Cortar por Lozano
JAVIER LOZANO ALARCÓN es uno de los estereotipos más representativos del actual gobierno federal: diestra asaz esquinada; lenguaje tan agresivo que simula pronunciar lapidaciones; acentuadísimo acicalamiento personal e inmobiliario... y un fijo arriscar de nariz bien sonadita en sonatita, en cuanto huele aromas de la plebe.
Vocero y voz cero
Don Javier, de hecho, de facto e ipsofacto se constituyó en el predilecto portavoz de don Jelipe, es vocero al transmitir recaditos y pedradas del patrón... y es voz cero en cuanto le retachan los clarines de la polémica: debatir, cero; argüir, cero; explicar, cero...
Al señor Lozano mandataron descalabrar oralmente a Carlos Slim, y casi cumple la encomienda, sólo que en lugar de rocas pronunciadas contra el beneficiario magnate del salinato... balbuceó guijarritos envueltos de seda y tul, lo apedreó de puro peluche y terciopelo murmurados. A quienes sí lanza rocas en alud, es a sindicalistas no charrificados, por ejemplo, a los del esmé, a quienes amenaza y electrocuta de una bocanada, incluso -literalmente- los equipara al muerto que ignora que es cadáver porque las ánimas amanuenses aún no teclean el acta de defunción. Contra trabajadores la casidad se le acaba, ya no amortigua el lapidar con casimir ensalivado, ni aterciopela de baba la diatriba: se rodea, se regodea de pefepos... y apartado de todo simbolismo verbal, celebra con don Jelipe y coparmexes el festín de la tranquiza.
En chapultepequianas lomitas despacha el señor Alarcón, sin informar cuántos millones costó al erario la mudanza ni lo chic del moblaje, ni el tropel de sus hipervitaminados guarurotas, ni el monto que ocasionó su entrecomilladísima “demanda” en Estados Unidos contra Zenly Yegón, el que de don Javier sólo recordó el apellido maternal y públicamente acusara de maese de la decapitación, un restaurador de guillotinas que al estilo Enrique VIII sentencia “Copela... o cuelo”. ¿Qué responsabilidad tiene el señor Lozano en los más de 200 millones de dólares que la DEA descubrió y a empujones condujo a la PGR a casa del oriental nacionalizado mexicano? ¿Por qué no se investiga al secretario del “Trabajo” sobre éste y otros señalamientos? El voz cero contesta en cantaleta: debatir, cero; argüir cero; explicar, cero...
Sabor a PRI
Javier Lozano Alarcón, con aquel apéndice nasal corrugado, sin principios principió sus escalonamientos de La Grilla sobre peldaños del Partido “Revolucionario” Institucional, acomodándose en la camotera localidad poblana, con el padrinazgo del entonces virrey Melquíades Morales, quien presumía en tertulias de postín a su “ahijadito”, el que bien manicurado tocaba el piano y se mojaba inspiradísimo los labios cuando interpretaba a Chopin.
“Javi -con dulzura le ordenaba don Melquíades tan pronto aquél terminaba el recital- ahora disértanos algo acerca de algún músico que no haya sido música”. Y, para continuar con el tema, hablaba el pianista de Federico Chopin, de cómo la temible Aurora Dupin, bajo el masculino pseudónimo de George Sand, abusaba de las trémulas carnes de Federiquito, hasta exprimirlo más que una caña en dentadura de sediento.
Don Javier se sentía a disgusto en aquellas filas, él, tan amante de Wagner, no del que alguna vez cometió el pecado de admirar a Marx y Bakunin, sino al genio wagneriano que mansito-mansito volvió al regazo del káiser, al imperio alemán del que en desacato y blasfemia se había retirado en apoyo a la revolución de 1848, no del autor de Arte y revolución, ensayo tan subversivo, sino del tetralógico re-creador de El anillo de los nibelungos, ¡y ahora debería interpretar para el futuro virrey, Mario Marín, a Bach, Saliere y Mozart!, y aunque, sería un gober bien preciso y precioso... ¡en sus rústicas orejotas sólo cabían las chifladas serenatas del señor Nacif!
En paráfrasis a don Álvaro Carrillo, el señor Lozano se zafó de tales filas con amargo sabor a PRI y, sin obtener aún la membresía, muy ceñidito se acerco al PAN, era recibido por don Vicente y doña Martita a quienes amenizaba en los teclados con el Claro de luna, composición que el señor Fox atribuyó al Charro Avitia, hasta que su señito le aclaró, sonriente y compresiva, que era autoría de Elton John.
