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Ediciòn 285
Escrito por Guillermo Fárber   
Viernes, 29 de Junio de 2012 10:22

BUHEDERA
GUILLERMO FÁRBER
(Exclusivo para Voces del Periodista)

Fiesta de los 60 años

Ramón Gómez de la Serna.
Ramón Gómez de la Serna.

 

Me llega este imeil, que evidencia una mala leche de campeonato de parte de algún hiper perverso de mi generación (y un anticipo de lo que podría ser el cincuentenario de egresados del ICO, para 2015):

“No me acuerdo de ninguna fiesta en particular de aquel entonces. En tercer año de secundaria te llovían invitaciones con letras doradas: ¡Llegábamos a los 15 años! Diez años después, comenzaron los casamientos. Luego llegaron los cumpleaños de los hijos, de los amiguitos de los hijos, de los hijos de los amigos. Después todo se volvió más tranquilo. De vez en cuando había las fiestas de los nietos, pero eran más relajadas: no había que pagarlas ni organizarlas, iba uno de 5 a 7 de la tarde y adiós. Hasta que alguien inventó l cumpleaños del número redondo, festejar 60. ¡Y estuvo genial!  ¡Sí, señor! Es casi la Fiesta de la Nostalgia. El otro día nos invitaron a una de ellas, justo cuando hacía mucho tiempo que no teníamos una salida formal, y había que ir bien empeluchados. La modista arregló vestidos, ensanchó trajes y pantalones. Llegado el día, fuimos al encuentro de los compañeros de una generación pujante y vital. Llegamos, saludamos a José, el festejado y cuando sirvieron desde unos fuentones con mechero los bocadillos calientes que se comían de pie, comenzaron los problemas. Chicharrón en salsa verde. Mole poblano hecho con la receta original. Camarones al mojo de ajo. Todo bien servido a 200 comensales que, apretaditos y de pie, sosteníamos un plato caliente con una mano, el tenedor con la otra, el vaso de whisky con la otra, saludábamos a un amigo con la otra y un leve pero persistente temblequeo de Parkinson en todas las manos a la vez. El desparrame de salsas fue inevitable. Me mancharon el traje tres veces, una con salsa roja, la otra con aroma a ajillo y otra con una crema espesa. Al fin pasamos al salón principal. La conversación en las mesas se fue poniendo buena. Todas las frases comenzaban con: “¿Te acuerdas de...? ¿Tú estabas el día en que...? El que no está bien es... ¿Sabes quién tuvo otro nieto...? ¿Supiste quién se murió…?” Cuando alguien trataba de recordar quién fue el que hizo tal o cual cosa en los años 60, aparecían los ¿eeeehhhh?, ¿Cómo era? ¿Cómo se llamaba ese cabrón? ¿Sabía que Fulano ya tiene un bisnieto? Todos, con más o menos evidentes deslices de la dentadura postiza. “Sí, cuatro nietos, el mayor se acaba de recibir”, decía una mujer. “¿Dos nietas ya?” “No, cuatro.” “¿Dos varones?” “¡CUATRO Y SÓLO UNA DE ELLAS ES NIETAAAA!” “¿Neneta? Qué bonito nombre. Disculpa que no te escuché bien. Están poniendo la música muy alta.” “Acá tengo una foto de mis nievecitas”, le dice mi mujer a otro invitado. “Ni te molestes”, contesta, “sin los lentes no veo nada.” La fiesta se animaba cada vez más. El discjockey pasaba puros temas de moda: All you need is love, El Triste, La Lambada, Satisfaction. De la pista me hacía señas un calvito que ya muy animado por los tragos, la hacía de locomotora para que saliéramos a bailar formando el trencito. Dos veces me levanté y las dos veces me senté porque las dos veces mi mujer me pegó unos buenos pellizcones en salva sea la parte y me ordenó en secreto al oído: “Espera a las lentas, porque si bailamos estas se nos descose todo el arreglo de los trajes. ¿Por qué no vas a fumar un cigarro afuera con Carlitos y Oscar? (¡Qué tiempos aquellos! Pero desde los días de la universidad, los muchachos y yo no habíamos vuelto a fumar de la buena.) “Ahí viene el mesero. ¿Te pido algo?” “Sí, pídeme un trago largo con Melox plus, y un par de Aspirinas batido con bastante hielo. Estoy que repito todo lo que comí. Ya vengo.” “Mi amor”, me dice mi mujer cuando me paré, “llévate el celular por las dudas y llévate también este papel con el número de la mesa anotado, que después te la pasas buscando por todo el salón.” El baño estaba de lo más concurrido: flojos de vejiga y prostáticos agrandados nos encontrábamos a cada rato en los mingitorios. Eso sí que estaba divertido. Desde el salón, el tipo del micrófono avisaba que había aparecido una señora llamada Raquelita que no encontraba su mesa y que esperaba junto al tipo que ponía la música a que fueran por ella. Fue una fiesta inolvidable. A las 11 nos tomaron la presión a todos y un enfermero atendía sin costo a los que se sofocaban bailando. Héctor, el cardiólogo, hacía bajar la presión de algunos con pastillas sublinguales. Pero no fue necesario utilizar el DEA (Desfribrilador Externo Automático). Para tranquilidad de todos avisaron que, en previsión, una ambulancia hacía guardia en la puerta del salón. Junto con los souvenirs, en un detalle realmente novedoso (José es un detallista) a los que queríamos seguir tomando cerveza nos iban entregando pañales desechables. Formidable invento esto de los cumpleaños 60s. ¡Que se pongan de moda justo ahora, que todavía estamos hecho unos potros!”

