de su nonagenaria existencia se le adhirió como un tatuaje que ni la ceniza borra, que ni la silbatina del otoño se lleva en polvareda, que ni la brizna posterior al crematorio camufla en la piel de una pantera.
Décadas más tarde arribaron los “coolies” , los chinos, la otra raza “inferior” que junto a negros e indios formó, según los hijos putativos del prejuicio, una trinidad nada santísima. Hacia este triángulo “abajeño” en picada se desplomó el estereotipo: El negro huele mal, el indio es mañosamente melancólico y el asiático parapeta la perversión de sus ideas en el rasguño de su mirada. Cuánta cajeta que no es de Celaya, pese a que se la haya sacado del hartazgo aquel racista.
De cualquier geometría el racismo puede surgir
En la centuria decimonónica y la siguiente, el racista -para situarnos en México y eras paralelas- surgía hasta de rivales ideológicamente irreconciliables: muchos liberales y hartos (en todos los sentidos) conservadores, desde su criollez coincidían en el prejuicio hacia la negritud e indianidad, a las que genéticamente atiborraban en el sótano. José María Luis Mora, sacerdote y abogado, autor de espléndidas obras didácticas y de avanzada contra el feudalismo clerical... era otra pluma y otro pensamiento en sus rúbricas discriminatorias, al grado que durante una etapa diplomática en Londres, solicitó consejo al gobierno inglés preocupado el mexicano por tanta oscuridad en anatomías que deambulaban anocheceres en su país. “Blanquear la población”, fue la respuesta de los representantes de Su Majestá, lo que significaba elaborar a fondo una política de inmigración europea y de también blanquérrimos estadounidenses, masividad de familias enteras de lechosa tonalidad era la solución, “tip” contrario a lo que intentara Valentín Gómez Farías -de quien Mora fuese asesor- el cual proponía que mestizos e indios poblaran territorio tejano y otras regiones vastísimas a las que ni ánimas en pena frecuentaban de una revoloteada.
Al igualmente clérigo y gran científico, José Antonio de Alzate, le atribuyen haber dicho “Los negros tienen la sangre podrida” y a otro José María Lafragua, expresar su angustia de que en México se reestableciera la “Monarquía indiana” o a Lorenzo de Zavala, oriundo de Yucatán, gobernador del Estado de México, políglota, diputado, historiador, ministro hacendario y consejero de Vicente Guerrero.... ¡y primer vicepresidente de Texas! criticar a Hidalgo por ubicar estelarmente a indios en la batalla independentista, cuando -se infiere- debían morir enjambrados como extras de alguna escenificación que ni una letra alcanzan en el reparto.
La conservaduría local desde su criollismo simbólicamente re-vestía a negros de olanes plateados y zapatillas de arlequín paque con la libertá del mayordomo, a partir del umbral, recibieran ceremoniosos a sus amos e invitados de caché. A lo indios los situaba en un puntito casi perdido del horizonte, erguidos con la bronceada pequeñez de una i latina y abrazados en pose mística al azadón.
Uno de los conservadores, Justo Sierra O’Really, padre del porfirista Justo Sierra Méndez, de plano rogó a Estados Unidos “Salvar a la gente blanca” porque los mayas se rebelaban, en la denominada guerra de castas, a ser materia prima de la esclavitud. Súplica justina en ¡1847! en la invasión imperial que se atragantó con más de dos millones de kilómetros de una sola tarascada. Antes, don “Justo” , fue emisario de autoridades yucatecas para establecer relaciones con la todavía fresca, muy fresca, “República de Texas”. ¡Con “razón” filial “indirecta” su vástago “Justo justamente justificaba” a Zavala en textos de “reflexión histórica” por su cambio de bandera y camiseta.