Qué veladas del señor Alarcón en dominios de la gran pareja. Cómo la charla cultural enmantelaba la sobremesa con platicaditas botanitas de gran categoría. Doña Martita daba cátedra filosófica sobre Rabinita Tagorita, la hegeliana pensadora que en Celaya diera la conferencia magistral: Los simbióticos dilemas de la cajeta, en tanto don Vicente, a fin de no desentonar antidialéctico, citaba y recitaba memorioso el imperativo categórico de Corín Tellado y los persas aforismos del filósofo de Güemes. Y, como auditivo postrecito, el señor Fox pedía al filarmónico un elote de Chopin, siendo cariñosamente rectificado por su consorte quien, con aquel luminoso sonreír de menguante, muy docta le aclaraba: “No es elote, papaíto, sino mazorca”. Y el tecladista resignado y sin premuras, tocaba y retocaba mazurcas desde lo más pian-pianito de los maizales.
Al PAN PAN y al hueso hueso
Con el matrimonio foxista, Javier Lozano Alarcón zurció una osificada escalerita de estambre en que de dos en dos ascendía con prisas de campanero. Ejecutó valses y preludios ahumado con el puro impuro del señor Cevallos y entre vítores del jovencito Döring, hijo calcificado de don Diego; allí se vinculó con don Jelipe y, en torno al referido Elton John, fue a escucharlo al que fuera solar de Maximiliano, el emperador patito. Tras el concierto, la sagaz y cultísima doña Martita halló parangones entre don Javier y míster Elton, “¿En el pianístico estilacho?”, inquieto inquirió el señor Lozano. “No. En que los dos se cucharean las pestañas”, respondió la visionaria dama, limpiándose con un finísimo guantecito de piel de hiena los rescoldos de una carcajada.
Don Jelipe, más instantáneo que un alkazeltzer, apreció las cualidades de don Javier en el osificado rondín de Polakia: prototipo de fascismo periférico, pero bien “educadito”, muy alejado del rasposo parlotear sinarquista; dispuesto a todo en la más extrema totalidad. Así, en cuanto al señor Calderón los matemáticos contadores de Merlín obsequiaron la sillota... propuso un puestazo al instrumentalista de ocasión.
El señor Lozano, también alkazelserianamente emocionadísimo, aceptó el cargo de secretario del “Trabajo”, con todo el equipaje de las comillas, con todo el condicionar impuesto: profundizar todavía más a la diestra lo hecho por sus antecesores Carlos Abascal y Xavier Salazar, mejorar lo dicho por éste último respecto al antiobrero discursear: lo mineros se mueren en el subsuelo “porque se las truenan”, textual dijo don Xaviercito, el que por una equis no fue tocayo y quien ahora, junto al señor Usabiaga, en lugar de ajos, cultiva almorranas de exportación, en los acolchonaditos sembradíos de una curul.
¡La misión para don Javier, el que por una jota no devino tocayez, consistía en enseñar al proletariado que hay clases más allá de lo escolar!, ¡mostrarle al peladaje que el pedigrí sí existe! ¡hacerle comprender al overol que hay niveles y desniveles más acá de los viaductos!
Y lo ha conseguido el señor Lozano, con tan buen tino, esto es, con tan buena puntería en el apedreamiento, que hasta presidenciable lo susurra la oligarquía, aunque le falta completar lo mero-mero de la pedrada: la reforma “laboral”, la que intentaron don Carlos y don Xavier, quitarle todo el arsenal de privilegios a los de manos toscas: ¡más que terminar, exterminar los salarios caídos, desaparecerlos de la ley reglamentaria, imponerles un nocaut de una plumada, es decir, de una desplumada!, ¡can- celar, con celo perruno, cancelar el oprobioso derecho de antigüedad!, ¡imponerle a la canallada la “polivalencia” en el empleo, que por lo mismo hagan adobes y manejen un camión, que por igual laven cacerolas y se pongan a redactar, que alternen pintar paredes con menesteres de carpintería sin agobiar al empresario con la inmoralidad de las horas extras!, ¡de una vez trastocar en cascajo el Infonavit y por reparto de utilidades entregarles puros caracoles!, ¡que na’más el amo contrate transformando al sindicato en maniquí!, ¡que...
El señor Alarcón orquesta sin piano la publicidá contra los electricistas “desaparecidos”, y su asistente, Joaquín Blanes, procurador de la “Defensa” del Trabajo, en un emisión radial acusó de “barriobajeros” a despedidos y asesores del SME, el anterior 20 de noviembre, pa’festejar de frac lenguado el aniversario de la Revolución Mexicana.
Por lo pronto Javier Lozano Alarcón toca el piano y apedrea. Don Jelipe -inspirado en su alter ego míster Bush (quien tenía de pianista, secretaria de Estado y bombardera a miss Condoliza Rice) lo luce en secretitas reuniones de caché paque interprete Titán de Gustave Mahler y Juan Charrasqueado de Víctor Cordero que con rafagueante encore, encore, encore! (traducción del rascuache retobador: ¡otra, otra, otra!) en éxtasais ordena el anfitrión.
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