Haití: “Los condenados de la tierra”
EL CATACLISMO DE HAITÍ, es un drama inmensa, terriblemente humano, como para someterlo ligeramente a la estridencia y la a truculencia. Sin embargo, esos dos innobles recursos son la moneda corriente con la que el oportunismo ha atendido la espantosa tragedia que ha asolado a una miserable comunidad nacional que cae en la categoría de lo que Frantz Fanon tipificó como Los condenados de la tierra.
Con no más de 28 mil kilómetros cuadrados de territorio, habitado por población mayoritariamente negra transterrada en condición de esclava, Haití parece aún anclada en 1626 en que los piratas franceses tomaron por asalto la Isla Tortuga. Casi cuatro siglos después, puesta al lado de República Dominicana, Haití semeja una estampa del paleolítico, no obstante que, en 1804, fue uno de los pueblos precursores de la Independencia de América, sublevado bajo el mando de Toussaint Louverture, quien proclamó la república.
Historia incesantemente caótica la de Haití, sometido permanentemente al asedio extranjero, la fatalidad continental lo hizo presa del “Destino manifiesto”: En 1915, casualmente cuando la Armada de los Estados Unidos lanzó su enésimo ataque contra México -por Veracruz-, fue ocupado militarmente por los Estados Unidos, que se retiró, relativamente, sólo para dejar al país en manos del sanguinario dictador Francois Papá doc Duvalier, quien se proclamó presidente vitalicio, cargo que a su muerte, en 1971, heredó a su hijo Jean-Claude. Su devenir ha estado escrito en las páginas más negras de la contemporaneidad americana.
Esa es la verdadera clave del drama haitiano, siempre bajo el acoso del apetito colonial: Una vez Francia, otra vez España, siempre los Estados Unidos. Hasta antes de presentarse el terremoto de enero, Haití compartía con México, en la región, el peor desempeño de su economía en los dos últimos dos años: El hambre es su santo y seña. Lo que hizo el sismo, no fue más que avivar las llagas que nunca han podido cicatrizar. ¿Cómo esperar una reacción diferente de la población damnificada, que la que se ha venido observando en los últimos días?
Tope en la hondura de la tragedia, Haití se convirtió, súbitamente, en un rentable producto de uso mercadotécnico para los grandes medios: No hay mercancías más codiciadas para competir por el rating que el horror y el terror; mercancías desechables en cuanto cumplen su objetivo. En México sabemos mucho de eso: En el último medio siglo hemos sabido de las inclementes devastaciones provocadas por los huracanes, los terremotos de Oaxaca, la erupción del volcán El Chichonal, en Chiapas, los sismos en la Ciudad de México; la destrucción del sureste por los embates ciclónicos hace apenas cinco años, la apocalíptica inundación de Tabasco hace dos.
En todos esos malditos sucesos, el alma colectiva fue sobrecogida por el ensordecedor torrente histérico de los medios de comunicación. Después el silencio. Pasó “la novedad” noticiosa y jamás supimos del seguimiento de las atroces secuelas, ni siquiera cuando el tema se retoma para consignar el aniversario de cada uno de esos acontecimiento. Ocasionalmente, nos enteramos de la corrupción que llevó a fosas clandestinas el auxilio anunciado para los damnificados, invariablemente consistente en medicinas, alimentos o abrigo, y nunca la sociedad solidaria es informada de cómo se administraron o se administran las cuentas bancarias donde se depositaron apoyos en efectivo.
No por casualidad, el mayor costo de esos embates de la naturaleza lo pagan, en vidas y patrimonio, los parias, y es del dominio público que los daños se potencian por la falta de estructura urbanística o por su construcción burlando las especificaciones técnicas contratadas entre agentes corrompidos; la falta de una cultura de protección civil, etcétera. Peor aún: siempre se hará uso de los fondos públicos de desastre, incluso los provenientes, en calidad de préstamos, de agencias multinacionales, y sólo eventualmente alguien filtrará subrepticiamente pruebas de fraude con esos recursos que se quedan sin castigo.
Ayer México, hoy Haití: el sino irrevocable se expresa contra los eternos condenados de la tierra.
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