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Edición 228
Escrito por PINO PÁEZ   
Martes, 02 de Marzo de 2010 13:49

RETOBOS EMPLUMADOS

 

PINO PÁEZ

(Exclusivo para Voces del Periodista)

 

Disueltas anotaciones sobre
Haití y los prejuicios


A los haitianos desde el génesis mismo de su rebelión, el racismo no les perdonó haber vencido, ser el primer país de la negritud, esto es, primigenia comunidad que en términos de combate, cánticos, ensayo e independencia logró la orgullosa y colectiva asunción del origen, del Black is beautiful que bluseara James Brown. O transcribiese la poética de Cesaire Aimé, el César Amado de Martinica y todo lar, con versos conversos al ébano de piel y a los dioses que untaron su verbo de intensa oscuridad. O el prodigio gutural de la contralto estadounidense Marion Anderson a quien Toscanini elogiara emocionadísimo por aquella voz surgida de la más bendita raíz del manantial... y a la que en Washington le rechazaran dar un concierto por ser negra, por portar el hermoso matiz de madrugada.

 

Anotación al margen de tanta luz

El señor Moon, secretario general de la ONU, demostró, sin recurrir al ADN, su cercanísimo parentesco con la carabina de Ambrosio, rebasado sin consulta por marines ... sólo acierta a ofrecer su mejor perfil ante el enjambre de flashazos de alquiler que lo fotografían teatralmente compungido, abrazando al infante de expresión más entristecida, en un mentidero de luciérnagas que todo imprimen, que todo venden, que todo mercantilizan entre reporteritos y reporteritas de “altruismo” de harta pose, con plagiadas lagrimitas al caimán.

 

Luces y más luces con envoltorio de turrón para don Jelipe, quien tras escenificar un sonreír  de santidá, presume como suyo el envío solidario de los mexicanos hacia Haití, como si él hubiera desembolsado las 15 mil toneladas, más que de bolsas ojerosas, extraídas del hechizo de alguna chistera, del mágico sombrerito de Merlín que en 2006 lo becó en Los Pinos con el magazo re-cuento sin Beto ni Boticario, pero con las naufragantes cuentas del gran capitán.

 

Neón sin marquesinas aunque con un montonal de cámaras que enfocan todo... menos la multitud haitiana que se manifiesta contra la nueva invasión del bélico gringuerío, ni apunta el camarógrafo su testimonio de cristal a las manos haitianas, que pese a la orden de Naciones Unidas, es decir de Washington, de finiquitar búsqueda de sobrevivientes... con la desnudez de puños desprovistos de trigo y  herramienta... rescatan con vida lo que otros decretaron anónimo funeral. Cuánta razón de los poetas caribeños: las manos colectivas vuelan más alto que cualquier palomar.

 

Anotación de racismo atragantado

El opresor finca su dominio más que en las armas, la cárcel o el genocidio, en introducir hasta la médula de las víctimas el engaño de “superiores” e “inferiores” por cuestiones divinas que la metafísica se reserva en los más recóndito de la interrogación. Recurren a don Aristóteles y la inevitable dicotomía amo-esclavo, o interpretan el Génesis con Noé -el primer borracho fortuito de la humanidad- luego de descubrir sediento y por error, el embriagador zumo de la uva. Sem se conduele de ver a su papá en el debut de una borrachera. Cam se divierte de mirar al progenitor con los desfiguros de la inaugural guarapeta. Sem será blanco de tono y blanco elegido por Jehová. Cam será oscuro, oscuridad (im)pura maldecida por Yahvé. Así han reinterpretado chafísimas exegetas el Antiguo Testamento. Semitas-camitas, amos-esclavos, por canija resolución de tales hermeneutas. Incluso la poesía retoma esa bíblica inferencia, como el bardo venezolano Luis Fernando Álvarez en el poema Negra, versos que deletrean sensualidad, cachondez de “camíticos” rebumbios: “...  la luna de tu vientre atrae las blancas pisadas de las bestias en celo (...)/ hunde el aire de Cam su perfume teogónico de selva...” La “Negra” es del sudamericano, las negritas del retobador. El poeta francés Arturo Rimbaud no versificó nada ligado a la negritud, se limitó durante su estancia en África a comerciar armas y esclavos, sin metáforas, sin barcos ebrios pero imponiéndole al nativo una temporada en el infierno

