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Edición 237
Escrito por PINO PAEZ   
Martes, 29 de Junio de 2010 16:46

RETOBOS EMPLUMADOS


Reclusión de heroicidades

en estampita

PINO PÁEZ

 

En confines de Polakia, no de política, los polakos sin varsovias estilan alumbrase bajo resplandores que no les pertenecen, distorsionan la luz de la historia con la reinvención de mil diablitos, sacan a orear osamentas para presumir ideas en cráneo ajeno, nombran “Emilianitos” a sus querubines en”honor” y bautismal insulto contra el gran Zapata, encarcelan revolucionarios en estampitas que chorrean almíbar por arengas...

 

Equipaje de turrón

Subordinados de don Jelipe pusieron a desfilar osarios, afirman que son -entre otros independentistas- de Hidalgo y Morelos, acarrean personas “avitualladas” de harto confeti y serpentinas, las hacen corear ¡vivas! a don Miguel y don José María; luego, locutores y tecladistas de tecla boletinada, hacen referencia al fervor patrio de los que loaron, más que a insurgentes, al señor Calderón, a quien casi-casi, entre tecleares y microfonazos... convierten en único y exclusivo legatario de los héroes; ya no lo re-visten con el verde olivo aquél, extralarge, ahora le tejen simbólico paliacate en el solar del pensamiento, o a lo Fox, asimismo en retórica, le confeccionan una réplica del estandarte de la Guadalupana, en empuñado asir de la patraña.

 

Alguien no se conformó con tal herencia, sino que igualado igualó ¡al gran Morelos con don Jelipe!, los puso a una voz en idéntica tesitura, la misma ética, el mismo arrojo, la mismita refulgencia en haz de astronomía.

 

Quien, en pública emisión, hizo esas comparaciones fue el señor Villalpando, nombrado y nimbado por el morador de Los Pinos coordinador del bicentenario y centenario. Tanto equipaje de turrón traía el historiador... que el propio don Jelipe tuvo que interrumpir semejante semejanza, a fin de bloquear la diabetes por el aluvión de la melcocha.

 

Morelos comunista

Nadie desconoce que tanto Hidalgo y Costilla como Morelos y Pavón fueron padres...

hidalgostanding

de más de cuatro, empero, intérpretes oficialistas de la historia a uno y otro los recluyen en la estampita aquélla, a don Miguel, por ejemplo, o lo aprisionan en laminitas asaz iluminadas en calidá de inofensivo cura chocolatero, al que la mala suerte, nomás por gritar ¡Viva Fernando VII! recargó en un paredón... o ¡lo culpan de retrasar la independencia cuando ésta estaba más cocinada que una elección previos conteos en hirviente calderón de Merlín!

 

 

 

Los carceleros

de la insurgencia suelen no añadir que después del ¡Viva Fernando VII! de don Miguel (concesión del párroco a Ignacio Allende y demás patriotas menos radicales) externó ¡Mueran los gachupines! y, en el acto mismo del levantamiento, prohibió la esclavitud, con pena de muerte al instante a esclavistas que no acataran el mandato. Además, con la inmediatez del auténtico revolucionario, dispuso la entrega de tierras a indios. Anticolonialistas de aquí y acullá, sobre todo en Sudamérica, se manifestaron contra las reivindicaciones sociales estipuladas desde un principio con principios del grandioso Hidalgo.

 

Al también grandioso Morelos, los traductores de la exégesis gubernamental, lo estampan en la estampita, apenitas lo señalan Siervo de la Nación y promotor del Congreso Constituyente, incluso llegan al exceso de que en las legislaturas de ayer y hoy ¡se halla la impronta de don José María!

 

Suelen ocultar que Morelos y Pavón firmó una circular distribuida exclusivamente a los mandos de sus fuerzas, denominada Plan de Tlacosautitlán, en la cual ordenaba que tan pronto desalojaran de una plaza a los realistas, con esa prontitud confiscaran tierras y bienes de los ricos, repartieran latifundios a los pobres en posesión comunal, aparte de que un porcentaje de lo expropiado sería para la población expoliada y otro reservada a menesteres militares de la insurgencia.

 

El clérigo Mariano Cuevas, uno de los historiadores e ideólogos más venerados por el conservadurismo del siglo precedente, de plano definió a Morelos comunista, adjetivo similar de Lucas Alamán hacia don José María. Hay hipótesis de que el cambio de condena al jefe insurgente varió (originalmente lo sentenciaron a prisión perpetua en África) por el Plan de Tlacosautitlán, antecedente fundamental del agrarismo revolucionario.

