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¿Y la Música?
FERNANDO DÍEZ DE URDANIVIA
El homenaje en la Sala Ollin Yoliztli al maestro Luis Herrera de la Fuente, con el estreno mundial de tres obras suyas, sirvió para saludar antiguos amigos; para añorar los tiempos en que había público de conciertos y, por supuesto, para aplaudir al hombre que se da el lujo de dirigir a los noventa y cinco años su más reciente producción creativa.
Solistas, orquesta y comandante, fueron armazón de un hecho artístico que no es nada común, porque requiere la suma de lo que de un tiempo a la fecha suele convertirse en resta.
Esta nota quiere alejarse de Herrera de la Fuente; de la Filarmónica; de la Sala Silvestre Revueltas y del público entusiasta que salió de su casa con el aplauso a flor de mano. No deja de ser triste aprovechar una circunstancia de tal magnitud para echar del ronco pecho con notas disonantes.
Luis Herrera de la Fuente.
Alguien como el que firma, alejado por determinación superior de los escenarios musicales, “porque la música de concierto no vende” y en consecuencia no vale la pena ocuparse de ella, experimentó especial nostalgia. Su sentimiento fue entristeciéndose con detalles que quizás no todos percibieron y son síntoma de cómo andan las cosas.
La presentación de Herrera de la Fuente por la funcionaria del DDF, en un acto que debió presidir su jefe, mostró que la dama no estaba bien enterada de que tocaba la Filarmónica de la Ciudad de México, e hizo mutis nada discreto. En otras palabras, el homenaje a una gloria nacional se manejó al nivel de rutina burocrática.
No se habla de nada nuevo. Hace cuarenta años, los directores del INBA se dormían en los conciertos o conversaban sin medida. Pero los administradores de hoy, asesorados por gente que busca más el provecho propio que el avance de la cultura nacional, consideran que un acontecimiento musical, de la magnitud que sea, no es más que parte de su agenda.
¿Qué pasa con nuestro gremio?
FERNANDO DÍEZ DE URDANIVIA
Con motivo del libro Su majestad el albur de mi autoría, que se acaba de publicar, estoy haciendo colección de notas y menciones que mucho agradezco, aunque algunas me obligan a volver sobre un tema que no por frecuentado deja de tener dramática vigencia. La impresión que casi todos tenemos de que nuestro amado periodismo está siendo víctima de la crisis general de la cultura, se me ha venido encima con las lecturas de esos comentarios. Puedo decir que, salvo muy honrosas excepciones, el que no cae resbala.
El olor a tinta y el suplicio de la silla ante la máquina fueron algo de lo que probé un poco, en cuanto a imprenta se refiere, y que aumentó mucho con los años en la medida que se volvió oficio, hasta llegar a lo que hoy es devoción muy cercana al fanatismo de la escritura.
Herencia, escolaridad profesional, ejercicio de medio siglo, magisterio intermitente, son factores que me permiten decir soy periodista, aunque a la fecha mi quehacer se limite a las páginas de esta publicación. El periodismo ha estado en mis venas en todos sus aspectos.
Por eso ante el panorama de hoy no puedo, como tal vez lo harán otros colegas, sino hacer pública mi indignación y mi tristeza. Periodista no es el que emborrona cuartillas ni el que echa a perder encabezados. La cuota que estoy pagando es la misma de muchos. Apellidos que no tengo; palabras que no dije; conceptos nebulosos, ocupan la mayor parte de lo que ha llegado a mis ojos y me parece grave, no porque se trate de mí, sino porque no es una excepción.
Tal vez como nunca, en la actualidad tenemos personajes de todas las edades, de todos los tamaños y tesituras, que en las publicaciones ocupan desde la dirección hasta la más humilde ayudantía. Cuando se trata de propietarios la gravedad se produce por la orientación que imponen a su periódico. Si son las infanterías, los problemas van de la actitud reporteril a la aptitud para redactar.
Gracias, muchas gracias a todos los colegas que se han ocupado de mí, aunadas a la súplica de que se ocupen de ellos mismos, de la calidad de su quehacer. Todos sabemos que la cultura nacional está en caída libre. Tratemos de que la prensa, en todas sus modalidades, sea elemento de rescate y no, como desgraciadamente lo vemos cada día, factor degradante que desprestigia al este gremio que tanto hemos querido y sigue siendo parte de nuestra entraña.
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