Culiacán de los Retenes y los Topes, Sinaloa. Parecen no entender o su distorsión mental ya no admite enmiendas. Las prácticas internalizadas semejan bardas anímicas; los excesos, abusos, violaciones de los derechos, prepotencia, desprecio a la ley, impunidad a sabiendas, siguen siendo, sin remedio a la vista, sus pautas inamovibles, su “forma de ser”.
El país al borde de la inestabilidad, entendible, lógica, a la luz de lo que vemos y sobrevivimos; la inconformidad que cada día sube de tono, el hartazgo y la indignación ciudadana, no lo ven. Parece que viven en un Limbo perverso, un lugar ajeno el que no llegan los ecos de la realidad.
Los gobiernos de “los tres niveles”, denominación de banda (y no de música) continúan con sus mismas dinámicas, su torpeza tradicional, su terquedad, su limitación de miras, su ausencia de inteligencia.
En su esquema, y al paso que van, Tlatlaya, Ayotzinapa, Cocula y Chilapa, serán nombres de pueblos. Y nada más. El país se les está yendo de las manos, escribimos hace unas semanas. No lo ven.
Sorprende en el extranjero que la conducta de las autoridades y corporaciones policiales mexicanas no se vea alterada por los sucesos de cada día, que sigan procediendo con la misma violencia, impunidad y barbarie.
Continúan las detenciones arbitrarias, sin orden judicial, igual que los cateos; los “retenes” de la impunidad son una constante a pesar de que la Suprema Corte de Justicia de la Nación los tipifica de ilegales. En suma, en México hay una suerte de amnesia oficial, de ignorancia a sabiendas y siguen actuando sin considerar en un ápice siquiera lo que está sucediendo.
Les vale, la soberanía estatal
En Sinaloa, y en todas partes, el Ejército y la Marina, transgreden la soberanía estatal. No acuerdan ni avisan de “operativos”, toman calles y pueblos, violan derechos humanos, golpean, amenazan y, según denuncias ante las comisiones respectivas (al punto de la inutilidad, por cierto) incluso torturan. Lo mismo hace las corporaciones de toda etiqueta.
Mientras se abusa con los ciudadanos comunes, la delincuencia crece y se beneficia de tal desorden que parece maquinado a su favor. La legalidad es un simple término, sin sentido casi en este país azotado por la corrupción y la ambición desmedida de un capitalismo rapaz.
Pero, es cierto, Tlataya, Ayotzinapa y demás en la tragedia nacional, también se empiezan a convertir en bandera de farsantes. Distinguir, aunque complicado, será necesario.
Las cifras del terror
En México hay 22 mil 322 desaparecidos, solamente durante los últimos tres años, según datos de la propia Procuraduría General de la República (PGR). Esa cifra, sin embargo, no refleja la magnitud del problema en todos los estados, pues algunos carecen de mecanismos para registrar todas las desapariciones que ocurren en sus territorios y a su vez reportarlas al gobierno federal, afirma Amnistía Internacional.
Por otra parte, en México no hay un programa nacional de búsqueda de personas desaparecidas o no localizadas. El Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas de la PGR, en los últimos 3 años, especifica que en México han desaparecido 22 mil 322 personas, ocupando los primeros lugares Tamaulipas con 4 mil 875; Jalisco con 2 mil 113; Estado de México con mil 554; Distrito Federal con mil 450; Coahuila con mil 332 y Sinaloa con mil 289 personas desaparecidas.
En cuanto a homicidios dolosos, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía registra que durante el pasado sexenio, con corte hasta el 26 de julio de 2013, en México habían muerto asesinadas 151 mil 938 personas. Destacando Chihuahua con 21 mil 128 homicidios; Ciudad de México con 14 mil 063; Guerrero con 11 mil 070 y Jalisco con 6 mil 305.
El mayor problema de desapariciones reside en Tamaulipas, donde existe una persona desaparecida por cada 178 familias y 13.2 homicidios por cada 100 mil habitantes.
Mientras la PGR atribuye la violencia a la disputa de los cárteles de las drogas por las plazas, la problemática derivada del modelo socio económico que rige en nuestro país no es atendida.
Y hasta no verte
En ese contexto, el presidente Enrique Peña Nieto presentó, el pasado 27 de noviembre, un decálogo “para mejorar la seguridad, la justicia y el Estado de Derecho en México”. El mandatario hizo eco del grito popular “Todos somos Ayotzinapa”, porque evidencia, dijo, “el estremecimiento nacional ante la crueldad y la barbarie; demuestra el dolor colectivo”.
Se trata de un llamado para transformar a México de manera constructiva, agregó EPN, ante gobernadores, diputados, senadores, empresarios, académicos y representantes de organizaciones civiles.
Avanzar “juntos para superar la pobreza, la marginación y la desigualdad que lastiman, especialmente al Sur del país”, planteó Peña Nieto. El problema, y en modo alguno menor, es que no hay referentes para creerle. Su discurso, en un ambiente cortesano, no empata con la realidad que se vive todos los días y que hemos descrito líneas arriba.
El riesgo con el decálogo es que abone las tendencias autoritarias y verticales del actual supremo gobierno. La credibilidad está por los suelos y así no se puede. Tienen todo por demostrar al margen de la retórica y la experiencia no apunta a resultados favorables al interés general de la nación.
Cerrando el ataúd
A otros temas: el pasado 16 de noviembre, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, fundador del Partido de la Revolución Democrática, invitó a la actual dirigencia nacional de ese partido a que renunciara “de manera irrevocable”, ante “las cuestionables decisiones tomadas a partir de la desaparición de 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, y las diversas prácticas y acciones que le han hecho perder el rumbo (al PRD)”.
La solicitud dirigida al Comité Ejecutivo Nacional perredista, encabezado por el presidente (Carlos Navarrete) y el secretario general (Héctor Bautista) fue desde luego rechazada con desplantes simplones y demagógicos.
El PRD, dijo Cárdenas en una misiva dirigida a la militancia, “atraviesa una grave postración y agotamiento como nunca antes había estado en su cuarto de siglo de existencia”.
Vino luego una entrevista de Cárdenas con Navarrete cuyo desenlace estaba previsto. Simplista y superficial, Navarrete trató al ingeniero con ausencia de criterio y falto de inteligencia política. Cárdenas optó por renunciar, “de manera irreversible”, al partido que fundó. Le preguntaron si podía dar algún consejo a los dirigentes que se quedan y el ingeniero respondió: “Ninguno”. No había caso.
Lo que se avecina, ya se verá, es la debacle perrediana, producto no tanto de la renuncia de Cárdenas, sino de una larga cadena de prácticas viciadas, conductas anti democráticas, desviaciones y aprovechamientos incluso ilegales de dirigentes de ese partido prácticamente en todo el país.
Tamborazos
-Se preparan “ajustes” al presupuesto de egresos 2015. Quizás sea mucho mal pensar, pero es en tiempos del derroche electorero. Si no alcanza de aquí, que salga de allá.
-Este escribiente tiene años publicando que, sin solución a la vista, continúa la violación a la Constitución por parte del gobierno en los llamados “retenes”, que propician la criminalidad en lugar de combatirla efectivamente. Al respecto, sólo la desvergüenza oficial.
-En circulación nuestro nuevo libro: Por el Foro de Trajano. (
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