Lo de Pemex en duda EDUARDO LÓPEZ BETANCOURT
TODO EL ORBE SE ENTERÓ de la gran desgracia, donde se dieron decenas de muertos y heridos; sin embargo, la incertidumbre hasta hoy nos invade, al no saber qué realmente sucedió u originó la explosión en la emblemática Torre de Pemex.
COMO ES NATURAL diversas opiniones se vertieron, algunos consideraron que se trató de un acto de sabotaje, especulación que se intensifica día con día; empero la interrogante de quiénes y por qué lo hicieron sigue en el aire. Por supuesto, el gobierno optó por la salida fácil; los altos dignatarios señalaron que todo se debió a un lamentable “accidente”.
La palabra accidente para muchos representa descuido, imprudencia o negligencia; por ejemplo, cuando un automovilista distraído golpea a otro coche, se habla de “accidente”, empero en realidad no lo es, estamos ante un hecho imprudencial que trae consecuencias jurídicas, donde los delitos se convierten en dolosos y culposos, también llamados intencionales o no intencionales.
El verdadero accidente en materia penal también se denomina caso fortuito; es decir, aquello que es ajeno a la voluntad del sujeto, y cuya principal característica, es que no se sanciona; verbigracia, cuando un mecánico adquiere cierto producto para inducir el buen frenado en un automóvil, pero a pesar de confirmar lo que a su buen saber es correcto, posteriormente los frenos no detienen la velocidad del vehículo y ocurre un incidente; es claro que ni el mecánico ni el chofer son responsables, y en este evento, insistimos, no hay sanción.
En lo acaecido en la Torre de Pemex, los muertos y heridos claman justicia. Si se colocó una bomba o un artefacto parecido por parte de algún grupo extremista, se debe saber y sancionar sin ninguna limitación; si por el contrario, la tragedia se dio por indolencia, o peor aún, por omisión, hay sin duda culpables y se deben condenar. En definitiva, no se acepta que el hecho quede impune y que al final de cuentas no haya nadie en la cárcel, ni a quien exigirle cuentas por la pérdida de vidas, lesionados y el pago de los daños materiales.
La versión que el gobierno ha planteado, sobre una acumulación fortuita de gases es inverosímil. Los mexicanos, con sobrada razón, no creen en sus dirigentes y políticos, ya que mienten de manera sistemática. Tal vez el director de Pemex sea una persona capaz, pero en el problema de la Torre se le ha visto bisoño, con marcado temor y falto de autoridad.
Lo acontecido en la Torre de Pemex debe hacer reflexionar al presidente Peña Nieto. México es un país de grandes y severos problemas, necesita la participación de todos para salir adelante. El petróleo es fundamental, contar con él es un privilegio; por ende, se debe procurar intensamente.
Nadie ignora la corrupción imperante en el ámbito de los hidrocarburos en nuestra patria, no sólo a nivel sindical, donde existe un personaje aciago e incalificable, sino en los alto mandos; esto es, en la dirección de la paraestatal, donde abundan los graves conflictos y las picardías son verdaderamente criminales. Resulta indignante ver cómo los hombres del gobierno se enriquecen a manos llenas, dejando en la inopia al pueblo mexicano. Por si fuera poco, malhechores “ordeñan” los ductos de Pemex en tomas clandestinas, lo cual implica terribles y patéticas mermas.
Es evidente, Pemex reclama un cambio sustancial urgente, amén de modernización, pero sobre todo, de gente honrada y patriota. Pemex es y debe seguir siendo de y para los mexicanos; la técnica foránea es bienvenida, tal vez la inversión, pero nunca, bajo ningún concepto, el manejo de Pemex se debe entregar al extranjero.
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