PAPELES AL VIENTO ABRAHAM GARCÍA IBARRA (Exclusivo para Voces del Periodista)
TIEMPO DE CLIENTELISMO ELECTORAL
De “estadista global” a
repartidor de despensas
En los años 80s. se incubó la colombianización de México. Con Calderón se guatematemalizó.
“¡Cuídate de los idus de marzo!”
FUÉ ÉSE, el presagioso aviso que el augur le hizo al César, quien no lo escuchó. Tal vez alguien, con las mismas palabras, advirtió a Luis Donaldo Colosio Murrieta que la traición lo rondaba, pero el sonorense que quería gobernar México no tuvo manera ni tiempo de tomar las providencias debidas: El 23 de marzo de 1994 su cabeza fue perforada por el plomo. Él mismo pronunció su epitafio dos semanas antes: Veo un México con hambre y sed de justicia.
Después de los idus de marzo, los que no aprenden en cabeza ajena porque la ambición ofusca la propia, acaso anden por el sureste chapoteando en los charcos que subyacen a las devastadoras inundaciones de todos los años para que las cámaras de televisión graben su imagen para la posteridad; o galoparán en el páramo norteño sobre el polvo de las reses muertas o las huellas fugitivas de los miles labriegos desplazados por la sequía o las heladas.
Antes de que lo hagan los presidenciables, sin embargo, sin la restricción que a los pretendientes les impone la norma electoral, el estadista global podrá continuar en vivo, en directo y a todo color, sus faenas de repartición de despensas maiceras y frijoleras, cobertores y pipas o botellas de agua, porque lo de “este programa es público, prohibido su uso por los partidos políticos”, no cuenta para el gobierno del Presidente de la República que en todo acto hace valer su condición de hijo desobediente, hasta para pleitear como señora chilmolera con las mujeres que denuncian la entrega selectiva de los subsidios para familias miserables.
Más allá de la trágica coyuntura que incita al clientelismo electoral, ¿quién conoce -en el sexenio de la infraestructura- la gran iniciativa de Estado para dar solución permanente, duradera, a la incesante pérdida de vidas y bienes productivos de los habitantes del sureste anegado un año sí, y otro también, o de los de las zonas áridas del norte, a los que ni la naturaleza ni los demagogos -ni los narcos- dan tregua?
Uno piensa, con admiración -y hasta con envidia-, por ejemplo, en gobiernos de las resecas regiones del Medio Oriente-Asia (que aplican los rendimientos de la renta petrolera generada por si o por la vecindad territorial), que, para la actividad productiva o el consumo humano, ahí donde las precipitaciones no son mayores a 31 mm. anuales, protegen celosamente sus escasos enclaves boscosos, levantan grandes obras de infraestructura hidráulica, represas, embalses, tubos gigantescos y acueductos -cuya red en algunos casos alcanza hasta casi seis mil kilómetros de longitud- y experimentan procesos de desalinización del agua de mar, “siembran” nubes y hasta exprimen el aire antes que asumir una actitud contemplativa frente a la naturaleza extrema.
En México, por el contrario, el gobierno que se hincha con billones de dólares ingresados por la exportación de crudo y los esfuma, desaparece instituciones como la ejemplar Secretaría de Recursos Hidráulicos para crear una del Medio Ambiente o una Comisión Nacional del Agua, cuya función consiste en que cada principio de año anuncian puntualmente cuantos huracanes atacarán el macizo continental y cuantos incendios destruirán flora, fauna y personas en los próximos doce meses y, al final de temporada, se gratifican con el acierto del pronóstico, haciendo el recuento de los catastróficos daños humanos y materiales. Y se quedan tan campantes, mientras que pescadores a río revuelto se apresuran a abrir inmediatamente cuentas bancarias donde se pueden hacer depósitos en efectivo “para socorrer a las víctimas” del cambio climático, el calentamiento global y otras monsergas como las plagas de Egipto.
(Sólo para ilustrar el tema, existe una dependencia que se llama Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación –Sagarpa. Obviamente, a la luz de los precarios o nulos resultados, en las cinco asignaturas queda reprobada. Sobrevive una Secretaría de la Reforma Agraria (SRA), cuyo titular… la hace de comisario en Ciudad Juárez, Chihuahua, la ciudad más violenta del mundo, con la que empieza a competir Monterrey, Nuevo León. ¿Y el campo ‘apá.)