 

Los que menos creían en diferencias raciales eran los beneficiarios directos del esclavismo, para ellos se trataba de un suculento negocio, sin embargo, para que la empresa esclavista (y demás formas de opresión) no fuera demolida por espartaquiadas, y demás insurrecciones, había que hacer tragar la patraña, a los propios dominados, de que unos nacían de arribota y otros abajeños por el capricho inescrutable de alguna divinidá. El sabio de Tréveris certero escribió que el capitalismo procede de un chorreadero de sangre. Y cómo sigue inundándonos de hemorragia diluvial.

 

Harriet Beecher Stowe, escritora “anglo” de los yunaites, estaba en contra de la esclavitud. Lo manifestó en su crítica novelada La cabaña del tío Tom, empero, también aseguraba que había niveles y desniveles de índole celestial en negros y blancos, ‘onde la superioridá divinamente radicaba en privilegiados seres de carnes lechositas, postura similar a la del presidente Lincoln o la asimismo literata Helen Hunt Jackson con su novela Ramona, de la cual se han hecho diversas versiones fílmicas al estilo Pocahontas. En síntesis: no a la servidumbre, no a la igualdad, o a su equivalencia negativa de que no es lo mismo que lo mesmo.

 

Anotación de color bien descolorido

 

Una franja copiosa de los expoliados, en la interioridad más subjetiva, tras atragantamientos contra generaciones en mentideros de étnicos peldaños escalonados por racistas...  creían en ennegrecidas almas sumidamente sotaneras y blanquecinos espíritus izados en penthouse. Y que los cambios tenían que ser de a poquito, homeopáticos, sin alterar la esencia del sistema, lo mismito que ahora se recomienda en fórmulas “filosóficas”: “La política es el arte de lo posible” o el recetario que desde otrora también sazonan a fin de que la izquierda obtenga los tres ingredientes indispensables al paladar del oligarca: “Moderna, dinámica y propositiva”.

 

En babeante vocabulario de prejuicio, los discriminadores dizque de buen corazón patentizaron el término “personas de color” para no decirles negros a lo negros. La racista expresión incorporó otras coloraturas asiáticos, mulatos, indios, mestizos... Toda la escala retomada de Buffon, Lebon, Pauw, Binet...y otros padres putativos del Tercer Reich, en buena medida inspirados por las “castas” que, en “étnica” definición, durante la colonia aplicaron “antropólogos” de Su Majestá, catálogo de variada prietez que transitaba del “calpamulato”,  al “cuarterón”, del “cambujo” al saltapa’trás”, del “morisco” al “allí te estás”, en una escala donde el “indio” y el “negro” fueron ubicados más abajo todavía del abismo.

 

En el terminajo “gentes de color” se enredaron organizaciones antirracistas, verbigracia, en Haití, André Rigaud dirigió la organización “Gente de Color Libres”; en Cuba, la agrupación “Hombres de Color” publicó el periódico Perseverancia, denunciando el racismo en la isla ya independiente. No hubo respuesta ni polémica editorial: la matanza en Matanzas en pleonasmo criminal fue la contestación por hocico de fusiles. En la Unión Americana, en los 60’s del siglo precedente surgió la NACP, la “Asociación Nacional de Gente de Color”. Desde luego que otros grupos antirracistas y revolucionarios no incluyeron en sus siglas tal “decoloración” : Panteras Negras, Boinas Cafés (chicanos), Young Lords Party (puertorriqueños)...

para pino

Anotación de prietos a prietos o ¡qué prietos aprietos!

