RETOBOS EMPLUMADOS
PINO PÁEZ
(Exclusivo para Voces del Periodista)
Revueltas sobre cristales de la duna
Dos personas de sexo indescifrable por su tono de humedad en el debate, la cabeza sin afeites inclinada hacia su mismísimo perfil y una vestimenta tan holgada como ensombrecida... polemizaban acerca de Federico Nietzche y José Revueltas en la librería de viejo Desleídos reflejos del Espejismo, situada en una callecita naucalpense tan estrecha como blasfema: Rinconada Virgen de los Remedos.
Sobre añicos de confeti
“¿Cuántos Nietzches más allá de la lengua traducir?” filoso-filósofo preguntaba ¿uno-una? “Tantos Federicos como seres metafísicos quepan en una sola anatomía”, de re-filón contestaba el ¿otro-otra? para luego añadir que la mejor definición correspondía a Revueltas y, de memoria o improvisada invención, declamaba re-citando a don José: “Nietzche pasará a los hombres del futuro (como) uno de los héroes más puros de la intrepidez de la conciencia”.
La interlocución se agriaba y, paradójicamente, más sabrosura salía de su salitrosa dicción; ¿éste-ésta? argumentaba contra don Federico que “Por algo Hitler hizo adoratorio en misal de azufre su antología”, ¿aquél-aquélla? ripostaba que “Los nazis de lectura no entendían ni su huella digital” y reargüía: “Todo fue tramposa desfiguración nietzcheana de doña Chabe, la hermana de don Fede, que vendió textos del fratelo más adulterados que fidelvelazquianos litros de lechero” .
No era yo solamente el que arrimaba tímpanos a la disputa, la encargada o dueña de Desleídos reflejos del Espejismo, esparcía alrededor de aquella polémica puñitos de confeti que simulaban añicos, en rociadora táctica de papel para juntar la oreja al agarrón ensalivado. La mujer, de unos 50 abriles y labios tan carnosos que con un beso alguien quedaría nutridísimo o zampado, dentro del negocio se descalzaba para lucir unos juanes mayúsculos, unos juanetes, volcánicamente pincelados a fin de poner a sus pies Popo, Izta y Paricutín, sumisos a cada mandato de zancadas.
El duelo oral proseguía con el condimento de mayor tesitura. ¿Ése o ésa? entre revoloteos de mímica sugería leer, entre otras federiquianas obras, El ocaso de los ídolos, allí “Esta el racismo de Nietzche sin los subterfugios del chafísimo exegeta. Allí infirió que Sócrates nació casi menso por mezcolanzas de sangre baratísima”. ¿El o ella? con el enojo imponiéndole un tic de parpadeos en alterna matanza-resurrección de pajarería, asentó con pestañeante furia: “La hermenéutica más pobretona del filosofar del gran Nietzche es la invidencia que lo aloja en el Tercer Reich” y -con el nada poético estridentismo de una gritería- proferiquense adujo en didáctico interrogatorio: “¿Acaso no fue alabado por el novelista y Nóbel Thomas Mann y Martin Heidegger no lo veneró desde la cúspide de la filosofía existencial?...” “¡Sí!” interrumpió el ¿interlocutor-interlocutora?, desgargantándose a su vez con la histórica recordación de que “Heidegger también veneró al régimen de la cruz gamada al asumir una universitaria rectoría, y el psicólogo Jung con todo y el inconsciente colectivo le hizo al nazi, y el músico Von Karajan juvenil alquiló su batuta a Hitler, y el papa Benedictino XVI estuvo en las juventudes adolfinas sin rezar nunca el Yo pecador, y....” ¿El polemista-la polemista? tan encorajinado como león en ayunas, se zafó del sobaco un librito delgadísimo, del que alcancé a fisgonear título y autoría: Nietzche, héroe del espíritu, de María Teresa Retes, y a punto de dar pamba al oponente con la portadita, en taquicárdico do de pecho... a don Pepe despepitó: “¿José Revueltas, siguiendo el hilo de tan elemental madeja, también es proclive al nazismo por elogiar al inmenso pensador de Así hablaba Zaratustra?”.
Sobre el confín de un revoloteo
Ambos ¿clientes-clientas? de Desleídos reflejos del Espejismo manoteaban aproximándose un iracundo palomar a sus mejillas. La librera los conminó a comportarse sin manazos en cacheteador revoloteo y a descenderle decibeles al dialogar. Los personajes pagaron lo adquirido y, en una especie de Y griega figurada, se fueron apartados y sacudidos de malhumor hacia sus respectivos Partenones.