Entre México y EU, el desierto
Consumado tiempo atrás el artero despojo territorial al México independiente, la clásica sentencia se compadece: Pobre México, tan lejos de Dios… tan cerca de los Estados Unidos y a Porfirio Díaz se le atribuye la frase: Entre México y los Estados Unidos, el desierto; dichos en los que se sustenta como signo de inevitabilidad la maldición de la fatalidad geográfica, que no acredita el supuesto de la buena vecindad, que se disuelve en la resignada convicción de que los mexicanos son los buenos y aquéllos simplemente los vecinos. (Que no tienen amigos, tienen intereses, según cínica confesión de John Foster Dulles, secretario de Estado del presidente Dwight Eisenhower.)
John Foster Dulles
Los mister amigous que desde Miguel Alemán Valdés han sido, no han podido -porque no han querido- encontrarle la cuadratura al círculo para que lo que en el siglo XIX quedó a México de franja fronteriza sea soberanía nacional no sólo próspera, sino digna y equitativa. Desde allá, donde se inicia el patio trasero del imperio, no existe barrera a lo que ha sido históricamente innoble santuario de disipación, contrabando, expolio, corrupción y contaminación ambiental.
Los leoninos tratados monroianos
De los tratados de Guadalupe Hidalgo (1848: “De paz y límites”) y de La Mesilla (1853: “De límites”) nos viene la pasiva admisión del Destino manifiesto que en 1823 dictó para América Latina James Monroe. Pasando un siglo después por los Tratados de Bucareli, lo que nos ata al yugo depredador es el Tratado sobre Distribución de Aguas Internacionales entre México y los Estados Unidos (1944). Por éste leonino “arreglo”, Washington pudo, al través del río Colorado, esterilizar impunemente -con sal y residuos nucleares- el Valle de Mexicali, hasta convertir gran parte del emporio bajacaliforniano, una vez algodonero, en tierra yerma. ¿Se demandó la reposición de las cuotas contaminadas? ¿Quién, desde el gobierno, litigó para que los productores agropecuarios y los consumidores domésticos del líquido envenenado fueran indemnizados? Silencio: No hay que tocarle los testículos al tigre.
Con volúmenes generados y almacenados de la cuenca del río Bravo, México, según el tratado del 44, pagaría a los Estados Unidos las cuotas establecidas. Lo está haciendo, mientras que el ganado mexicano queda reducido a cenizas, la tierra pierde su escasa fertilidad y las comunidades humanas languidecen y desfallecen entre la sed y el hambre, cuando no se atreven a abandonar sus solares desolados. ¿Pide el gobierno nacional una mora al cumplimiento de sus compromisos? Por supuesto que no. Se conforma con la limosna de 70 millones de dólares que en falsa filantropía dona el vecino, en tanto ve ya como asunto normal los cadáveres flotantes de mojados asesinados por la migra o ahogados en el río Bravo.
“… En tierra diezmada por la mortalidad de niños, ninguna casa escapa, ni menos una descendencia tan irregularmente repartida. Mas el que menos debería inconformarse y quebrantar hábitos inveterados, era el primero en poner el mal ejemplo, como siempre, como en todo, llegando a donde nadie llegaba, ni podría llegar: A la renegación y los insultos a la Providencia (…) En tierra expuesta sin defensas al fatalismo de las enfermedades; en tierra por donde pasa libremente, cuando quiere, el ángel exterminador de niños primogénitos o no, el ataque a la consolación suelta la sarta de viejos improperios: Puerco cochino/ sinvergüenza descarado/ Perro del mal/ gusano quemador/ pico de zopilote/ baba de víbora/ ponzoña de tarántula peluda/ pestilencia de zorrillo/ bofe podrido, corazón engusanado/ charco corrompido/ carroña de gavilán/ corral de boñiga/ tripa de inmundicias/ revolcadero de marrana/ aire apestoso/ yerba de la mala mujer/ pezuña de macho cabrío/ malamujeres/ ojo de enemigo malo/ matachicos infelizados por tu culpa, Herodes/ bestia dañosa… ¡Satanás!” (Las tierras flacas, Agustín Yañez.) Una retahila propia ahora del canibalismo electoral.
Cuando Cárdenas nos dio la tierra
En la década de los 30s. del siglo XX, el norte vio un destello de luz desde los cuadrantes del sur: En otoño de 1936, el general Lázaro Cárdenas del Río afectó 100 mil hectáreas para entregárselas en ejidos a campesinos con derechos a salvo en la Comarca Lagunera (Durango y Coahuila), que llegó a alcanzar un auge agropecuario inusitado. En invierno de 1936-1937, campesinos bajacalifornianos conspiraron en el solar de “Álamo mocho” para fraguar El asalto a las tierras en el Valle de Mexicali sobre el latifundio de la Colorado River Land Company, que se consumó el 27 de enero. Cárdenas dotó a cinco mil labriegos con 120 mil hectáreas.
