VOCES DEL DIRECTOR
México: Recuperar el liderazgo latinoamericano
Mouris Salloum George
DURANTE LA SEGUNDA mitad del siglo XX, la tranquilidad de la Humanidad pendió del equilibrio catastrófico nuclear entre los Estados Unidos y la URSS.
La conflagración mundial no se ha producido, pero igual la beligerancia de las potencias occidentales dominantes ha desencadenado el holocausto en los países cuyo desarrollo humano no sólo se ha estancado, sino retrocedido.
La brutal consecuencia del nuevo colonialismo, codificado ahora como globalización económica, se expresa dramáticamente en los ríos humanos que, desde todos los territorios continentales dominados, se lanzan, literalmente, hacía un destino incierto.
En la honda y desgarradora crisis humanitariade los eternos condenados de la Tierra, pesa la insaciable rapacidad de las corporaciones empresariales privadas que han implantado el Nuevo Orden Colonial para despojar a los pueblos indefensos de sus recursos naturales, básicamente los energéticos; entre éstos, el agua, el viento, el petróleo y la electricidad.
En América Latina, por la vía del golpe legislativo en Brasil; con una careta democrática en Argentina, Chile y Colombia, los gobiernos se han sometido al viejo esquema del área de influencia de los Estados Unidos.
Esos gobiernos han dinamitado toda tentativa de integración económica de los países latinoamericanos. Desde 1988, México, de espaldas al sur, ha jugado la función de esquirol en el imperativo de soberanía de los Estados nacionales de la región.
Durante cinco sexenios, los presidentes mexicanos han jugado el papel de Fausto: Han vendido su alma al diablo anglosajón, esperando la recompensa a su entreguismo, que ha sido sólo la del agravio sistemático, dada su condición de patio trasero, según lo consideran los de la supremacía blanca gringa.
Finalmente, llegó a la Casa Blanca Donald Trump, el desquiciado republicano que pretende superar las “hazañas” de Nerón, Calígula, Mussolini, Hitler y Francisco Franco juntos, pero a lo bestia.
Con México en la mira última -te lo digo Juan, para que lo entiendas, Pedro-, Washington ha asumido el papel de gran elector en Venezuela. Desde el Salón Oval se ha declarado al golpista Juan Gaidós, presidente legítimo de Venezuela.
Para financiar el pretendido usurpador, el Departamento del Tesoro de Trump se ha apropiado de casi 20 mil millones de dólares, patrimonio del pueblo venezolano, y amenaza con otras expropiaciones in situ, si es necesario por la vía de la ocupación armada.
Todo parecería un asunto circunscrito al domicilio continental. No hay tal: A las guerras calientes de occidente en el Oriente Medio, se agregan los factores del relanzamiento de la Guerra Fría, en la que se aclimató el equilibrio catastrófico nuclear mundial.
Sin asumirlo necesariamente el nuevo gobierno mexicano, es asunto históricamente probado que nuestro país queda, por causa de la fatalidad geográfica, emparedado entre la hegemonía de los Estados Unidos, expresada en la vocación guerrerista, y la indefensión de los pueblos latinoamericanos ante el bélico coloso imperial.
Si la convocatoria a la unidad y a la defensa de la soberanía nacional ha sido, hasta ahora, saliva dientes para afuera, el momento de crisis como la que ahora se agigante en el continente, exige que ese imperativo se exprese, primero, en la superación de la compleja realidad interna y se proyecte en una diplomacia proactiva que, bajo el principio de la solidaridad internacional, permitan a México recuperar el liderazgo latinoamericano que se le reconoció en el siglo pasado. Es asunto de defensa propia y de dignidad.