La interpretación conservadora del mestizaje por estos lares era muy “optimista”, creía que en esa mezcla de sangres, la “superior” (la española, según su draculesca hispanofilia) se impondría, en parangón de íntimo lavadero que tras varias generaciones ni pringuito dejaría de rastros indígenas y africanos. Uno de estos conservadores, Nemesio García Naranjo, integrante del cuadrilátero parlamentario que aplaudió al huertazo... es creador de un “poema” en que adjetiva la “esencia” de dos razas en su conjugación carnal: “... la salvaje Malinche y el indómito Cortés...”. Don Neme fue uno de los más activos patrocinadores en erigir una estatua grandotota a don Hernán, quesque sólo de esa manera los mexicanos crecerían desempolvándose el terregal histórico que tanto achaparra, proponía cortesiano el monumentote al tiempo que cortesano a don Victoriano destilaba la oratoria de su almíbar. Estos racistas en lo medular de su “filosofía” contemporizaban con “procaucásicos” discriminadores, éstos, empero, eran opuestos a la lavandería sanguínea, para ellos la única validez de una relación interétnica era entre dos “purezas”, entre, verbigracia, originarios de Alemania y Finlandia o Francia y Suecia o Inglaterra y Holanda... pero si uno de éstos “se combinaba” con negros, indios, mulatos u otros mestizos de “bajuna prosapia” , se convertiría en genético traidor de la purificación. El francés Gustave Le Bon fue uno de los “tratadistas” más exitosos en tales “sustentaciones” , Hitler lo admiraba con ardiente devoción de pirómano, en Mi lucha don Adolf aplicó la “ciencia” de su maese al “explicar”, entre otros apuntes en absoluto pedagógicos aunque sí pedogógicos que “...El negro es chango...”. El yerno del músico prusiano Richard Wagner, el inglés Charles Houston Chamberlain, pugnaba y re-pugnaba por impulsar la “moral aria” que algunos antirracistas pudieron equiparar -en ludismo gramatical con el oficio del suegro- en mal aria o malaria que provoca la calenturienta “hipótesis” del prejuicioso al que por cierto otorgaron la ciudadanía alemana en retribución a su silbante aria en aridez que más que chiflido chifladura fue.
La discriminación corroe hasta su antítesis
La izquierda, en cualquiera de sus variantes, se opone -al menos teóricamente- a todo engendro del prejuicio, ilustra, por ejemplo, que el racismo no es intrínseco a la humanidad, sino una forma de “educar” para que los más piensen como a los poquitos conviene. Así, los negros son por naturaleza “menores” y la esclavitud una “consecuencia lógica de su ser”. Con qué certeza desnudaba Karl Marx al capitalismo, no lo imaginó, le desvestía los trapos y cuartillas que modistos y amanuenses le confeccionaron. En chorreaderos de hemorragia ajena chapotea el capitalista, observaba el sabio de Tréveris en su portentosa labor de encueramiento.
A ese mismo Marx, un marxista de toda la vida y toda la muerte: Valentín Campa, en algún escrito manifestó su desacuerdo respecto a que hubiera sido un avance que EU engullera a México completito. El autor de El capital, por otra parte, en un análisis sobre Asia -que no abordó el inolvidable líder ferrocarrilero- hizo esta citación de Goethe: “... Quién lamenta los horrores/ si los frutos son placeres/ ¿no mató Talarmundi miles de seres en su reinado?”. Tratábase de una comunidad de escaso desarrollo técnico “conquistada” a precio de genocidio por los que impondrían un adelanto tecnológico; ni el poeta ni el filósofo se basaban en cuestiones de raza sino, como el fundador del Partido Comunista analizaba, en el desarrollo de la lucha de clases, empero, la discriminación que corroe hasta su antítesis aún mordisquea desde lo citado y re-citado.
En otras escalas disímbolas de la izquierda José Ingenieros, José Carlos Mariátegui y Ricardo Flores Magón, con distintas temperaturas y temporales, vertieron de su tintero aquella corrosión. De ello versará el siguiente Retobos Emplumados, cerremos por ahora con una reproducción que realizó Lourdes Martínez Echazábal en Cuadernos Americanos del ’88 de un párrafo de JCM: “El negro (...) trajo su sensualidad, su superstición, su primitivismo. No estaba en condiciones de contribuir a la creación de una cultura, sino más bien de estorbarla con el crudo y viviente influjo de su barbarie”.
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