Santiago de Chile EDUARDO LÓPEZ BETANCOURT
DESDE HACE VARIOS AÑOS, no visitaba la capital del país más lejano del continente, debo reconocer que me impresioné por su progreso y belleza, pero sobre todo, por la seguridad que se respira, de la cual deben sentirse orgullosos nuestros hermanos chilenos.
Santiago de Chile
Por supuesto, no tienen el privilegio de contar con “el mejor alcalde del mundo, ja,ja,ja”, pero es indudable que quien gobierna la ciudad de Santiago, se ha preocupado por otorgar a sus habitantes un reconocido y envidiable nivel de vida; las calles sumamente limpias; la intensa actividad es de lunes a viernes, gente por doquier, evidentemente existen mercados muy grandes, como en casi todos los núcleos urbanos, pero se marcan reglas claras y especificas para evitar el deterioro de la urbe, esto es, el mercado ambulante no afea, venden sus productos en un ambiente de respeto con los comercios establecidos; por ejemplo, la venta de aguas frescas, que son muy populares, se manejan con esmerada higiene; alrededor de los puestos callejeros que venden los denominamos “huesitos”, no hay suciedad ni papeles tirados.
Marcelo no atina
El tráfico como en todas las metrópolis es considerable, por momentos desesperante, pero hay fluidez y certeza de alcanzar a tiempo el destino deseado, sin que se presenten nudos vehiculares o alguna obra pública que impida rapidez; de hecho, se está edificando lo que será la torre más alta de Sudamérica, entre otras construcciones, que para nada afectan al peatón o automovilista, quienes circulan con la más absoluta seguridad al contar con perfectos señalamientos; las calles, como ya apunté, son limpias, muchas con fuentes, flores y ornatos que alegran el paseo; la gente en verdad siente satisfacción de vivir en Santiago. En los subterráneos, así como en las rúas principales, impactan los ríos de personas, empero transitan sin miedo ni angustia. La violencia que es innata en las grandes ciudades, en Santiago se minimiza en exceso. Más notable se hizo la exposición anterior cuando llegué a la Ciudad de México, utilice el viaducto Miguel Alemán, horrible, desaseo por doquier, el pavimento patéticamente deteriorado, varillas saliéndose, banquetas destrozadas, escasas zonas libres, con tierra y pasto seco, los pocos árboles a todas luces enfermos; la exasperación de los conductores les lleva a una agresividad de riesgo latente; los mini carriles del viaducto son absurdos y un inminente peligro, aunado a la desmesurada cantidad de coladeras abiertas; en resumen, provoca vergüenza vivir en un lugar tan desordenado y sucio. Lo peor, es que para llegar a mi casa debía también recorrer parte del periférico, sitio lleno de obras, donde son inexistentes las indicaciones para evitar accidentes, esto es, al individuo que pase por ahí bien le puede caer una viga de acero, una barda deficiente o cualquier instrumento mal puesto. De pronto en el suelo planchas de acero, donde por infortunio caímos en una incorrectamente colocada, mi llanta se ponchó y el rin se dañó. Fue de esta manera que la llamada Ciudad de los Palacios me recibió, donde también por cierto, el olor a putrefacto es sistemático. Vivir en el Distrito Federal representa un logro, da temor salir a la calle, no solo ante la desesperación de automovilistas y transeúntes, sino por la presencia de una delincuencia incontrolable.
Resulta innegable, para tener ciudades como Santiago de Chile, es importante contar con gobernantes honestos y capaces, lo cual en nuestra Patria es una triste quimera.
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