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Edición 231
Escrito por Mouris Salloum George   
Martes, 30 de Marzo de 2010 20:09

Ciudad Juárez y México

FAUSTO


“La violencia en Juárez no es nueva; de hecho,

se remonta a su fundación misma, en 1659. Siempre ha estado lejos de todo”.

José Fuentes Mares,

dicho en 1970.

 

I

El aserto del eminente historiador Fuentes Mares, consignado en el epígrafe de la entrega de hoy, tiene densa miga y abreva, precisamente, en la fontana de la experiencia histórica. La violencia en Juárez, empero, si bien es antigua, también es moderna.

Acerca de la antigüedad del fenómeno remítase el caro leyente a los logros   pesquisadores de la historiadora María de los Ángeles Magdaleno (ver Proceso 1,742 (21/III/2010), quien describe hechos y sucedidos de los años veinte en esa urbe.

Acerca del carácter moderno del fenómeno  querríase decir que su fase actual, de virulencia extrema, es la manifestación propia, típica, de los tiempos que corren, secuela de nuestro propio quehacer y responsabilidad societales. Ese fenómeno es la anomia.

La anomia es un vocablo inventado  en el siglo XIX por  el sociólogo francés Émile Durkheim para describir una patología  o trastorno de la sociedad que consiste en un relajamiento de las reglas morales y jurídicas e incluso económicas y políticas.

La sociología moderna -enriquecida por Max Weber y Carlos Marx-  usa el término de anomia para explicar ciertos problemas como los de Ciudad Juárez,  de la relación entre los individuos y el conjunto de normas y reglas de convivencia social.

Desde el México independiente,  la anomia ha estado presente en mayor o menor grado en las ciudades más alejadas del centro político local e inmediato y, desde luego, el federal.  En Juárez, que adquirió su nombre en 1888,  el fenómeno tiene prosapia.

II

Ello, empero, no explica la fase virulenta del presente juarense. No muy distanciado de los entornos societales específicos de otras regiones urbanas de la frontera norte de México y distantes como Monterrey, Culiacán, Guadalajara, Puebla, Veracruz, Cancún.

Sin descartar ni desconocer ni desestimar el alcance de las leyes que rigen el “continuum” de la historia, el presente  en Juárez  y en otras urbes en la frontera deviene en virtud de crisis, decadencia, transición acelerada y mutación de las instituciones.

Despulpemos esos elementos constitutivos del fenómeno de la anomia: la crisis general, ya crónica, persiste en México desde hace varias generaciones, pero agudizada por mudanzas perturbadoras y traumáticas en las instituciones del poder y la sociedad.

México vive un proceso transicional. Sin embargo, ese proceso no lleva por destino la optimización o mejoría cualitativa de la sociedad y los demás elementos constitutivos del Estado -el poder político, el territorio, la soberanía-, sino su  destrucción.

Y destrucción, paradójicamente, por mano propia.  Suicidio, pues. El suicidio de un Estado es consecuencia del suicidio de sus elementos constitutivos, de los cuales es la sociedad el más importante, principal y mayor.  Suicidio por valemadriismo.

Cierto.  La causal de la anomia  -cuya identidad describimos aquí- está, como señala Roger Bartra, conectada  a la base económica de una sociedad  y ésta, a su vez,  con las instituciones que cohesionan aquella y la cultura  en torno a la economía.

III

Bartra consigna también que la anomia es además de un hecho societal objetivo, un problema a nivel de conciencia social cuyo sistema de valores no se corresponde con la estructura global, contextual, que lo rodea. Por comodidad, hemos aceptado la opresión.

Lo peor de todo eso es que ni siquiera sabemos los mexicanos -como colectividad- que nos estamos suicidando. Durkheim tenía en mente esa conducta, la del suicidio, al identificar las premisas mayores del silogismo que arribó al concepto de anomia.

Esto nos lleva de sopetón al meollo mismo del fenómeno, cuyo alcance internacional más reciente -la del asesinato de gente vinculada al Consulado de EU en Juárez- ha traído a México a los enviados de mayor jerarquía de Barack Obama.

Esa visita, anticípese, no es grata para el agente mexicano de EU, Felipe Calderón, de confirmada investidura presidencial espuria. Doña Hillary y doña Janet y don Robert vinieron a fijar los términos de un injerencismo estadunidense más Dito en México.

Y sin meandros ni recodos ni curvas. Injerencismo en el diseño y aplicación de las políticas de seguridad pública del Estado mexicano, pues la anomia -cuya expresión fiel es la narcoguerra-  hace peligrar la intensidad del brutal saqueo trasnacional de México.

No vienen los estadunidenses a salvarnos de nosotros mismos. No, manera ninguna. Vienen a preservar sus intereses -económicos, de seguridad y de su dominio- pues temen que la anomia acceda a una fase muy peligrosa para ellos, una revolucionaria.


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