EN HORAS EN QUE LA HUMANIDAD es empujada a una crisis de supervivencia, siempre resulta pertinente escuchar la voz del estadista: “De lo único que debemos de tener miedo, es del propio miedo”, dejó escrito Franklin D. Roosevelt en su discurso de toma de posesión, cuando la sociedad norteamericana estaba postrada a causa de la Gran Depresión y el suicidio era la marca de la casa.
EN 1939, PRETENDIENDO CONSERVAR la neutralidad de los Estados Unidos al estallar la Segunda Guerra Mundial, Roosevelt declaró: “He visto la guerra y la he odiado”. El Gran Lisiado sabía de lo que hablaba. Lo hacía desde “las entrañas del monstruo”, según lo describió José Martí.
Uno desearía que, antes de auspiciar la histeria que desencadena la sicosis colectiva, como la que priva en estos días con París como epicentro, los sedicentes responsables de preservar la paz mundial, particularmente los líderes de las potencias que dominan la representación general ante el Consejo de Seguridad de la ONU, se detuvieran a reflexionar sobre aquellas máximas de quien lideró la Nación que hasta nuestros días disfraza su condición de policía planetario bajo el pretensioso título de árbitro multinacional único.
Parece misión imposible.
El tema ha generado una reacción que ahora se conoce como explosión “viral” en las redes sociales y, sin embargo, no parece alterar la conciencia de lo que el siquiatra Emanuel Tanay, define como “mayoría silenciosa”.
Tanay, judío sobreviviente del Holocausto, trata la cuestión de los fanáticos que dominan el Islam, recuerda la locura nazi y dice que muchos alemanes estaban “demasiado ocupados para preocuparse”.
Y nos coloca frente a un cuadro que difícilmente se puede eludir: De Rusia habría una mayoría pacífica, pero los comunistas rusos fueron responsables del asesinato de 50 millones de personas; la enorme población de China era pacífica, pero los comunistas chinos mataron la asombrosa suma de 70 millones de personas.
El japonés medio antes de la II Guerra Mundial no era belicista sádico. Sin embargo, Japón asesinó 12 millones de civiles chinos a su paso hacia el sur de Asia Oriental. ¿Quién puede olvida Ruanda, que se derrumbó en una carnicería?
¿Qué mensaje entraña la recapitulación del doctor Tanay? Que las buenas conciencias de los que ahora se desgarran las vestiduras por los hechos de París, eluden su responsabilidad en la implantación de una subcultura de barbarie y la fortalecen respondiendo a la violencia con más violencia.
En un lapso de apenas once meses, por segunda ocasión Francia pone a la Humanidad al borde de la Tercera Guerra Mundial, ahora a una yema del botón nuclear. La primera, en enero de 2015, motivada por el ataque a la revista satírica Charlie Hebdo. Hoy, por los múltiples atentados contra París en el ya conocido como Viernes negro.
Atentado contra la Humanidad, exclamó el hipócrita huésped de la Casa Blanca, Barack Obama, sin hacerse cargo de que acreditadas voces en su propio país lo acusan de desmerecer con sus actos el Premio Nobel de la Paz.
Es pertinente introducir en el análisis sobre esos terribles sucesos una acotación que va más allá de lo meramente accesorio: La sobrerreacción del presidente Francois Hollande a los acontecimientos de enero, se produjo cuando el xenófobo Frente Nacional (FN) recientemente se había sobrepuesto al partido Unión por un Movimiento Popular (UMP), del ex presidente Nicolas Sarkozy, y al Partido Socialista Francés (PSF), del propio Hollande, en las elecciones europeas y repetiría su éxito en elecciones departamentales.
Con ese macizo capital electoral, la dirigente del FN Marine Le Pen ha advertido a Hollande que se despida del Palacio del Elíseo, ya que nada tiene que hacer en las elecciones presidenciales de 2017.
No se trata de achicar la magnitud de los alcances de los atentados perpetrados por el autodenominado Estado Islámico (EI), pero no puede caerse en el disimulo respecto de la situación actual de la política interior francesa, fincada en la pugna electoral.
Como hace un siglo, en un momento electoral similar al de 2015 en la perspectiva del estallido de la Primera Guerra Mundial, el espectro del chauvinismo es sacudido como un panal de abejas tras la crisis del 13 de noviembre, ensombreciendo el horizonte mundial. Sin concesiones al matiz retórico, Hollande declaró que la respuesta sería despiadada: La guerra sería implacable, puntualizó. Horas después, unilateralmente soltaría su aviación con licencia ilimitada para bombardear territorios de Siria.
