VOCES DEL DIRECTOR MOURIS SALLOUM GEORGE
¡Alto! a la depredación neoliberal
LA DEPREDACIÓN neoliberal es el signo. Su fatídica consecuencia, es que estamos en el umbral de la hambruna generalizada. No destruye tanto el cambio climático o la falta de una cultura ambiental, como la insensibilidad gubernamental, que todo pretende resolverlo con parlocracia en cada día conmemorativo de la agenda concebida para alertar sobre la devastación del planeta y, antes que asumir políticas públicas cautelares propias, espera ilusoriamente que las contaminantes potencias industrializadas paguen el costo de su desapego e irresponsabilidad.
A la naturaleza, que reparte desigualmente sus dones en el territorio mexicano, y en unos espacios se prodiga hasta la saciedad destructiva, mientras que en otros se manifiesta extremadamente cicatera, se aúna la falta de sentido común de las autoridades que, arrodilladas ante el Dios del dinero, entienden el “progreso” como todo aquello que favorece a los plutócratas a expensas del derecho social a un mínimo de bienestar familiar y colectivo.
Del descomunal desastre que actualmente extingue miles unidades productivas en más de dos tercios de la República, se hace chivo expiatorio de los fenómenos meteorológicos. Pero ocurre -como sucede en el caso de padecimientos prevenibles que derivan en la incapacitación y muerte de los pacientes por falta de atención-, que las causas que generan secuelas catastróficas son humana y políticamente detectables y evitables sus efectos con un mínimo de voluntad política y visión de largo plazo.
Verbigracia: En el caso de la sequía que siega fuentes de abastecimiento para el proceso agropecuario en que se sustenta la alimentación y la proveeduría de insumos para la industria, es de décadas sabido que un factor determinante es la erosión de los bosques montañeses por la deforestación deliberada y agentes de contaminación altamente corrosivos, entre los que se incluyen, por ejemplo, algún tipo de desfoliadores aplicados a la destrucción de sembradíos de estupefacientes, cuyos productores prefieren áreas de difícil acceso para ponerlos fuera del alcance de los aparatos militares y policiales. No es casual que las montañas de Michoacán, Guerrero, Oaxaca y Chiapas sean objeto de incesantes conflictos entre campesinos, invariablemente provocados ora por predadores forestales, ora por bandas de narcotraficantes.
Una alarmante investigación de Geenpeace nos entera de que, sólo de 2000 a 2007, el inventario forestal sustentable se redujo de ocho millones 600 mil hectáreas, a seis millones 100 mil hectáreas. El costo de la degradación ambiental y agotamiento de reservas naturales se elevó, de 2003 a 2006, de 754 mil millones de pesos a casi un billón de pesos. La población vulnerable a ese fenómeno pasó de 25 millones de personas a 70 millones.
Asociado a la eventual resolución del problema alimentario está el potencial marino. La misma organización señala que, de 99 pesquerías que abarcan 636 especies, sólo puede desarrollarse un cinco por ciento. Atún, corvina, pargo y robalo requieren programas de recuperación. México aparece en primer lugar en el mundo por especies en peligro de extinción y primero en América Latina por especies amenazadas. En 1950 el censo consideraba 44 especies de mamíferos, de las que dos ya se han extinguido. De 510 especies catalogadas, 63 por ciento está en riego de extinción y 37 por ciento aparece en la categoría de vulnerable. La amenaza contra ese potencial no proviene de la naturaleza, sino de su sobreexplotación y de la captura ilegal.
Son sólo dos aspectos de una problemática que dejaría de ser compleja, si el Estado tuviera claridad entre los objetivos del crecimiento y los fines del desarrollo económico, y privilegiara, sobre la iniciativa individual, el interés mayor de la sociedad: que es el de la supervivencia. ¿Es mucho pedir?
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