Como en la novela policiaca clásica, en que la trama empieza por preguntar, ¿a quién beneficia el crimen?, un enfoque sociológico-criminalístico de la Ciencia Política moderna plantea, ¿a quién beneficia una crisis de Estado?
En el aciago y aún no concluido periodo de golpes de Estado en América Latina en la segunda parte del siglo XX, investigadores que han estudiado específicamente el caso argentino documentan que la crisis de Estado es maquinada por los poderes fácticos, particularmente los empresariales que, al final del día, son los principales usufructuarios de la ingobernabilidad generada por la desestabilización de las instituciones constitucionales.
De ese estudio de alto valor científico deriva una obra seminal sobre la materia bajo el título Del delito de cuello blanco a la economía criminal, (José María Simonetti/Julio E.S. Virgolini), que en la década de los ochenta fue recuperado y editado en México por el Instituto Nacional de Ciencias Penales.
Coincidió ese rescate editorial con los albores de la implantación del neoliberalismo en México y algunos analistas especularon ilusoriamente que el contenido y sus conclusiones servirían para adoptar políticas cautelares contra el prefabricado caos económico en un momento en que se le daba la puntilla al Estado de bienestar con una intensiva y exhaustiva privatización del patrimonio nacional.
La corrupción como legado infracultural en pueblos originarios conquistados y colonizados por Europa y la corrupción como problema estructural deliberadamente diseñado por los grupos de poder real sobrepuestos al régimen constitucional, es el centro de gravedad de la investigación de referencia. Se cita la obra porque la materia diseccionada tiene como ingrediente básico la quiebra fraudulenta de instituciones bancarias y financieras de Argentina, en una etapa en la que dominó la escena pública la dictadura castrense encabezada por el general Rafael Videla, después puesto en el banquillo de los acusados por la justicia argentina.
De ese expediente se dedujo, sin más argumento que la esperanza, que la tecnocrática Generación del cambio blindaría sus reformas estructurales contra las acechanzas de los pescadores a río revuelto.
El resultado fue que ese tipo de estudios de denuncia -por esos años apareció la obra La historia confidencial del BCCI (Banco Internacional de Comercio y Crédito) El imperio financiero más corrupto del mundo/Ganancias Falsas, de Peter Truell y Larry Gurwin-, en México fueron adoptados como manual para instituir la economía criminal.
Tres décadas de neoliberalismo depredador son más de las que una economía periférica, subordinada a las agencias financieras multinacionales y al Tesoro de los Estados Unidos, puede soportar sin riesgos de que la crisis social salte a la rango de crisis política y de ésta a la categoría de crisis de Estado. Por ello, hasta órganos de la ONU especializados en evaluación socioeconómica de los Estados parte han dado a las de la crisis la denominación de décadas perdidas que, en México, han devenido décadas podridas.
Del supuesto de que la crisis de Estado es producto de la conspiración de los poderes fácticos vinculados o súbditos de los intereses extranjeros, viene la hipótesis de que, con independencia de la voluntad o la resistencia de los gobiernos transitorios, la corrupción es una peste sistémica concebida con las tres agravantes: Premeditación, alevosía y ventaja.
El saldo de la instrumentalización de la sociedad nacional como conejillo de Indias, es que, mientras que la acumulación de la riqueza en manos de nuevos Cresos catalogados por Forbes entre los más poderosos económicamente del mundo se incrementa año con año, el gobierno tiene que improvisar Cruzadas Nacionales contra el Hambre para frenar o al menos mitigar la angustia en el llano.
Si se concediera el beneficio de la duda a legisladores y operarios de las nuevas reformas transformadoras, habría que decir en su abono que, si en algún momento actuaron de buena fe, la precipitación del proceso reformista pecó de imprevisión en cuanto a eficacia en la operación administrativa, tiempos de maduración y sobre todo, en el análisis de los factores internacionales que tripulan el espectro de la globalización.
El estado de impotencia en que han sido aprisionados los responsables de la política económica, sin embargo, no justifica que no hayan tomado las providencias para evitar que los platos rotos por los comensales del gran banquete los pague, como siempre, el infalizaje. Y por infelizaje hay que entender ahora no sólo a los eternos condenados de la tierra (Franz Fanon dixit), sino los segmentos de clase media y alta que la crisis ha desclasado, poniéndolos más cerca del proletariado que de la burguesía.
Lo más macabro de la actual tragedia mexicana, es que el grupo dominante que ejerce los poderes constitucionales parece resignado a nadar de muertito, dejando a los fácticos usufructuar la disolvente inercia que ha colocado a la República, literalmente, in articulo mortis. En cualquier sistema democrático, la hora nona la representa el momento electoral en que la moneda en el aire la soplan quienes más oxígeno guardan en los pulmones.
Pero los mansos usos y costumbres los violenta el hambre. Los atentados cada vez más frecuente contra candidatos a puestos de elección popular son un llamado de alerta que no se puede desestimar, salvo que la opción sea la del suicidio político. Hacemos votos porque, de la crisis de conciencia, se pase a la conciencia de la crisis. La respuesta es de aquí ahora. Cronos no sabe de prórrogas. Es implacable y devastador.
La vieja lección es que el verdadero estadista debe pensar en las próximas generaciones, no en las próximas elecciones. En tiempos como los que postran a México no hay mañana.
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