De periodistas y periodismo
“(…) El saber periodístico sólo se consigue conjugando tiempo, tenacidad e ingenio”. Luis Méndez Asensio, en el libro La Condición de Periodista
I A PROPÓSITO DEL 7 de junio, Día de la Libertad de Expresión, instaurado en el sexenio alemanista por los empresarios de la difusión impresa para cantarle loas al entonces Presidente de la República, tráense a cuento ciertas reflexiones atañederas. Y a propósito, también, de otorgarle a este escribidor la presea “Defensor de la Libertad” ese día por la Organización de Comunicadores de los Estados, A. C., y la Delegación Veracruz del Club de Periodistas de México, las reflexiones son tropicales. Abúndese acerca de esto último para extender merecido reconocimiento a la muy fina y admirada colega Celeste Sáenz, presidenta de la Fundación Antonio Sáenz de Miera y Fieytal, de índole filantrópica, y al colega Uriel Rosas. Volvamos al tema. Lo tropical y atañedero reside en nuestra propia realidad circundante: la descarnada y, a la vez, cruda descomposición del poder político del Estado mexicano y, por contagio al parecer inexorable, el mismo Estado. Esa descomposición -que tiene manifestaciones dramáticas e incluso espectaculares que sacuden y estrujan violentamente el alma mexicana- afecta en gradación variopinta y sin duda alguna a todos los mexicanos. Afecta, en particular, a los mexicanos de los estratos societales marginados o excluidos y desposeídos históricamente -desde los tiempos de la Nueva España- pero cuya condición no ha sido siempre aceptada de buena gana y sin chistar. No en vano. Esos estratos societales han expresado cíclicamente -la historia, cabría recordar, es circular, por lo menos en un sentido pedagógico- ansias reivindicadoras desde el yugo colonial español hasta el mal llamado México independiente. II EN ESOS 489 años, los pobladores de entonces y sus descendientes en un mestizaje que el mapa genómico mexicano muestra un mestizaje dominado casi en un 90 por ciento por lo autóctono prehispánico han estado en afanes reivindicadores de varia laya. El poder político del Estado mexicano, de dudosísima independiencia, se apresta a celebrar dos hitos de esos afanes reivindicadotes -el “grito” de Independencia en 1810 y el inicio de la Revolución Mexicana en 1910- pese que no hay motivos para festejar. Habría motivos, eso sí, para recordar ambas efemérides, pero no más. ¿Por qué? Por la simplísima y muy evidente y, por lo mismo, elocuentísima y apabullante razón de que hoy, en 2009, los mexicanos estamos en condiciones peores a las de 1810 y 1910. ¿Peores? ¡Sólo los mitómanos lo dudan!, pero éstos, poseídos por patologías incurables de psicopatías y sociopatías progresivas, incurren en raptos de lucidez, aunque, acéptese sin tapujos, breves. Esa lucidez no dura lo suficiente para mea culpa. Mas, si la lucidez momentánea les hizo ver la realidad, aterrados vuelven a su demencial entorno amniótico de la mitomanía, a la posición fetal de la inconciencia. Los personeros del poder político del Estado mexicano vive en sempiterno escapismo. Pero más allá de que ese escapismo de los personeros del poder político del Estado mexicano enriquece los acervos de la vernácula política zumbona y el folclorismo chunguero y festivo -catártico- es identificable como causal del desastre corriente.
III ESA PATOLOGÍA PSICÓPATA y sociópata como peculiaridad genérica de los personeros del poder político del Estado mexicano les ha llevado a invertir las prioridades que siendo sociales por imperativos morales y éticos han convertido en personales y particulares. Ello explica conductas aberrantes de los gobernantes: entregar México -su patrimonio, su identidad histórica incluso, su acervo- a intereses trasnacionales y al saqueo propio y ajeno y al uso de socaliñas para fines de control social. Ineptitud, corrupción, desamor y traición a la patria, irresponsabilidad en el ejercicio del poder, indiferencia e insensibilidad, opresión y represividad del conocimiento de herramientas para comprender la realidad han distinguen al poder político del Estado. ¿El resultado? La descomposición, la cual tiene facetas ominosas para la sociedad entera, para el ejercicio de su albedrío, de sus derechos, garantías, etcétera. Por lo que atañe al ejercicio del periodismo, esa descomposición tiene efectos terribles. Más de 50 periodistas han sido asesinados en sólo ocho años (de 2001 a la fecha) y un número incontable de otros ha sido agredido, amenazado y secuestrado. El universo social está, empero, preñado de dramatismo estadístico. Unas 12 mil personas han muerto en el contexto de la militarización del país so motivo de la “narcoguerra”. Y miles y miles más por las secuelas de la debacle económica y la ausencia, en los hechos, de libertades fundamentales. Y, por añadidura, miles y miles más por efectos de la simulación de los personeros del poder político del Estado en el ejercicio de potestades cada día menos constitucionales. Defender la libertad es tarea de todos, no sólo de los periodistas.
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Glosario: Laya: calidad, especie, clase. Sempiterno: Lo que durará siempre; dícese lo que, habiendo tenido principio, no tendrá fin.
Clase política y suicidio
“La tortura y los malos tratos siguen siendo un fenómeno generalizado en México (…) Las agresiones y asesinatos de periodistas se mantienen impunes”. Informe Anual (27/V/2009) de Amnistía Internacional.
