Un Museo sin
aspiraciones
REGINO DÍAZ
REDONDO (Exclusivo para Voces del Periodista)
“La impotencia de occidente es no poder
implantar
la democracia por falta de demócratas”-
M.A.
Partenaire (El País)
CEBREROS, Ávila.-
“Es una luz
que se apaga poco a poco…” dice Joyce Carol Oates, la extraordinaria escritora
estadunidense, y me uno a esa frase para hablar hoy de Adolfo Suárez, el primer
presidente de esta mal llamada democracia española.
Francisco Franco.
Recorro su Museo, relativamente importante, que contiene datos
sobre el fin de Franco (la muerte en la cama) y los acontecimientos sucedidos
en la transición que ya ha quedado anacrónica y es insuficiente. Hay quienes la defienden y utilizan como si
fuera un escudo contra la invasión mora.
En esta ciudad de tres mil 500 habitantes, la presencia
del político cebrereño se convierte en un llamado turístico que, a veces, pasa desapercibido.
Es curioso que a Suárez no se le recuerde como uno de los
grandes del paso a la libertad de España. Quizá, porque fue feje del Movimiento (Falange)
que tantas muertas causó.
Don Adolfo, ajeno a todo, victima del Alzheimer, camina en su casa de Madrid
sin entender ni participar en la lucha que se libra entre el progreso y el estatu quo.
Su pequeña historia que culminó con el golpe de Estado el
23 de febrero de 1981, es importante pero efímera. Tuvo una carrera fugaz
aunque siempre hacia arriba. Desde que empezó en Alianza Popular hasta llegar a
ser jefe del Gobierno, con el beneplácito de su amigo el rey Juan Carlos.
Pero hay algo más. Suárez estuvo siempre preocupado por
el devenir de España. Quizá fue un hombre de derechas, no sé, pero es el que
mejor supo asimilar y entender puntualmente el cambio. Se adaptó a los reclamos
sociales, encabezó algunos, y disfrutó de su momento.
Gregorio Peces Barba (fallecido), me dijo que “fue un
abogadito que surgió por ahí”, pero lo cierto es que es una de las personas que
contribuyó a que se aprobase la
Constitución de 1978 y apuntaló su paso a la historia al
darse cuenta que el posfranquismo no tenía porvenir.
Suárez tiene mucho mérito por su pragmatismo e
inteligencia.
Su salto hacia delante dejó atrás la dictadura en cuyo
gobierno tuvo puestos importantes. Su intuición y carisma fueron necesarios
para contribuir a la democracia de los gobiernos que se sucedieron. Valga decir
que es uno de los dos políticos que no se escondió entre las curules cuando
Tejero gritó “al suelo, esto es un golpe de Estado”. Siguen en el hemiciclo los
agujeros hechos por las balas de este estrafalario personaje.
Santiago Carillo, ex líder del Partido Comunista, fue el
otro diputado que no se agachó. Los demás, al suelo, por si acaso… don Santiago
estaba acostumbrado el “tiroteo” que repartió y recibió durante largos años dentro
y fuera del país.
Ese día don Adolfo iba a presidir por última vez la Legislatura. Tomaba
juramento como jefe de gobierno Leopoldo Calvo Sotelo.
Adofo Suárez y el rey.
El teniente golpista hizo su pantomima en un intento de
volver a implantar la dictadura asesina y risible, captada magistralmente por
el gran Chaplin en sus Tiempos Modernos.
En esta muestra, abierta al público y poco visitada
aunque sí lo suficiente, se encuentra uno con fotografías y folletos
desperdigados. Hay recortes sobre la insurrección apaciguada de los ultras de
uno y otro lado y, si acaso, un par de plasmas de televisión donde se ve a Suárez
pronunciando su discurso de investidura y el momento en el que se traslada el
cadáver de Franco al Valle de los Caídos donde, arbitrariamente, aún está.
Una de las frases más trascendentes del abulense fue
“quiero que en España haya un sitio para todos bajo el sol” oración no muy
afortunada pero que en aquellos tiempos sirvió para darle puntos y
preeminencia.
El cebrereño es honrado entre bambalinas de cartón y
hierro por su grito de “el paso a la democracia es para todos” que le ganó
afectos momentáneos y algunos perdurables todavía.
Aparece en el museo Carlos Arias Navarro, presidente del
gobierno interino antes de la transición con su tosco semblante, compungido
para decir “españoles, Franco ha muerto”.
El museo.
Estas imágenes cobran más importancia que el resto de lo
que aquí se exhibe. Se ve al príncipe Juan Carlos con un brazalete negro,
serio, inclinarse levemente al paso del féretro.
En la secuencia de esa escena, una multitud se abalanza
hacia el automóvil que transportaba el féretro del que se alzó en África contra
la España
republicana.
Hay un intento fallido de convencer a los españoles que
la gente lo coloraba. Pero no es así, lo que les atrajo fue el automóvil último
modelo de fabricación estadunidense.
Si la multitud hubiese querido, la barrera de la policía
hubiese borrada y, quizá, entonces, el
caudillo habría resucitado como Lázaro
al tercer día de su muerte.
Entre los pedazos de notas, algunas ilegibles, otras
cortadas que aparecen en los periódicos no hay una continuidad ni se muestra la
relevancia que tuvo Suárez en su momento.
El museo nos permite también escuchar cantos como “mi
querida España” preferida por el fascismo y un coro invisible que suplica a San
Pedro un lugar en el infierno.
En escasos diez minutos recorre uno este lugar. Están a
la vista panfletos contra ETA en un afán de olvidar que nunca, como en los
últimos años del franquismo, esa organización armada tuvo tal auge.
Felipe González y Leopoldo Calvo Sotelo.
A la mitad del paseo el visitante se topa con recortes de
periódicos en los que se maneja ya la legalización de los partidos políticos.
Quizá lo más relevante, y no es ironía, es cómo se
anuncia: “Suárez y la Transición”. Una
transición que no vemos durante el recorrido, quizás a propósito, porque la
democracia, a fuerza de transgredirla, es aún una entelequia.
El gobierno de Suárez tuvo una vigencia corta y deja
entrever que en ese momento eran los tecnócratas quiénes deberían asumir el
poder. Así fue pero por un cortísimo tiempo. Después, llegó un socialismo que
en principio trabajó con denuedo a favor del país pero que al final tuvo que entregar
el mando a la autarquía.
Poco más es digno de comentarse. Parece que los
encargados de mantener el museo tuvieron más en cuenta el final de la dictadura
que la presencia del jefe del Movimiento que representaba un pulmón de aire
fresco para esta España coja y tuerta en la que vivimos.
Santiago Carrillo.
Ni siquiera los hijos de Suárez están satisfechos. Ellos
creen, como una gran mayoría, que el reconocimiento a su padre podría tener
mayor profundidad y presentación.
Enriquecerlo es tarea de la familia; recabar mayor
información sobre don Adolfo, es el móvil y honrarlo de forma más clara, el
fin.
Creo que no lo conseguirán.
Pero utilicemos un poco la memoria histórica, abolida por
este gobierno neoliberal, para preguntar: ¿si Suárez recobrase la memoria, qué
diría?
Se sentiría avergonzado por las atrocidades que ahora se
cometen.
¡Que Dios los guarde a todos! oigo que me susurra don
Adolfo al oído.
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