Mente veloz

Contaba el periodista Ramón Gómez de la Serna (1888-1963) que, en una recepción de la embajada española, un político francés, al saber que él era español, le dijo: “Como mi sirvienta. En Francia todas las chachas son españolas.” Gómez de la Serna sin parpadear ni perder la compostura, respondió: "¡Qué curioso, en España todas las putas son francesas!”

Greguerías

“Las greguerías son breves composiciones en prosa, con interpretaciones o comentarios ingeniosos y humorísticos sobre aspectos de la vida corriente, que fueron creadas y así denominadas por el escritor Ramón Gómez de la Serna que escribió más de diez mil greguerías. Ramón definió la greguería como ‘humorismo + metáfora’.”

Lo que defiende a las mujeres es que piensan que todos los hombres son iguales, mientras que lo que pierde a los hombres es que creen que todas las mujeres son diferentes.

El amor nace del deseo repentino de hacer eterno lo pasajero.

Los que matan a una mujer y después se suicidan debían variar el sistema: suicidarse antes y matarla después.

Los globos de los niños van por la calle muertos de miedo.

El bebé se saluda a sí mismo dando la mano a su pie.

¿Y si las hormigas fuesen ya los marcianos establecidos en la Tierra?

La gallina está cansada de denunciar en la comisaría que le roban los huevos.

Lo peor del loro es que quiera hablar por teléfono.

Eso de creer que el loro no sabe lo que dice es no querer ofender, pero el loro nos mira cuando nos insulta.

Respetamos ese insecto que se pasea por el frutero porque es el que ha becado el campo para que vea la ciudad.

El sueño es un depósito de objetos extraviados.

El que está en Venecia es el engañado que cree estar en Venecia.

El que sueña con Venecia es el que está en Venecia.

Los recuerdos encogen como las camisetas.

Al ver el anuncio de "6 vueltas" en el aparato de feria nos ha parecido que la vida no es más que eso, "X vueltas".

No hay que tirarse desde demasiado alto para no arrepentirse por el camino.

La prisa es lo que nos lleva a la muerte.

En cada día amanece todo el tiempo.

El más sorprendido por la herencia es el que tiene que dejarla.

Por los ojos nos vamos de la vida.

Nos sorprende ver en la tienda de antigüedades la taza en que tomábamos el café con leche cuando éramos niños.

Es sorprendente cómo se mete la fiebre en el tiralíneas del termómetro.

Astrónomo es un señor que se duerme mirando las estrellas.

La medicina ofrece curar dentro de cien años a los que se están muriendo ahora mismo.

En lo que más avanza la civilización es en la perfección de los envases.

El ventilador debía dar aire caliente en invierno.

Los ceros son los huevos de los que salieron las demás cifras.

Un país donde los que juegan al toro siempre encuentran quien haga de toro es un país paradójico progresivo.

La historia es un pretexto para seguir equivocando a la humanidad.

En las grandes solemnidades llenas de personajes uniformados parece que hay algunos repetidos.

Me gustaría pertenecer a esa época del futuro en que la historia tendrá doscientos tomos, para ver cómo se la aprenderán los niños.

No confiéis demasiado en vuestro propio corazón, porque él os fallará en definitiva.

No importa que nuestro vaso sea pequeño, pues lo importante es que la botella esté llena.

A un mentiroso sólo lo cura un sordo.

La popularidad es que nos conozcan los que no conocemos.

La mayor ingenuidad del novel círculo literario es el nombramiento de tesorero.

El lector -como la mujer- ama más a quien le ha engañado más.

Al cine hay que ir bien peinado, sobre todo por detrás.

No hay nada que desoriente tanto como un número de teléfono que hemos apuntado y que no sabemos a quién pertenece.

Hay tipos a los que es tan difícil sacarles una idea de la cabeza como el tapón que se ha hundido en la botella."



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