Fue, en aquella década -de populismo, le llaman sus detractores-, cuando el agrarismo alcanzó su más alta curva como agente emancipador del proletariado rural mexicano. Con la expropiación petrolera, el binomio de la obra de Cárdenas se constituyó en objeto de la insidia de la clase propietaria que auspició en 1939 la formación del Partido Acción Nacional (PAN) que, desde su declaración de principios y su programa de acción fundacionales, se comprometió a revertir el avance del ejido, para exponer su tenencia a la codicia de terceros.
No obstante, administraciones federales posteriores, unas más, otras menos -no sin aves de rapiña, ciertamente- procuraron continuar una política pública consecuente con la dotación a ejidatarios, comuneros y colonos, apoyándolos con crédito, asistencia técnica, suministro de insumos, abastecimiento hidráulico, investigación, seguro agropecuario, organización, capacitación, almacenamiento, precios de garantía, comercialización, etcétera. Durante una larga y fecunda etapa, México tuvo autosuficiencia alimentaria y materia para la agroindustria.
Alianza estratégica Carlos Salinas-PAN
Medio siglo después de aquel periodo de intenso y catalizador nacionalismo, la tecnoburocracia neoliberal anglófila -que se adjudicó la misión de extinguir en México todo vestigio de populismo cardenista para sumirnos en El hoyo negro- fue desafiada electoralmente por el hijo del Divisionario de Jiquilpan, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. En el Dios los hace y ellos se juntan, después del fraude electoral del 6 de julio de 1988, el seudopriista Carlos Salinas de Gortari y el PAN pactaron la histórica Alianza estratégica por la que el partido fundado por don Manuel Gómez Morín ofreció al usurpador “legitimidad de gestión” y le reclamó a cambio las concertacesiones electorales. (Dicho sea de paso, Gómez Morín nació en Batopilas, Chihuahua. Revísese el mapa de México en tiempos del PAN-“gobierno”: Batopilas está entre los primeros cinco municipios más miserables del país ¡Qué fea manera de matar al poeta!)
El Depredador
No es casual que la primera concertacesión haya sido, en julio de 1989, la gobernación de Baja California (donde el año anterior Cárdenas había barrido), cedida al empresario neopanista, cuya acta de nacimiento consta en archivos de California (USA), Ernesto Ruffo Apple. Para sociólogos de la Universidad de Baja California, el sacrificio del PRI implicaba el deslinde neoliberal entre un norte derechizado y próspero y un sur pauperizado y con profundos resabios cardenistas-populistas: Dos México polarizados, pues. Desde entonces.
Baja California, cuya leyenda negra era de tener en Tijuana la capital del vicio y la prostitución, de tiempo atrás había sido tomado por la industria maquiladora que evolucionó el mercado laboral y la economía. Su posición geoestratégica lo convertía en estado piloto para su anexión al suroeste de los Estados Unidos y puerta de acceso a los mercados asiáticos por el Pacífico. Hacia donde fuera Baja California, irían los otros estados mexicanos de la franja fronteriza. Por eso, al tiempo, Chihuahua y Nuevo León serían también concertacesionados al PAN. Se trataba de crear en la franja fronteriza un estado político, económico, sicológico y sociológico auspicioso al trilateral Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos y Canadá.
Para entonces, ya estaba activa una feroz ofensiva desde los grandes corporativos maquiladores estadunidenses y sus representantes en El Capitolio -que postulaban que la de México debiera ser una economía espejo de la made in USA- a efecto de que la organización sindical, predominantemente cetemista, fuera no sólo debilitada, sino, de ser posible, desintegrada y extinguida. Arrancó el proceso de precarización de la mano de obra mexicana, la sobrepoblación de las principales ciudades en la línea divisoria y la indignante historia de Las muertas de Juárez.
La tenaza sobre el campesinado
Tratado de Libre Comercio y contrarreforma constitucional en materia agraria irían de la mano como arietes del proyecto neoliberal. Como el PRI tenía en la Legislatura federal una primera minoría acotada, la mayoría calificada para la reforma a la Constitución requería -igual que en el caso de la reprivatización bancaria- los votos del PAN, que gustosamente los aportó. Es en el marco del TLC-contrarreforma agraria, que el salinismo, que desde 1989 había cancelado políticas públicas de soporte al campo, ensayó lo que denominó economía a escala, dizque para modernizar el agro, tomando como conejillo de Indias algunos ejidos norteños.
Y usted ¿de qué quiere su despensa?
