VOCES DEL DIRECTOR MOURIS SALLOUM GOERGE
¿Cuántos muertos más,
mister Obama?
SOLTADAS LAS AMARRAS -O LA MORDAZA- una vez que Felipe Calderón haya entregado la banda presidencial, es probable que finalmente se conozcan en México las estadísticas reales de los costos en vidas humanas de la guerra narca, tan celosamente reservadas por las áreas de comunicación del gabinete de Seguridad Nacional.
Con independencia de las cifras -más de 50 mil, unos 100 mil o 150 mil, dato este último divulgado por el secretario de Defensa de los Estados Unidos, John Paletta-, en nuestro país se ha aclimatado la convicción de que el gobierno norteamericano pone las armas y nosotros los muertos. Díganlo, si no, operaciones tipo Rápido y furioso.
En los días crepusculares del sexenio calderoniano, particularmente el secretario de Gobernación, Alejandro Poirè, y la procuradora general de la República, Marisela Morales Ibáñez, han desatado una ofensiva publicitaria, tratando de convencer a la opinión pública de que el nueva administración de Enrique Peña Nieto debe -es el verbo conjugado por Poirè- continuar la guerra selectiva acometida por el actual gobierno contra algunos cárteles de la droga.
“Guerra selectiva” -es preciso subrayarlo-, porque en los sucesos relacionados con el narcotráfico, sólo en lo que va de 2012, en indagatorias y acciones realizadas por la agencia antinarcóticos (DEA) de los Estados Unidos en México, y en procesos judiciales fincados en cortes norteamericanas, ha sido puesta a flote información de que algunos trasgresores pillados en lavado de dinero en nuestro país, detentan contratos o concesiones otorgados por Petróleos Mexicanos (Pemex) o la Comisión Federal de Electricidad (CFE), amén de revelaciones surgidas en El Capitolio estadunidense sobre el blanqueo realizado aquí por bancos extranjeros.
Las recientes elecciones generales en los Estados Unidos han confirmado dos hechos que ponen al descubierto la doble moral y, por supuesto, el doble discurso de la Casa Blanca: a) que, para algunos jueces norteamericanos, castigar delitos asociados al tráfico de drogas es atentar contra la sacra iniciativa individual, y b) que, para dependencias del gobierno federal, como el Departamento del Tesoro, la persecución del narcotráfico es cuestión fiscal; no de seguridad o de salud públicas.
En efecto, en el proceso electoral del 6 de noviembre, se votó de manera concurrente por diversos temas legislativos a manera de referéndum, entre ellos la legalización de la mariguana. Al menos en los estados de Washington y Colorado se dio luz verde al cultivo y consumo recreativo de la yerba, siempre y cuando devenguen el impuesto respectivo. Debe saberse que, desde antes, 17 estados de la Unión Americana, más el Distrito de Columbia, sede de la Casa Blanca, liberaron la cannabis para usos “curativos”.
Las iniciativas votadas afirmativamente, dicen especialistas en la materia, afectan directamente la economía de México, porque su fuerte es la siembra y el tráfico de la mariguana hacia los Estados Unidos. Sus derivados del opio -la morfina y la heroína- no son de demanda masiva y en el mercado de la cocaína sólo opera como territorio de tránsito.
Como dato, no precisamente accesorio, resultó evidente que en la campaña presidencial ni Obama ni Mitt Romney se ocuparon del tema de la fabricación, venta y tráfico de armas, cuya regulación y control han sido demandados, al menos dientes para afuera, por el gobierno de Calderón. Obviamente, sin respuesta alguna. Al contrario, rápidos y furiosos pueden seguir operando desde la impunidad.
A la luz de esas manifestaciones de desvergüenza -tanto del gobierno como de la población votante de los Estados Unidos-, la pregunta obligada es si vale la pena que México continúe sujeto a la ley del hierro -y de plomo- impuesta desde la Casa Blanca para sonsacar un negocio cuyos excedentes se quedan del otro lado de la frontera, para que los bancos e instituciones financieras disimulen y se resarzan de sus quiebras maquinadas. La respuesta es, no vale la pena tanta sangre, tanto dolor, tanto luto, tanta barbarie, sólo para que los vecinos sigan satisfaciendo sus perversas disipaciones.
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