Hace poco más de un año, el laureado escritor español, Arturo Pérez-Reverte relató una conversación relacionada con ese tipo de violencia, en la que rescata la afirmación de un interlocutor amigo quien afirma: “Es la tercera guerra mundial y esos idiotas no se dan cuenta”. (Meses después el papa Francisco haría una declaración similar).
Pérez-Reverte escribe: Todo se repite, como se repite la Historia desde los tiempos de los turcos, Constantinopla y las Cruzadas… Como se repitió en Irán, “donde los incautos de allí y los imbéciles de aquí aplaudían la caída del Sha y la llegada del libertador Jomeini y sus ayathollás”.
Para el 17 de noviembre pasado, el presidente francés recibiría al secretario de Estado (USA) John Kerry a fin de diseñar una nueva coalición única para el combate al terrorismo, en la que se pretendería comprometer a Washington, por supuesto ya de por sí comprometido; a Moscú y a Bruselas, sede de la Unión Europea.
De Moscú hasta hace unas semanas podía esperarse algún juicioso condicionamiento, pero desde el 30 de septiembre la adhesión a una nueva coalición podría darse por descontada.
¿Por qué la elección de Siria por parte del gobierno de Hollande para desencadenar los indiscriminados bombardeos, precisamente en horas previas al encuentro de los gobiernos del G-20 en Antalya, Turquía? ¿Sólo porque entre Siria e Irak se ubican territorios en los que el EI proclama su soberanía y desde ahí controla su centro de operaciones internacionales?
Sin caer en la malicia, parecería que el Palacio del Elíseo, más que contener la expansión geográfico-militar y estratégica del EI, lo que pretendería es el exterminio de la población siria para disuadir la emigración hacia Europa.
No es una hipótesis tremendista. De acuerdo con la Organización Mundial de las Migraciones, la crisis humanitaria siria, prefabricada desde los Estados Unidos, ha generado, según números de los aliados, unas 250 mil muertes, que se queda muy corto, y más de cuatro millones de desplazados hacia el exterior. En cuanto al compromiso gestionado por la Comisión Europea, de permitir el refugio a 340 mil desplazados (unas 800 mil solicitudes están pendientes de pasar la cerrada criba), Alemania ha acogido ya a 100 mil y Suecia 65 mil. Francia sólo a seis mil 700, menos aun que Reino Unido.
No se puede contestar una irracionalidad con otra, pero es válido hablar del efecto búmeran en casos como el de Francia, recordando que no es fácil al leopardo borrar sus manchas. ¿Puede olvidarse la Noche de San Bartolomé, en el verano de 1572, en que se inició la matanza de miles de hugonotes franceses de credo calvinista?
Larga es la historia de dominación de Francia desde su formación Imperial y su vocación colonialista que expandió por los cinco continentes. Para no ir más lejos, sobre los despojos del Imperio otomano, Francia se agandalló Siria y Líbano que, después de la Segunda Guerra Mundial, perdió a manos de los británicos, a los que ahora se encuentra aliada, porque en eso de fregar a terceros no hay alianza aborrecida.
Argelia no cicatriza aún las heridas del dominio francés (sobreviven aún víctimas de las masacres cometidas por la Legión Extranjera), apenas liberada por Charles de Gaulle hace poco más de medio siglo.
Los franceses mismos, ¿olvidaron ya su sometimiento a las hordas nazis en su propio territorio y por su propia gente? Es esta memoria la que hace temer a los franceses bien nacidos un eventual gobierno del Frente Nacional, de inspiración xenofóbica.
Nadie pide ni espera del gobierno del Partido Socialista Francés de Hollande un mea culpa tardío. Sólo se recomienda poner las cosas en su justo medio. Y que la histeria colectiva, a cuyo enervamiento se han sumado a coro los medios mexicanos, no haga olvidar a nuestro gobierno que desde hace tiempo estamos durmiendo con el enemigo, que no es necesariamente el delirante Donald Trump.
Ahí está la frontera norte donde, so capa de impedir la penetración de comandos terroristas islamistas a territorio estadunidense, los compatriotas errantes son humillados con vejaciones mil, incluyendo la pérdida de la vida.
Antes de caer en la crisis sicológica y tenerle miedo al miedo, lo sensato es preguntarse qué papel quiere jugar nuestro gobierno en esa macabra sinfonía telúrica, en la que sólo podría aportar carne de cañón en las llamadas Misiones de Paz de la ONU.
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