Jirones de un emblema
EN PLENA EXPLOSIÓN del escándalo generado por el ex empleado de la Agencia Central de Inteligencia
(CIA) y técnico al servicio de la Agencia
Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés), Edward
Snowden -quien hizo del dominio público pruebas irrebatibles del espionaje
practicado por Washington haciendo uso del programa PRISM-, salió a relucir la
denominación mercantil Amazon, como tributaria de
información para la NSA.
Días
después, el experto alemán en tecnologías cibernéticas Karsten Gerloff dictó
una conferencia en la que hizo este retrato hablado: “Facebook define quienes somos, Amazon establece lo que queremos, y Google determina lo que pensamos”.
Podríamos
describir el impacto de las revelaciones de Snowden como El día en que los ciudadanos del
mundo supieron que habían perdido su privacidad, y aun su intimidad.
Todo quehacer humano -incluso las relaciones sentimentales- ha estado bajo el
férreo control de los servicios de espionaje comandados por Barack Obama,
responsable último de la Seguridad Nacional
del imperio.
¿Es
posible dividir el objeto empresarial de una corporación -en este caso Nuevas
Tecnologías Amazon- de los fines de su asociado y ejecutivo central -para
el caso Jeff Bezos? Es como tratar de colocar en canastas separadas las fabulosas
ganancias de Microfost, de la condición de su creador, William Bill Henry
Gates, como el hombre más rico del mundo.
Pues
bien, con motivo del reciente anuncio de compra del casi legendario The
Washington Post por Jeff Bezos,
se creyó necesario precisar que Amazon no tuvo injerencia en la
transacción financiera que se tasó en una ganga de 250 millones de dólares.
A aclaración no pedida, confesión de
parte, reza
la máxima, así se subraye que la operación fue hecha a título personal por el
comprador, a quien se le reconoce una fortuna propia de 28 mil millones de
dólares.
La
cuestión va más allá de la simple percepción de que la enajenación del Washington
Post “constituye una de las señales más claras sobre cómo está
cambiando el poder dentro de los grandes medios de comunicación en los Estados
Unidos”.
En
relación con los casos de Wikileaks, el soldado Manning y
Snowden, el profesor de periodismo de la City University of New York,
Jeff Jarvis escribió en el londinense The Guardian: “¿Qué diablos es el periodismo?” Y se respondió: “Es un servicio cuya misión es tener
informado al público. Cualquier caso fiable que sirva al objeto de tener a la
comunidad bien informada: Es periodismo”.
The Washington
Post,
gestionado administrativa y editorialmente por cuatro generaciones de la
familia Graham, fue considerado justamente por la sociedad estadunidense como
institución emblemática del periodismo norteamericano.
Baste
recordar -paradoja a propósito de espionaje-, que dos entonces jóvenes
reporteros de dicho rotativo, Bob Woodward y Carl Bernstein, en la década de los 70s., pusieron a balcón
el llamado Escándalo del Watergate, que costó la presidencia de los
Estados Unidos al republicano Richard Nixon, quien tripuló el espionaje al
Partido Demócrata.
El
cierre de la operación sobre The
Washington Post se sellará, dicen sus actores, a finales de 2013. Acaso
se salve financieramente a una familia. Lo que no es tan seguro, es que se
salven el Derecho a la Información
y la Libertad
de Expresión en los asustados Estados Unidos. Grave asunto.
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