Pregunté a la dama quiénes eran esas estampas de androginia, “Homo Faber y Lipu, un par de orates dedicados a redactar inutilidades”. Apoltronada en un banquito artesanal, sobándose con la diestra la maquetita de sus volcanes, me platicó no saber si el tal Homo Faber era pseudónimo tomado de un relato de Max Frisch o de una narración de William Golding, “Lo que sí sé (explicaba echándole salivita a los superjuanes) es que se dedica a desenterrar poetas que nadie ha sembrado, a dar a conocer cantos que no cupieron en ninguna lira”.
A Homo Faber “Por su patología cerebral -con énfasis prosiguió sin desatender al gordinflón juaneterío- le fascina llevar la contracorriente como náufrago que a soplidos hace retroceder un velero estacionado en la banqueta. Si a Lipu le disgusta Nietzche... él se torna fanáticamente federiquista. Si Lipu deshumaniza, Humano, demasiado humano... él erige integral una facultad de Humanidades. Si a Lipu no le cuadra la cuadra por donde el alemán paseaba nocherniego para sorber un enjambre de musas en el recorrido... él militarmente se cuadra ante la imaginaria impronta del filósofo”.
Acerca de Lipu, la sanjuaneteana de Desleídos reflejos del Espejismo, dijo que “Está más lurias todavía, es nieto de Sonora Encarnación, una epigramista que aún vive, recopiladora de frases cortitas en labios que tengan poco qué decir”.
Sin dejarse de frotar sus Paricutines, ilustró que Lipu no es alteración de Li-po, el bardo chino a quien Tablada le rimó una cantadita, “Es tan sólo la loquera de un bisílabo en la lógica incoherente de un enajenado que da clases en forma extracurricular en cárceles, escuelas sin matrícula ni pupitres y a personas en lo individual tan zafadas como él”.
Tras erguirse para regar más empapelados añiquitos, comentó: “Lipu enseña sólo el legado literario de José Revueltas. Cree saber mucho, pero cuando mucho sabe una pizcachita. En tertulias y sesiones magisteriales acostumbra presumir que el cuento de don José, Dormir en tierra, se quedó en un escrito estupendo, cuando pudo ser un gran escrito estupendo, al que se le dinamitó la grandeza con una excrecencia epilogal; piensa Lipu que a su lectura sola se debe la localización de esa pifia en corolario, pero Sergio Galindo, en calidad de editor en publicaciones de la Universidad Veracruzana, recomendó al polígrafo, a través de una epístola, eliminar lo tumoral del finiquito, a lo cual el cuentista, también epistolarmente, reconoció lo innecesario de su epílogo aunado a la duda de finiquitar confusa la redacción para un lector no experimentado en desbrozar breñales en el forestal itinerario de la gramática. Revueltas dejó en Galindo la resolución de aplicarle o no cirugía al quiste. No hubo al final cirujano que operara. Una hurgadora leidita de aperitivo es que el apellido del centralísimo personaje de Dormir en tierra... ¡también es Galindo!, como el de El capitán Alatriste, novela de Arturo Pérez Reverte que publicó Alfaguara cuyo responsable aquí es Sealtiel Alatriste, lo que deriva en que resulta de buena suerte hacer del editor tocayo de los héroes”, masculló volviendo a friccionar la monumentalidad de sus sanjuanes, como si la naturaleza también hubiera pifiado al final de su silueta.
¿Por qué sin salsa ensalzaría don José a don Federico?
La responsable de Desleídos reflejos del Espejismo, sincronizaba su perorar con el riego de vidrios fementidos y el masaje juanetense; recalcaba la zafadez de Lipu y Homo Faber, “A los que todos en Naucalpan conocemos por su inconfundible loretismo...”. Con un carraspeo que por poquito me deslarinja, interrumpí su carrusel apalabrado, externándole, a guisa de interrogación, mi enorme curiosidad, de si era real aquello de que Revueltas elogió a Nietzche como “uno de los héroes más puros de la intrepidez de la conciencia”. La volcánica masajista extrajo de una hilera de ejemplares, un tomito, “Es el mismo que acaba de comprar Homo Faber. Sólo me queda éste, es una joyita bibliográfica, ¡cómpremelo!” En efecto, era el mismo que Homo Faber casi a Lipu restregaba. El precio para mí, que soy un pelagatos que apenitas puede desembolsar unos cuantos maulliditos, fue un dineral. Ella sintió conmiseración de mi bajísimo pelaje y carencia de pedigrí, pues me dijo en tonito de turrones: “Léalo aquí, se lo presto. Allí encontrará lo que lo inquieta”.
