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Edición 235
Escrito por MANUEL MAGAÑA CONTRERAS   
Lunes, 31 de Mayo de 2010 11:29

Presencia en Arlington

Aún no cicatrizan las heridas por la

invasión 1846-1848 de EU vs. México


MANUEL MAGAÑA CONTRERAS

( Exclusivo para Voces del Periodista)


Ni en México, ni en los Estados Unidos han cauterizado las heridas  que datan desde la invasión 1846-1848, cuando nuestro país fue ocupado militarmente y  el saldo terrible contra la nación mexicana fue la pérdida de más de 2 millones de kilómetros cuadrados de su territorio.

Considero necesario apresurarme a manifestar que de ese latrocinio fue ajeno el pueblo de los Estados Unidos, desde el cual y a través de sus representantes en el gobierno norteamericano y de diversos sectores de la sociedad, condenaron la injusta agresión y fustigaron a los expansionistas del Destino Manifiesto, según el cual y de acuerdo con las tesis de Juan Calvino,  “unos cuantos de  los elegidos, dominarán  al mundo por mandato de la divinidad”.

 

PARA MAGANA

“Si aquellos mexicanos hubieran podido ver dentro de mi corazón en ese momento, se hubieran dado cuenta  de que la vergüenza que yo sentía  como norteamericano, era mucho más fuerte  que la de ellos como mexicanos. Aunque yo no lo podía decir ahí, era algo que cualquier norteamericano debía avergonzarse. Yo estaba avergonzado de ello, cordial e intensamente avergonzado de ello”, escribió Nicolás Trist, comisionado por los Estados Unidos para lo arreglos del Tratado Guadalupe-Hidalgo, firmado en  la Villa de Guadalupe, el 2 de febrero. En el interior de la sacristía de la Basílica de Guadalupe, según algunos historiadores.

Sobre la conciencia de los buenos ciudadanos norteamericanos, la huella de la conclusión de la invasión de México para despojarnos de más de la mitad de nuestro territorio patrio, es herida que no cauteriza en nuestros días, a 162 años de la firma de dicho tratado que nos arrebató más de la mitad de nuestro suelo.

En 1997, cando fue conmemorado el aniversario de la toma de la Ciudad de México defendida sólo por los vecinos abandonados por el traidor presidente-general, Antonio López de Santa Anna y los invasores arriaron su bandera de las barras y las estrellas en Palacio Nacional, se escucharon voces de estadunidenses que condenaron la rapiña territorial.

Nuestra razón histórica

México,  país invadido, despojado, robado y humillado por el invasor, tiene como fuerza indestructible la fuerza del derecho  a lo cual no se puede renunciar. Para nosotros, la fuerza de las armas que se hace valer  para sembrar la muerte en muchos países del mundo, no debe ser objeto de veneración, sino de rechazo.

La razón de nuestra fuerza histórica es nuestro derecho. Consecuentemente, en los tiempos del  Presidente de México, general Lázaro Cárdenas, cobró vigencia en la práctica, la Doctrina Estrada de No Intervención y Autodeterminación de los Pueblos y de Solución Pacífica de los Conflictos entre las Naciones.

Los mexicanos no podemos rendirle homenaje a la fuerza que irrumpe de afanes imperiales para  el sometimiento de las naciones y sus pueblos. La razón, hay que insistir, es la base de nuestra estructura moral histórica. La razón de la fuerza, no la podemos encomiar, porque negaríamos nuestra razón histórica. Esta es nuestra más alta moral ciudadana.

Los mexicanos, por las experiencias que hemos sufrido a manos de los expansionistas del Destino Manifiesto, del monroísmo calvinista que se cree llamado a ser el amo del mundo para someter a sus intereses a las demás naciones, creemos, con Mahatma Gandhi, que “el futuro de la humanidad no puede ser otro que el de la hermandad entre los pueblos”.

Rendir homenaje a quienes han pasado la fuerza de sus armas después del despojo de más de la mitad de su territorio a México, esta en una línea totalmente distinta a la del sometimiento, a la ley del más fuerte.

La ignominia de la agresión 1846-1848, es tal, que  la guerra contra México fue impopular entre el pueblo de los Estados Unidos, cabe reiterar.

Huellas de la inconformidad

A pesar de los muchos esfuerzos para borrar las huellas de la inconformidad de la ciudadanía norteamericana contra la agresión a México, en ese entonces, ha trascendido hasta nuestros días  que muchas personas se dieron a la tarea de recolectar firmas para protestar por ese hecho.

Se asegura que en varios periódicos fueron publicadas esas protestas y que los senadores Silas Wright y Benton, emitieron voto en contra del Tratado de Anexión de Texas, firmado por el presidente Taylor en 1845.

Bentón fue explícito sobre su posición en el caso de Texas, antecedente de la invasión 1846-1848: “Me lavo las manos de todos los intentos de desmembrar la República Mexicana, apoderándose de sus dominios en Nuevo México, Chihuahua, Coahuila y Tamaulipas. El tratado en todo lo que se refiere a la frontera del Río Grande es para México un ultraje sin paralelo. Es la captura de doscientas mil millas  de s territorio, sin darle una palabra de explicación y en virtud de un tratado con Texas  en el que México no es parte”

.

