En Obama, la forma
es fondo
DESPUÉS DEL ACIAGO PASO del michoacano Felipe Calderón por la Presidencia de México, la cuna de
los patriotas Morelos, Melchor Ocampo, Francisco J. Múgica y Lázaro Cárdenas, vive el más terrible de los
contrasentidos:
Obama se hizo pato con la Reforma Migratoria.
Michoacán libra en
situación de guerra la lucha por su supervivencia como estado libre y soberano.
¡Qué paradoja! En Zamora nació otro ilustre michoacano: Don Alfonso García
Robles. En sólo 338 días como secretario de Relaciones Exteriores, hizo lo
suficiente para merecer el Premio Nobel
de la Paz. (Octubre de 1982.)
Don Alfonso es
considerado el arquitecto del Tratado de Tlatelolco, de proscripción de armas
nucleares en América Latina y el Caribe; impulsor de un Nuevo Orden Económico
Internacional (Carta de los Deberes y Derechos de los Estados/ ONU) y gestor
indisputable del régimen de 200 millas de Zona Económica Exclusiva (que ahora
el apetito petrolero pretende cancelar.)
Mexicano cabal y
servidor público fuera de serie, don Alfonso prolongó el hilo conductor tejido
por don Isidro Fabela (Doctrina Carranza)
y don Genaro Estrada (Doctrina Estrada);
línea de decoro a la que dio continuidad don Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa. Todos, cada uno en su momento
y en su estilo, le dieron lustre y respeto a la mejor época de la diplomacia
mexicana.
Desde Franklin
Delano Roosevelt hasta Jimmy Carter, los presidentes de los Estados Unidos
trataron a sus homólogos mexicanos como pares y no como súbditos; y vieron a
México como nación soberana, no como forzado aliado. Incluso, Ronald Reagan, si bien a regañadientes, tuvo que
ver en Miguel de la Madrid a un estadista difícil de domesticar.
Es, con Carlos
Salinas de Gortari, que Washington empezó a ver a México como patio trasero y a los cancilleres
mexicanos simples recaderos del Departamento de Estado. Los analistas
comenzaron a escribir sobre la anexión silenciosa
de México a la Unión Americana.
De cómo el huésped
en turno de la Casa Blanca ha perdido las formas en su trato a México dio
prueba Barack Obama en su reciente visita a Toluca en el marco del 20
aniversario del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Obama no sólo ignoró
ingentes reclamos de los mexicanos, como el referido a la tantas veces aplazada
reforma migratoria –del mismo modo que lo hizo también el premier canadiense
respecto del pedido de Peña Nieto sobre el tema de las visas-, sino que abordó
la tribuna trilateral para refrendar la política injerencista de Washington en
la política interna de otras naciones soberanas.
Fue en el caso de
Venezuela en que Obama abusó la hospitalidad de México -la forma es fondo- para sonsacar a los opositores al régimen de
Nicolás Maduro, confirmando la evidencia de que su gobierno está metido en la
tentativa de golpe de Estado contra la Revolución Bolivariana, equiparando los
hechos venezolanos con la crisis de Ucrania.
Por estricto
protocolo, el presidente Peña Nieto no pudo rebajarse al nivel de Obama, pero
era de esperarse que en el Senado de la República -donde se tratan las
relaciones internacionales de México y el pleno se reúne frente al lema La Patria es primero- se planteara una
moción de extrañamiento al insolente visitante. No ha sido así.
No hay de qué
sorprenderse: Después de todo, en esa Cámara se han sancionado el depredador
TLCAN y otras tropelías contra los intereses nacionales. En ese mismo recinto,
como en el de San Lázaro, donde se dan curso a las leyes secundarias de las
reformas constitucionales, se afila el puñal para darle la última estocada a lo
que nos queda de dignidad patria.
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