Me cedió su banquito artesanal. Título y autora eran los que a ojo de buen cubero leí cuando aquéllos discutían. Editado en 1967 por la SEP, de la serie Cuadernos de lectura popular, de la Subsecretaría de Asuntos Culturales, descubrí en el colofón que ¡José Revueltas! junto a Marco Antonio Millán, dirigía esas publicaciones. Revueltas hizo la introducción en que apuntó: “... Rosemberg y los semifilósofos hilterianos se repartieron las vestiduras de Nietzche al pie mismo del sitio donde estaban crucificadas sus ideas...”. Además, estaba eso de la “intrepidez de la conciencia”. María Teresa Retes sólo escribió unas 20 paginitas en las que a don Federico con ingenuidad colma de alabanzas.
El total del libro no llega a 70 páginas que integran fragmentos de obras nietzcheanas. Localicé un federiquense parrafito que significa lo diametralmente opuesto al pensamiento revueltiano: “... ¿Quién nos garantiza que la democracia moderna, el anarquismo, todavía más moderno, y sobre todo esta tendencia a la Commune, a la forma social más primitiva, al socialismo, no sean esencialmente sino un monstruoso efecto de atavismo, de tal modo que la raza de los arios esté en camino de sucumbir por completo?...”. Siento que mis suelas las traspasan vidrios espolvoreados, los que en manía la mujer vuelve a distribuir en sarampión de redondeles.
Quisiera preguntarle a la dama qué piensa de tales líneas, cuál interpretación daría ¿igual o diferente a la de Homo Faber y Lipu?, pero temo su hablar de catarata.... y que, sin pedestal, de añicos en un hemiciclo me aprisione. Don Federico asienta en otro acápite: “... la conciencia de la superioridad y de la distancia, el sentimiento general, fundamental y constante de una raza superior y dominadora, en oposición a una raza inferior y baja, determinó el origen de la antítesis entre ‘bueno’ y ‘malo”. Lo que me intrigaba no era tanto el filosofar de Nietzche sino el prólogo de José Revueltas. De nuevo sentí impulsos de pedir a la señora me definiera estas ¿antisemíticas-prosemíticas? sangrías: “Los judíos se vengaron de sus dominadores por una radical mudanza de los valores morales...”. “... Los judíos, con formidable lógica, echaron por tierra la aristocrática ecuación de los valores ‘bueno’, ‘noble’, ‘poderoso’, ‘hermoso’, ‘feliz...”. Es posible que la más ¿adecuada-inadecuada? exégesis al respecto sea la que en alguna ocasión ojeé del ensayista peruano Javier Prado, quien federicamente inspirado escribiera que los negros esclavos se vengaron de la raza blanca “... mezclando su sangre con la de ésta, y rebajando en ese contubernio el criterio moral e intelectual...”.
Casi grité al “hallar” la causa del revueltense prologar: a don José lo forzaron al proemio, la diazordaciana SEP le puso esa condición para conservar el empleo... Hasta un ¡eureka! involuntario se me salió, la titular de Desleídos reflejos del Espejismo escuchó mi “hallazgo” . “No”, sin mucha diplomacia me desmintió, “Ese no fue el motivo: María Teresa Retes ¡era su esposa! incluso ella en edición de autor pagó El luto humano y...”
Su ilustración fue tipludamente acallada por el reingreso de Lipu, quien con la voz chillona de la ira, estentóreo aclaró: “No fue María Teresa, sino Olivia Peralta, su esposa anterior, quien junto a Rosaura Revueltas, su hermana y actriz, le financiaron la impresión de esa novela”. Y enrojecido de cólera, desafiante aseveró en aguda tesitura de puñales que “¡De José Revueltas Sánchez sé mucho más que una pizcachita!”:
¿Cómo habrá oído Lipu la crítica que a sus espaldas le asestó la librera? Como no creo en telepatías ni dones adivinatorios, lucubré que algún parroquiano que aquí pasó desapercibido... le chismorreó esa opinión... a menos, volví a conjeturar, que entre los escondrijos de algún libro haya puesto un tímpano de espía y separador.
Lipu vino acompañado de una estrambótica senecta parapetada en el valladar de una sola arruga. “Es Sonora Encarnación, abuela de Lipu e igual de lorencísima”, me susurró la dependienta de Desleídos reflejos del Espejismo. Doña Sonora reclamó el trato de Homo Faber hacia su nieto, amenazando con despellejarle todo el silabario. Pero la dueña, entre un diluvio de añicos re-creados, informó que estaba por cerrar, que ya habría ocasión de obtener esa zalea e inaugurar una peletería de abecedarios. Y a cubetadas arrojó añiconfeti, ante la desesperación de Lipu que acusó a la librera de usar Los motivos de Caín “¡Para mojar un atropello a la hermandad!” para luego advertir “¡Vámonos, agüe, que nos quiere ahogar con Muros de agua, secarnos de vida en El Apando, para ponernos a Dormir en tierra, lejos de Los días terrenales y El cuadrante de la soledad!” .
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