Por si vale, ahora que de todo se culpa a la sequía y a las heladas, conviene recordar que en los estados de Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, hasta la era salinista, la población rural superaba los dos millones de compatriotas (de unos 16 millones del total), distribuidos en 73 mil 505 millones de hectáreas, con variadas vocaciones productivas, de las que 35 millones 303 eran de propiedad social, correspondiendo a cuatro mil 857 ejidos 31 millones 26 mil hectáreas, en las que se desarrollaban actividades ganaderas y la producción de básicos para el mercado interno, primordialmente. En la zona operaban dos mil 625 figuras asociativas, desde uniones de interés colectivo y sociedades solidarias, hasta cooperativas y federaciones de producción rural. Para decirlo pronto, cancelados en obsequio a los usufructuarios del TLC los imperativos de fomento y desarrollo, y los subsidios al campo -mientras que en los Estados Unidos se incrementaban-, los labriegos, sin resistencia al desenfreno importador de alimentos, empezaron a emigrar a las zonas metropolitanas de aquellos estados o al vecino país y, en un primer corte al 2000, unas dos millones 500 mil hectáreas, con la licencia que concedían el artículo 27 constitucional y la ley agraria reformados, fueron apropiadas por particulares (no pocos mafiosos entre ellos) para dedicarlas al tráfico inmobiliario -parques industriales para la maquila, desarrollos residenciales y hoteleros, etcétera-, dejando de lado la actividad agropecuaria. En regiones propicias, los campesinos permanecieron en sus lares atraídos por los cárteles de la droga como socios o jornaleros.
La estafa de Vaquerías, NL
Con la coartada “modernizadora” de tres agravantes -premeditación, alevosía y ventaja- del “ajuste estructural” y la economía a escala (y contando con la complicidad de la Confederación Nacional Campesina, liderada entonces por un entrañable amigo de los Salinas, Hugo Andrés Araujo, bien conocido en Tamaulipas, cuna del Cártel del Golfo), uno de los experimentos más escandalosos, por su desenlace fraudulento, fue el del contrato de asociación en participación de Vaquerías (municipio de China, Nuevo León). Predio semiárido, contaba, sin embargo, con riego asegurado proveniente de una antigua presa vecinal. Fueron embarcados compulsivamente en el proyecto 326 ejidatarios y pequeños propietarios, sin cultura contable, endosados al corporativo Gamesa, propiedad del ex diputado y senador priista Alberto Santo de Hoyos. Los principales aportes provinieron mayoritariamente de los presupuestos federal y del estado (50 por ciento) que, en una primera fase, atenderían producción y empleo. Los campesinos entregaron cinco mil hectáreas, pero quedaron, más que como socios de derecho, como jornaleros a 15 pesos diarios (los operadores de maquinaria, 30 pesos diarios). El socio capitalista aplicaría unos 20 mil millones de pesos viejos destinados, sobre todo, a infraestructura.
Para supuestamente proteger a la comunidad campesina, se designó a Desarrollo Integral del Campo Mexicano, despacho particular ubicado en Monterrey, como árbitro. Todo parecía miel sobre hojuelas, hasta que los sembradores cayeron en cuenta que, como productores libres, obtenían hasta tres mil 600 pesos por tonelada, y como asociados del empresario regio sólo 600 pesos. Sobre su participación pesaba, además, el descuento de los salarios contabilizados como anticipo y otros costos que castigaban la rentabilidad del conglomerado social en favor del industrial. El árbitro no pudo arbitrar y fue cesado. Cuando el capital fondeado por el gobierno se agotó, prácticamente el contrato en participación se derrumbó con todo y su “segundo piso”. No fue, desde luego, el único proyecto fallido. La moraleja es que, asociarse con cierto tipo de empresarios privados, tiene como resultado fatalmente inevitable la apropiación de las ganancias y la socialización de las pérdidas. Fue la marca de la casa del neoliberalismo tecnocrático salinista.
Hoy, hoy, hoy, con el gobierno del humanismo político, la escena nacional se puebla de caravanas del hambre, que, para contentarlas, son surtidas con abundante sopa de letras, a sabor de los gourmets de la burocracia calderoniana que, en la hora electoral, para Vivir mejor ofrece un México fuerte, próspero y justo. A otro perro con ese hueso.
Sólo una mentalidad poltrona, perezosa, puede conformarse explicando la devastación, la postración y desolación de cientos de familias norteñas con la monserga del calentamiento global y el cambio climático. Tienen que hacerlo así, porque nunca aprendieron que, a grandes problemas, grandes soluciones, que sólo concibe el genio del estadista, un atributo del que carece la nueva clase antimexicana.
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