Recordar esos hechos trae a la memoria la traición a México cometida  por Lorenzo de Zavala (1788-1836),  quien extraviado  “el sueño americano”,  al “independizarse” Texas de la nación mexicana, fue vicepresidente de ese país, lo que supuso declararle la guerra  a nuestro país. El remordimiento de conciencia fue tal, que se dedicó a la embriaguez  y murió víctima de esa adicción. Se comenta que al paso del tiempo, uno de los admiradores de es personaje que perdió la nacionalidad mexicana, ante la decisión que tomó, fue el político Carlos Castillo Peraza, “como un reconocimiento a la inteligencia de Zavala”. Ambos oriundos de Yucatán.

Cadena de traiciones a México

 

3 PARA MAGANA


Traer a la memoria el tema  de la invasión 1846-1848 de EU contra México es  revivir sucesos  desafortunados en los que la traición de propios y extraños contribuyeron a  labrar en perjuicio de nuestro país.

Una vez hecha la compra de la Louisiana por los EU a Francis, en 1803,  al año siguiente ya estaba en México Alejandro Humboldt, quien encubierto en su personalidad de científico, espió para obtener los datos fundamentales con los cuales se argumentaría  la anexión de territorio mexicano al vecino país, en base a “imprecisiones” de limites con México.

Llegado el momento de la invasión, nuestro país sufrió la traición de personajes, ya no extranjeros, sino nacidos en México, como es el caso de Antonio López de Santa Anna. Duele recordar esto, porque lo mismo en San Jacinto, que en La Angostura, en Padierna que  en Churubusco  o el bosque y alcázar de Chapultepec,  el siniestro personaje actuó siempre para detener las embestidas del ejército mexicano y replegarse, en vez de oponer resistencia.

Puede decirse con exactitud, que  los malos mexicanos enamorados del “sueño americano”, fueron,  durante la invasión de EU a México más dañinos que el propio ejército norteamericano.

Los únicos aliados que tuvimos en tan infausta ocasión fueron los integrantes del Batallón de San Patricio, quienes, encabezados por  su capitán, John O’Reilly, defendió a México desde la Angostura hasta  el ex Convento de Churubusco,  donde se perdió la batalla porque Santa Anna, en apoyo a las fuerzas de ocupación, dio balas de distinto calibre al de las armas que se le entregaron a las fuerzas del general Pedro María Anaya.

Pudimos haber vencido al invasor

Sobre todo mediante la guerra de guerrillas -sistema ante el cual perdió la guerra EU en  Vietnam en el Siglo XX-,  México pudo haberle ganado la guerra  invasora a los EU, de acuerdo a la opinión de expertos, de no haber mediado tantas traiciones de malos mexicanos que le dieron las espaldas a su país, como Santa Anna, en aras del “sueño americano” , de un bienestar que promete, pero que no se cumple en la realidad.

Esa certeza de que pudimos haber ganado la guerra a los invasores, de no haber sido por las traiciones de malos mexicanos que pierden la fe en nuestro país,  la apunta Nicolás Trist, el negociador del Tratado de Guadalupe Hidalgo, en sus memorias. Nos dice: “Aunque la guerra con México había sido motivo de debate entre ‘wighs’  y demócratas en los meses previos, la discrepancia comenzó a acentuarse  a partir del segundo semestre de 1847.

Algunos sectores del pueblo norteamericano comenzaban a cansarse  del conflicto, pues habían pensado en que iban a ser mucho más corto de lo que ya duraba  y aún no se veía perspectiva alguna de que terminara dada la renuencia  de México a negociar.

Por otra parte, surgía la preocupación de que los gastos  eran excesivos y que de continuar por mucho más tiempo el mismo estado de cosas, los efectos  sobre el tesoro americano serian contundentes.

El National Intelligencer, órgano principal de los “whigs”, señaló que las arcas pronto estarían vacías y avaló la tesis  de que a ese paso el enemigo podría desangrar  a los Estados Unidos. Calhoun sostuvo con vehemencia el punto  el punto de vista de que sería una locura  activar la guerra  y significaría la ruina activarla con éxito.

 

2 PARA MAGANA

Muchas voces, especialmente las del partido opositor, se unieron a este coro de censuras. A toda costa querían sacarle provecho político a la prolongación de la contienda,  especialmente en vista de elecciones  presidenciales que tendrían lugar al día siguiente.

Los ataques del partido contrario y a la prolongación de la guerra  mucho más allá de lo calculado, , con los consiguientes efectos en vidas  y recursos norteamericanos, poco a poco llevaron a Polk a la conclusión de que había qué modificar  las condiciones de paz  que se habían aprobado unos meses antes y se debía exigir mas territorio de México. Pensó que con una medida  así no sólo lograría acallar los ataques a su persona, sino también fortalecería la posición de su partido  ante la opinión pública de su país

El honor, la defensa de la capital

La desgracia más grande sufrida por México radica en que se han tenido gobernantes que pierden la fe en México y  acaban por adherirse al “sueño americano”. Esto pasó durante la invasión norteamericana, sucesos durante los cuales, Santa Ana cometió traiciones que desde luego tiene registradas la historia.