 

 

La condena original tenía evidentes matices de racismo ya que -aseguraban- había ancestros negros en Morelos y Pavón, quien por cierto provocó urticaria al discriminador, al encargar a López Rayón solicitar apoyo de Haití, que logró su independencia en 1804. Imperdonable petición que agregaba propuestas de unidad con ex esclavos africanos. Anatema contra tal postura, según la visión del racista que contrajo conjuntivitis y perrillas.

 

 

morelos y pavon

 

Al respecto, el problema ocular del discriminador se repetiría en el México independiente con el presidente Vicente Guerrero al que, como a Morelos y Pavón, pontífices del prejuicio excomulgaban por su ascendencia negra. Envió el mandatario un delegado a Haití para preparar una guerrilla mancomunada, destinada a respaldar la insurgencia de anticolonialistas negros en Cuba.

 

En efecto, en la latinoamericana batalla por la independencia, había diferencias tan profundas como la decepción. Un caso resulta textualmente paradigmático: para Bolívar, el referido Guerrero, era “Hijo de india salvaje y negro feroz”. Con estruendosa caligrafía don Simón clasificaba las huestes de don Vicente de “Asquerosos léperos”.

 

Colorida mazmorra contra el gran zapata

Si la “equivalencia” señalada entre el gran Morelos y don Jelipe, en préstamo de lenguaje religioso sería sacrilegio... la “comparación” entre Carlos Salinas de Gortari y Emiliano Zapata Salazar, con la misma pignoración de término parroquial, conjugaría el verbo blasfemar en altarcito de tartufos.

 

A don Carlos sus aduladores de alquiler lo ¡equiparaban al gran Zapata!, afirmaban que por tal razón le puso “Emiliano” a uno de sus vástagos (lo mismito hizo el señor Zedillo en otra zapateada pilita bautismal). El colmo de la miel y los parangones acaeció cuando Salinas de Gortari en la antizapatista reforma al 27, reunió en su despacho zocalino a un grupo de “legisladores” disfrazados de campesinos y, con la salina vocecita sin mar pero con harta sal, tétrico y teatral reprodujo el colectivo rubricar del Plan de Ayala, bajo invitación del revolucionario sureño con la frase de “El que no tenga miedo... que pase a firmar”. Algunos de los signatarios del carlino vodevil, ahora están, presupuestívoramente bien equipaditos, “versus” el “innombrable”.

 

Al gran Zapata sus detractores ya no lo motejan “Atila del Sur”. Hasta con sinceridá explayan “admiración” por el inolvidable Emiliano, elogian su pureza e inocencia espiritual de quien -arguyen sus amorosos vituperadores- no quería cosa distinta a que a las comunidades indígenas de su villorrio les fueran devueltas las tierras tal y como lo señalaba un decreto de rey español.

 

 

Historiador oficialista Manuel Villalpando

 

Octavio Paz en El laberinto de la soledad así lo deduce; Carlos Fuentes en Nuevo tiempo mexicano de plano catalogó “conservadores” a Villa y Zapata; Martín Luis Guzmán en El águila y la serpiente y Fernando Benítez en Lázaro Cárdenas y la Revolución Mexicana, escribieron que Eufemio Zapata, hermano de Miliano, recomendó a éste no sentarse en la sillota del poder porque ésta tenía conjuro... Enrique Krauze de plano se adueña de diván y confesionario, al asentar bien sentadito que “Zapata tiene un terror místico frente a la silla presidencial”.

 

En Zapata, película dirigida por Elia Kazan, con Marlon Brando en el rol estelar... Anthony Quinn hace el papel de Eufemio Zapata, a quien el guionista enclaustró en los estereotipos aquellos, cuando en realidad el fratelo de Miliano era buhoneo, no el que comercia búhos, sino vendedor ambulante que recorría estados, negociaba compras de aristócratas desmejorados y luego ofertaba lo adquirido en regiones pequeñitas y grandes ciudades. Eufemio Zapata era a la par cosmopolita y revolucionario.