El racismo se destila de muchas comisuras. En Sonora, Alejandro Bay, virrey consentido del presidente Obregón, decretó la prohibición de matrimonios entre chinos y mexicanas; el señor Zedillo “negreaba” quesque juguetón a gobernadores aprietados; don Jelipe, furibundo dijo  “... los haitianos no tienen ni para comer”, molestísimo porque el fantasmagórico presidente Preval rechazó dar entrada a un barco mexicano con alimentos y medicinas en la etapa de la psicosis en espiral de la influenza A H1N1, psicosis que el propio don Jelipe fomento en aras de su nebulosa legitimidá; o el señor Fox, fidelísimo lector de la señito Vargas Dulché, desde Los Pinos puso de prototipo a Memín Pinguín de la comunidad negra estadounidense, comparación que indujo al diputado y locutor perredista Ariel Gómez, desde una emisión radial chiapaneca, a decir -entre otras foxiadas- que en Haití todos son negros abusivos, tan negros y tan parecidos entre sí, que se debe diferenciarlos con algún blanquecino material, paque ya sin banqueta no se den tanto banquetazo, paque no repitan tanto eructo... En otro sitial, al “legislador”, además de expulsarlo al instante del partido... lo hubieran, también de inmediato, desaforado, a fin de que sin dietas se hartara a plenitud en la íntima alacena de sus negruras.

 

Las diversas tonalidades de prietez, el perjuicio del prejuicio, no son única potestad de “parlamentarios” lumpenianos o políticos doctorados en analfabetismo funcional, próceres que contra la discriminación entregarían sin retóricas hasta el último aliento en el vidrio de la existencia... en alguna época de sus vidas el hálito les fue absorbido por la ventolera percudida del racismo. Uno de ellos fue ¡Gandhi!, Mohandas Karamchand, el grandioso Alma Grande, a quien Churchill discriminara, derrotados el primer ministro y el imperio inglés, por el pueblo indio simbolizado en un cuerpo pequeñito y una sonrisa astronómicamente libertaria

 

Pero Gandhi tardó en crecer en el gran Gandhi, en el Alma Grande, más allá de la nomenclatura espiritual. En los inicios del siglo XX, Mohandas Karamchand laboró dos décadas en Sudáfrica, en la pestilencia del apartheid, donde Gandhi -media centuria antes que Rosa Parks en EU- ocupó, en algún transporte público, un asiento reservado a las hemorroides del “ario”. Gandhi, a diferencia de la señora Parks cuya acción congregara a la comunidad negra encabezada por Luther King, protestaría por escrito, no por haber sido bajado con violencia del camión... sino contra la clasificación que hacían las autoridades del apartheid de indios (de la India) y negros, a quienes muy juntitos los racistas situaban en los sótanos del mismísimo precipicio, pues “... los indios son indudablemente superiores a los cafres”, “aclaraba” Gandhi en las lejanías de su grandeza.

 

Los cafres, por cierto, son autóctonos sudafricanos a los cuales el pequeñísimo burgués de por aquí estereotipa como pésimo conductor, chofer acarreador de costales, propietario de cachetes bien taqueados y más prieto que un manojo de frijoles bayos recién tostados.

 

Gandhi, en artículo publicado en marzo de 1908 en el periódico Indian Opinion, redactó (tras salir de una prisión sudafricana) que “Los cafres son incivilizados, más todavía los convictos. Son problemáticos, sucios y viven como animales..”  Lo peor de la semántica gandhiana que aún no aleteaba en Alma Grande... es que entonces aducía necesaria ¡la segregación!, refiriéndose a los  “etnólogos” del apartheid, Gandhi parrafeaba: “Como ellos, creemos en la pureza de la raza” y, por si fuera poco, añadía que “La raza blanca en Sudáfrica debe ser la raza predominante”. Después apareció el gran Gandhi y desapareció la atragantada tesis del victimario que abate el Alma Grande a los empapados suplicios de un adobado pichoncito.

 

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