Consumada su última traición militar  en Chapultepec, para favorecer el triunfo – uno más -, de los invasores sobre la capital mexicana, Santa Anna emprendió la huída rumbo a la Villa de Guadalupe y  el mismo 13 de septiembre,  al consumarse la derrota  de los mexicanos en ese histórico lugar, los invasores avanzaron protegidos por ,los acueductos de la Tlaxpana y de Chapultepec, rumbo ala capital

Abandonados los vecinos por el gobierno y el ejército que tenía en sus manos Santa Ana, se las tuvo que ver, sin armas, contra el invasor y fue entonces cuando el honor de la invasión de 1846-1848 se produjo del lado mexicano.

Tuvieron un comportamiento patriótico y con guijarro arrancados en las calles, con tierra, con agua caliente  y en el anecdotario de tales sucesos se dice que “hasta con recordatorios familiares”, hachas, etc., lucharon contra el ejército de ocupación.

Paladín, al lado de los heroico vecinos fue, en la jornada de defensa de la Ciudad, antes de que los invasores ocuparan Palacio Nacional e izaran la bandera de las barras y las estrellas, el comportamiento del sacerdote Celedonio Domeco, partidario de no cesar la lucha, sino continuarla, hasta expulsar al invasor. Quienes firmaron del lado mexicano el Tratado de Guadalupe Hidalgo, lo ejecutaron.

Los mejores defensores de la ciudad, en condiciones tan desfavorables, fueron azotados por los gringos en la Plaza de la Constitución. La soldadesca también se  introdujo en los templos y solían pernoctar los invasores, en los confesonarios.

Patriotismo de las “margaritas”

A las prostitutas de la época se les llamaba  las “margaritas” y estas mujeres que se ganaban la vida con la práctica del “oficio más antiguo del mundo”, tuvieron una conducta elevadamente patriótica durante la ocupación de la soldadesca gringa. Muchos de los soldados que ocuparon sus servicios, perdieron la vida, porque en el momento de la euforia, sacaban un puñal y  lo hundían en la humanidad de los intrusos.

Consecuentemente, en dicha jornada cuando la ciudad fue ocupada desde el 1 de septiembre de 1847 hasta  mediados de 1948, el patriotismo corrió a cargo de estas mujeres, a diferencia de los funcionarios que se caracterizaron por sus agtenciones con las fuerzas de ocupación.

El brindis del desierto

Ha de reiterarse que la más grande desgracia de México radica en que  varios de sus gobernantes, previa pérdida de la fe en México,  se ponen al servicio de nuestros enemigos. Es una costumbre nefasta que repite al paso del tiempo.

En el caso de la invasión 1846-1848, de los EU contra México, la traición  corrió por cuenta de los funcionarios del Ayuntamiento de la Ciudad d México  - electo por los invasores -,  encabezados por  Francisco Suárez Iriarte, del gruó de los “puros”  - la ultraderecha de entonces -,  quien logró la caída con apoyo del invasor del grupo patriótico de Manuel Reyes Veramendi, del gobierno de la capital y después organizó un banquete en honor de los invasores., en el Desierto de los Leones, el  29 de enero de 1848, encabezados por el Gral. Scott

En esa ocasión, Suárez Iriarte y su grupo de “puros”, brindó “por la anexión total de México a los Estados Unidos. Sujetos de esta calaña se repiten a lo largo de nuestro acontecer histórico.

Las heridas no están cerradas

Revivir el tema de la invasión 1846-1848 de los EU contra México – ahora con motivo de lo ocurrido e Arlington, el  pasado jueves 20 de mayo -, lleva a la evocación de una de las épocas más dolorosas de la historia de México, junto con la que hoy sufrimos y que empezó hace 40 años, en 1970.

De esta evocación debemos extraer la moraleja de que  del grave problema que tenemos de que nuestro acontecer registra el paso de gobernantes que pierden la fe en México y acaban como servidores del citado “sueño americano”.

Las heridas  por lo acontecido en esos años en que perdimos  más de la mitad de nuestro territorio patrio, no están restañadas y por eso, José Vasconcelos afirma:

“Todo el que ser sienta mexicano, debe a Cortés el mapa de su Patria y la primera idea de conjunto  de la nacionalidad. Quien quiera que haya de construir5 alguna vez en esos territorios  que hoy imaginamos que son nuestros,  tendrá que volver los ojos al plan de Cortés, porque en cuatro siglos no ha habido otro que mirara tan lejos, ni construyera tan en grade . Más aún, después de Cortés, después de Antonio de Mendoza, después de Revillagigedo que todavía intentó la defensa  de Texas, después de Gálvez que estampó en ella su nombre, no ha habido en nuestra patria constructores; sólo ha habido destructores, reductores del mapa.

Para efectos de la restauración de México, para curar sus males, se requiere de una labor prolongada de “mexicanización de los mexicanos”,válgase la expresión, porque los momentos de pérdida de la fe en México que ahora se sufren, deben ser recuperados con una amplia labor educativa  para conocer, amar y servir a México, realmente.

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