 

Incluso progresistas como el bardo y periodista Rafael Pérez Taylor, miembro de la Casa del Obrero Mundial y quien se opuso a la obregoniana formación de los Batallones Rojos... sin extraviar su afinidad al zapatismo se dejó seducir por las versiones, más bien por las perversiones, referentes a que los revolucionarios sureños eran alérgicos al arte y la cultura, sin enterarse que -entre otras actividades estéticas- Emiliano Zapata y compañeros leían y releían, presentaban y representaban Sinfonía de combate, poema con un centenar de versos escalonados de Santiago de la Hoz, jarocho magonista muerto muy joven en aguas fronterizas por el descomunal grito enmudecido de un remolino.

 

 

S.J. Mariano Cuevas

 

El gran José Revueltas en varios de sus textos expresa su admiración por el inolvidable Miliano, empero, en Las evocaciones requeridas comenta, acerca de Zapata, que “... su lucha fue personal, la reconstrucción del ejido, del suyo en Anenecuilco, de tal forma que había un segmento, el cual podía haber orientado la contienda hacia la restitución de la antigua comunidad agraria”, cita recogida de la antología Consumo y capitalismo... publicación de la UAM-Iztapalapa.

 

Alcances nacionales del zapatismo

En las paradojas de la historia, la definición más exacta del zapatismo, aunque haya sido lanzada hacia la individualidad de una silueta... la pronunció un acérrimo enemigo de clase, José María Lozano, uno de los prefachos del Cuadrilátero parlamentario, quien durante un discurso en la Cámara Baja en todo lo alto filosofó:  “Zapata no es un hombre, es un símbolo”.

 

Lo anterior fue dicho en la etapa interina de León de la Barra en la presidencia, el ultraconservador Lozano atinó -por el miedo social que a la oligarquía provocaba la Revolución del Sur- en el simbolismo de aquella gesta. Después, con Madero ya presidente, vendría El Plan de Ayala, convocando a todos los revolucionarios del país. Más tarde, la presencia zapatista fue fundamental en la Convención de Aguascalientes que congregó a todos los revolucionarios del país y contingentes de variado signo, incluidos carrancistas, pues tal Convención fue promulgada en un inicio por don Venustiano en la Ciudad de México, acordándose a continuación una sede equidistante.

 

Convencionistas de todos los rubros expusieron ideas, las debatieron y todos votaron (Álvaro Obregón incluido) por llevar como base programática El Plan de Ayala, desconocieron a Venustiano Carranza como Jefe del Ejecutivo y todos (Álvaro Obregón incluido) sufragaron por Eulalio Gutiérrez para presidente de la república. Todos elaboraron nuevas leyes en que se garantizaba el derecho a huelga y el boicot de los trabajadores contra el patrón, además de acápites en defensa de la mujer y beneficios a los hijos, reconocidos o no por el padre, que -entre otras medidas- significaban un gancho de izquierda a la mandíbula del machismo. Todo ello en 1914, sin ninguna referencia histórica exterior; a la Revolución Rusa le faltaba un trienio, y el gran Lenin era un bisílabo murmurado en lejanía.

 

Traición y grillería posteriores a la Convención es materia de otro tema, pero lo que sí encaja en este análisis es que Zapata, al entrar a la Ciudad de México con el gobierno nacional electo por convencionistas, es que en una carta abierta, a través de numerosos carteles y volantes... invitó a la clase obrera a unirse a los campesinos y combatir conjuntamente por la emancipación. El socialismo zapatista era más, mucho más, que intuición o corazonada.

 

Zapata propuso al gran Ricardo Flores Magón imprimir Regeneración en solar revolucionario morelense; el zapatismo creó una industria comunista en los ingenios de Zacatepec, desde la zafra, elaboración de azúcar, alcohol y otros derivados, con inventario y vendedores, pese al cerco genocida que le impusieron De la Barra, Madero, Huerta y Carranza. Miliano dirigió una carta al presidente Woodrow Wilson, de EU, en cuyo contenido versaba el movimiento zapatista nacional; el caudillo del sur envió un representante a La Habana, pues la entidad isleña era un centro de resonancia internacional, donde por cierto nació Paul Lafargue, yerno de Carlos Marx. Emiliano Zapata Salazar y Ricardo Flores Magón manifestaron su júbilo por la triunfante Revolución Rusa. Estos hechos desmontan la “inocencia focalizada” de Miliano con que sus azucarinos detractores pretenden encerrarlo en una estampita de turrón. Se puede asesinar un hombre, pero no hay Chimanecas contra un símbolo.



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