La coyuntura laboral Desocupación: 30 años El PAN ama a los pobres
Crisis de empleo
Con
la novedad de que la coyuntura atacó de nuevo, y en septiembre pasado la
desocupación abierta en el país alcanzó el nivel más alto en siete meses, al
afectar nacionalmente a 5.29 por ciento
de la población económicamente activa (PEA), o lo que es lo mismo a cerca
de 2 millones 800 mil mexicanos.
Para el caso concreto de las 32 ciudades más grandes del país (aquellas con más
de 100 mil habitantes), tal indicador se ubicó en 5.9 por ciento.
Agustín Carstens.
Lo
anterior confirma el profundo cuan permanente deterioro del mercado laboral
mexicano, el cual ni de lejos ha sido capaz de satisfacer las necesidades de
los mexicanos. El problema sería superable si se tratara de un atorón, de un asunto de coyuntura (la
palabra preferida de la sagrada familia financiera de esta República de
discursos), de algo de corto plazo, solucionable con medidas rápidas y
adecuadas.
Pero
no. Se trata de un gravísimo problema estructural que nadie pretende corregir,
porque es consustancial al modelo económico impuesto 30 años atrás, y forma
parte, desde luego, del esquema de utilidad rápida y ampliada que tanto gusta
al voraz empresariado nacional y foráneo que opera en México. Desequilibrio de empleo
Muestra
de lo anterior, por citar un ejemplo, es que de enero de 1994 (último año de
Salinas en Los Pinos) a septiembre de 2013 (el primero de Enrique Peña Nieto),
oficialmente (cifras de la
Secretaría del Trabajo y del IMSS) se generaron, en números
cerrados, 5.4 millones de empleos en el sector formal de la economía
(eventuales 20 por ciento de ellos), cuando en igual periodo la población
económicamente activa se incrementó en
casi 18 millones. Así, en ese lapso sólo tres de cada 10 mexicanos en edad
y condición de laborar lograron obtener un empleo formal. Los siete restantes
quedaron en el aire; es decir, alrededor de 12 millones de personas quedaron
fuera de la jugada.
Lo
anterior no obsta para que la sagrada familia financiera asegure que no se nos
ha descompuesto la situación y que la economía mexicana atraviesa por una buena
racha (Agustín Carstens dixit).
Por ello, de nueva cuenta la falta de empleo es atribuida a la coyuntura
económica internacional (porque aquí adentro todo va de maravilla, según la
versión oficial). El problema, dicen, viene de afuera. Sin embargo, los
comparativos ni de lejos permiten sostener la cómoda tesis gubernamental, y la
numeralia respectiva corresponde al Banco de México y al Inegi.
En
diciembre de 1982, cuando Miguel de la Madrid y sus tecnócratas llegaron a Los Pinos, la
tasa oficial de desocupación abierta fue de 4.2 por ciento (en aquel entonces
para tales efectos sólo se consideraba el desempleo urbano; a partir de 2005 la
medición es nacional). Después de cinco inquilinos de Los Pinos, miles de
privatizaciones favorables a los amigos del régimen, decenas de reformas
modernizadoras y trillones de discursos, ese mismo indicador se ubicó en 5.9
por ciento (también en términos urbanos) al cierre de septiembre de 2013, es
decir un incremento de 40 por ciento en el periodo.
Empleo informal.
También
en 1982, la población económicamente activa sumó 21.6 millones de mexicanos;
poco más de 30 años después, la
PEA se aproxima a 52.4 millones (un incremento de 143 por
ciento en el periodo), y de ellos apenas 16.5 millones (incluidos los
eventuales urbanos y del campo) laboran en la economía formal (inscritos en el
IMSS), es decir, tres de cada 10. ¿Y dónde quedaron los 35.9 millones
restantes? Coyunturalmente en la informalidad (en todas sus variantes), en el
desempleo abierto o en el exilio económico (no se olvide que en tiempos del
cambio, por cada minuto que Fox permaneció en Los Pinos un mexicano emigró al
extranjero, especialmente a Estados Unidos. ¡Y no había crisis!).
A
estas alturas es recurrente escuchar a gobernantes y empresarios afines que
gracias a las reformas y a las modernizaciones muy atrás quedaron aquellos
tiempos (como los de Miguel de la
Madrid) de altísima inflación, crisis permanente, finanzas
públicas destrozadas y demás calamidades (lo que sucedió en 2008, y que no se
ha ido, vino de afuera, según dicen), pero a la vuelta de tres décadas cuando
menos en materia de empleo la situación se modificó, sí, pero para muchísimo
peor.
Carlos
Salinas de Gortari llegó a Los Pinos con una tasa oficial de desempleo de 3.5
por ciento de la PEA;
cuando se fue tal indicador era de 3.7 por ciento, y el sexenio de Zedillo
cerró en 2.2 por ciento (el Banco de México presumía entonces que la tasa de
desempleo en las áreas urbanas se ubicó en sus niveles históricos más bajos).
Pero llegó Fox y esa tasa (urbana) creció a 4.99 por ciento en diciembre de
2012, un crecimiento de 127 por ciento entre una administración y otra.
Y
a Los Pinos arribó el autodenominado presidente del empleo, quien le sumó un
punto porcentual al desempleo urbano, para heredar a Peña Nieto una tasa de 5.9
por ciento, quien -tras 10 meses de estadía en la residencia oficial- la
mantiene en esa misma proporción. He allí, pues, la coyuntura del mercado
laboral mexicano.
A
partir de enero de 2005, el Inegi contabiliza la desocupación abierta a nivel
nacional (antes la medición se limitaba a las 32 ciudades más pobladas del
país), y en esa fecha la tasa respectiva fue de 4.14 por ciento de la PEA. Para septiembre de
2013 (la información oficial más reciente), esa misma tasa fue de 5.29 por
ciento, o lo que es lo mismo un incremento de 28 por ciento en el periodo, y
contando. ¿Y los excedentes de mano de obra? Bueno, pues la solución del
régimen ha sido la informalidad, cada día más gruesa.
Y
en el balance de 10 meses de gobierno peñanietista,
los datos oficiales indican que en ese lapso se generaron 213 mil 909 empleos
formales (permanentes y eventuales), es decir, apenas 20 por ciento de los
requeridos. Entonces, qué bueno que las reformas estructurales y la
modernización del país han permitido superar los viejos problemas. Como dice el
gobernador del Banco de México, es excelente que no se nos ha descompuesto la
situación, porque la economía mexicana atraviesa por una buena racha.
Las rebanadas del pastel
Se
equivoca rotundamente el verde diputado Arturo Escobar cuando afirma que el PAN
odia a los pobres. Es tanto el cariño que el blanquiazul
les tiene, que sólo en el sexenio de Felipe Calderón incorporaron a 15 millones de mexicanos al ejército de
depauperados. Entonces, ¿cuál odio? ¡Eso es amor! Vaya amor. *La Jornada
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