I LA INTELIGENTÍSIMA COMUNICADORA Celeste Sáenz de Miera, presidenta de la Fundación Antonio Sáenz de Miera y Fieytal, dedicada al desarrollo de estructuras de protección social de los periodistas, preguntóle a éste escribidor: --¿En qué contexto situaría usted el fenómeno de los asesinatos de periodistas en México, que tan sólo en los últimos ocho años, los sexenios de Vicente Fox y Felipe Calderón, han alcanzado la cifra de 56? La interrogante fue formulada el 7/VI/2009 en Xalapa, Ver., durante la transmisión del cotidiano radial “Voces del Periodista” de doña Celeste, posterior a la entrega de reconocimientos a periodistas, entre ellos éste escribidor. Señalaríase sin incurrir en inmodestia que la presea Defensor de la Libertad de Expresión le fue otorgada a éste escribidor por sus pares del Club de Periodistas de México, delegación Veracruz, y la Organización de Comunicadores Estatales. La respuesta lo más precisa posible a lo inquirido por la señora Sáenz de Miera nos la ofrece nuestra realidad económica, política, social e incluso cultural -ésta como acervo vivencial de la experiencia mexicana- que es, sin duda, dramática. Más el calificativo dramática quedaría corto ante las manifestaciones de esa realidad, la cual tiene a su vez causales que serían imposibles de remontar y, por tanto, superar sin una conciencia de lo estratégico. Y lo estratégico se define, con arreglo a la experiencia histórica, a la supervivencia misma del individuo como ser político y social y, ergo, como nación, según los imperativos de la evolución societal. Éste sería -es- la vera materia nuclear y orgánica de cualesquier nociones, conceptos e incluso doctrinas de seguridad nacional. La seguridad de la nación está bajo amenaza creciente y corre, en consecuencia, un enorme peligro.
II PERO ESA AMENAZA a la seguridad nacional es distinta, en todo sentido y lugar, a la seguridad de uno de los elementos constitutivos del Estado, que es el poder político. La diferencia es conceptual, cualitativa. Cierto. No es lo mismo el poder político del Estado mexicano que el Estado mexicano mismo. Aquél --el poder político- se ha distanciado de su mandante, el pueblo de México, que es el principal elemento constitutivo de todo Estado. Ese distanciamiento no es de cuño reciente, atribuible hoy al desempeño de los personeros panistas del poder político del Estado y cuyo arribo en 2000 a esa arena fue precedido por un priísmo también antisocial pero con más oficio en simulación. Pero es a los personeros panistas del poder político del Estado mexicano a quienes les truena el cohete en las manos, obsesionados por el temor a cierto determinismo histórico que preconiza estallidos revolucionarios cada cien años. Más el cohete no les estallará -a futuro- por la simplísima razón de que ya estalló y, sobre todo, continúa estallando por dinámicas de menos a más, in crescendo. Ya abruma al poder político. Y lo abruma tanto que éste exhíbese rebasado, acudiendo a la violencia legal, la de la represión de hecho y de pseudoderecho, cuya secuela es la creación de condiciones propicias a prácticas represivas sistémicas de censura extrema. En ese contexto de represión sistémica cae el fenómeno de la violación de los derechos humanos y, dentro del suso entorno conculcador y represivo, las agresiones a periodistas y los 56 asesinatos en los últimos dos sexenios. Desde esa perspectiva, esos crímenes son, filosóficamente, crímenes del poder político del Estado, aunque sus epígonos -militares, policías y obrepticios matones- no los hayan cometido materialmente, pero sí creando contextos propicios. III ¿QUÉ NOS DICE ello? Mucho y con crudeza: la descomposición molecular y morfológica del poder político del Estado, contagiando esa patología aberrante al Estado mismo y a sus otros elementos constitutivos, el pueblo y la soberanía. La censura extrema es por definición oscurantista. El censor mata -siega la vida- en la modalidad de asesinato premeditado. Y como tal, es un síntoma inequívoco de descomposición cuyo desenlace final es la desintegración. La desintegración tiene inexorables secuelas dialécticas: desaparecer, extinguirse. El poder político -identificado también como “clase política- se está matando a sí mismo. Suicidándose. No hablamos de hipogrifos. Tal vez por ello, el pueblo exhibe aparente pasividad, que en un sentido estricto es paciencia, expresión vera de la idiosincrasia mexicana. Esperar a que quien te oprime, reprime y oprobia se suicide víctima de sus propia necedad e insensatez. Y resuelva de esa guisa el problema. La pasividad del pueblo, discernida así, antojaríase estratégica. En ese contexto, votar o no sería académico. El poder político del Estado y éste mismo en su actual diseño y carácter van hacia su desaparición por mano propia. Por imprudencia. Suicidio inintencional. Ese diseño es declaradamente antisocial y, por tanto, criminógeno. Bástele al caro leyente una mirada analítica a los sexenios de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y Carlos Salinas para confirmar lo aquí dicho. La monstruosa desviación del poder político tiene vectores: la ambición de poder y memez de sus personeros, la laxitud moral y la ausencia de patriotismo y la degradación de la moral y la ética en el ejercicio del poder y la política. Pero el suicidio del poder político -la “clase”- plantea otro problema no teórico pero sí hipotético: ¿Quién ocuparía el vacío dejado por el suicidio del poder político del Estado mexicano? Ese tema sería tratado en la entrega próxima.
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Glosario: Clase política: expresión inapropiada y poco afortunada que se usa para designar a la dirigencia política. El término se originó en 1896 probablemente en los ensayos de Gaetano Mosca, precursor del fascismo, acerca de la teoría de las élites. La expresión fue utilizada en los veinte del siglo pasado por otro precursor del fascismo italiano, Wilfredo Pareto, en su teoría acerca de la circulación de las élites. Hipogrifos: animales mitológicos, como los alebrijes u ooximorones. Hipotético: de hipótesis; suposición de algo posible o impoible para extraer de ello una consecuencia. Suso: arriba, antes, previamente mencionado. Vectores: agentes de transmisión. Portadores de algo.
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