Lo que nos Pasa…
“Nuestro país no merece lo que le pasa”.
José Narro Robles.
I
Los historiadores –como éste escribidor-- solemos poseer la irreprimible deformación profesional de analizar la realidad general y particular, pasada y presente, y elaborar escenarios prospectivos posibles sustentados sobre la experiencia histórica.
Dado ello, discernimos con las herramientas metodológicas apropiadas --y en cuyo uso, aplicación y empleo se nos capacita-- cuál es la realidad económica, política, social y cultural, por ejemplo, en períodos históricos específicos.
Esa metodología permite a los historiadores discernir también las realidades generales y concretas de hoy, utilizando además del enser de la extrapolación y otros de mayor precisión desarrollados por ciencias devenidas de la madre de éstas, doña Historia.
Así, el enfoque historicista de la realidad concreta da a historiadores una ventana adicional, distinta sin duda, a la de sociólogos, filósofos y politólogos, quienes usan para mirar en rededor los mismos prísmas de la historia, aunque desde otras posiciones.
Empero, el cotejo mutuo y la alimentación recíproca son esenciales. La sociología, la filosofía y las ciencias políticas se remiten siempre a la historia y ésta, a su vez, abreva en aquellas. La proverbial piedra roseta que descifra enigmas de hoy es la historia.
José Narro Robles
II
Y a la historia nos remitimos para registrar, identificar, comprender y analizar la realidad presente. Lo que nos pasa –como bien lo señala el doctor Narro, rector de la UNAM, en el epígrafe— ya nos ha pasado antes. ¿Olvidamos ya cómo salir del hoyo?
Y los desenlaces de eso que nos ha pasado antes han sido traumáticos en lo social y en términos de vidas individuales, aunque es imperativo situar nuestro presente en un contexto comparado. Las diferencias entre ayer y hoy son cuantitativas, no cualitativas.
Esas diferencias, empero, podrían determinar el tiempo y el espacio de los desenlaces que, si abrevamos en la historia, son móviles, no estáticos: afán de cambio, sea éste de forma o de fondo, parcial o total, en función de nuestra capacidad societal de sacrificio.
Háblase aquí de sacrificio colectivo, no individual. Los mexicanos de hoy no estamos dispuestos, por lo menos hasta ahora, al sacrificio individual –particular— ni social, conducta que tiene su explicación en la idiosincrasia; ésta, precísese, es cultural.
Y por cultural queremos decir que es una idiosincrasia adquirida, cincelada por lo que la sociología llama superestructura de la sociedad, conjunto de instituciones cuya función es cohesionarla en torno a la base económica y asegurar así su reproducción.
III
La superestructura –que algunos sociólogos describen también como supraestructura-- son el conjunto de concepciones, modos de pensar, actitudes, sentimientos e ideologías que corresponden a las instituciones cohesionadotas.
Esa es la diferencia cuantitativa entre el pretérito y el presente mexicanos. Esa diferencia se agudiza si se toma en cuenta que las condiciones objetivas del contexto, si bien propicias para el cambio de fondo, son interpretadas con arreglo a la idiosincrasia.
Y, como sabríase, nuestra idiosincrasia ha sido cincelada por el poder real dominante –el del dinero-- que nos exacciona, expolia, abusa, se burla de nosotros y, en suma, nos oprime, de modo tal que nos induce a subsumi políticamente el albedrío reivindicador.
Nos aguantamos. Es decir, resistimois pasivamente, que es, diríase, variante estoica de sacrificio que no pone a prueba la tolerancia al dolor social. Rogamos por soluciones providenciales –milagrosas-- a lo que nos pasa y que el rector dice que no merecemos.
Pero nos lo merecemos. Por ignorar la historia –para conocer ésta no se requiere ser letrado— de los pueblos de México. Por abstenernos de tomar conciencia el por qué de lo que nos pasa. Ello frustra a otros mexicanos, los que están en movimiento. Éstos abanderan ya el cambio de fondo.
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