BURLA Y POBREZA
El mundo empavorece
REGINO DÍAZ REDONDO
“Qué delicioso silencio al apagar la televisión
para oír el viento, la lluvia golpeando una ventana”.
Joyce Carol Oates/ Memorias de una viuda
MADRID.- UN NUEVO Y LUCRATICO OFICIO despierta en el inquietante firmamento español. Trae consigo originalidad y know-how de primera generación. Está diseñado por publicistas de la avenida Madison de Nueva York, con fama de ser los mejores del mundo.
TRES SON LAS EMPRESAS instaladas en los alrededores del barrio de Salamanca, el más elitista de esta Villa y Corte. Sus nombres son tan estrambóticos como los negocios en que se ampara Iñaki Urdangarin para sacar provecho a la sombra de la monarquía.
Se han instalado a discreción y funcionan ya en muchos programas de televisión que necesitan el auxilio de los aplausos para incrementar el entusiasmo de los espectadores y su raiting en pantalla.
Los encargados de escoger al personal para esta misión que dará empleo a varios cientos o miles de personas, entrevistan, sobre todo, a jóvenes y gente de la tercera edad, abuelas pensionadas, madres solteras, muchachos en busca de un mejor horizonte e individuos que disfrutan del espectáculo sin mucho trabajo.
Se requiere poco esfuerzo, alegría y buena disposición. Los elegidos desempeñan su labor sin límite de tiempo y su permanencia depende de que cumplan al pie de la letra con las instrucciones que reciben y acudan puntualmente a los platós.
El método fue probado en varios países de América y Asía y ahora extiende sus tentáculos al sur de Europa con la intención de popularizar aquellas series que no han tenido el éxito deseado y mantener el interés hacia las que sí triunfaron.
Las ideas vanguardistas aterrizan en España ávida de empleos y tratan de combatir el desencanto popular y distraer a los que están agobiados por la crisis. Todo se vale.
El trabajo es bien sencillo: El público contratado hace de claque desde los asientos que rodean el programa que quiera animarse. Se busca una veta que fortalece la empatía entre el espectador y los famosos.
Está considerado dentro del presupuesto de ingresos de los productores y se aprecia sobre todo en las cadenas que buscan el entretenimiento y se dedican a tratar asuntos del corazón. De un corazón rosa, cursi, a veces insufrible pero con un gran éxito de taquilla.
Por ahora, son multinacionales las encargadas de manejar este negocio. Esperan vender franquicias a precios considerables y su eficacia fue comprobada mediante encuestas profesionales que arrojaron magníficos datos al conseguir el rescate de muchos programas que iban en picada.
Los arreglos se hacen en un sencillo despacho y los tertulianos son escogidos después de pasar un examen físico y sicológico que permita desechar a aquéllos que no reúnen las características requeridas para tal fin.
El perfil de los individuos oscila entre damas de clase media simpáticas y de buen peso, parejas de desempleados y ancianos que llevan una vida plácida y necesitan ingresos extras sin doblar el espinazo.
Se les exige vestir decentemente, bañarse y rasurarse, ser amables y aplaudir a rabiar en los momentos en que una mano oculta les indica.
Reciben a cambio un bocadillo y 25 euros por cabeza en cada escenario que se presentan. No pueden repetir en el mismo ni de inmediato pero sí participar en otros sin límite de tiempo. La intención es que no se desvele que son comparsa a sueldo.
No se admiten personas con deficientes mentales y poca capacidad para socializar aunque a veces aparece algún que otro chiquillo con síndrome de down al que los protagonistas tratan con gran respeto pero que hace reír al público.
Hay quiénes trabajan hasta doce horas porque tienen la bocata garantizada. Eso sí, viajan en metro continuamente para trasladarse de una cadena a otra y necesitan llevar consigo la acreditación pertinente que les permita acceder al lugar donde han sido requeridos.
Se puede ver cómo al final de cada programa abandonan sus asientos y se mezclan alegres y decididos con los actores para abrazarlos y besarlos con énfasis y admiración.
Ocurre a veces que el presentador se dirige a ellos para hacerles preguntas como si fuese una improvisación, que no es tal porque ha sido preparada de antemano.
Por lo general, estos trabajadores de la televisión asisten por las tardes a extensos programas que pasan en la televisión y en las privadas donde el entretenimiento deja de serlo y se confunde con actitudes groseras, insultos y exhibición de los trapitos de cada uno de los que participan y ganan buen dinero como principales protagonistas.
Son manejados como títeres en este guiñol absurdo que nos contamina y avergüenza. El sueldo que reciben exige llorar y reír en momentos puntuales, bostezar, toser y hasta lanzar algún que otro improperio a sus compañeros de viaje o a los famosos que se despachan con la cuchara grande sin miramientos y con soberbia agresividad.
Dicen algunos -los rechazados- que los revisan y los cachean. Yo no lo creo pero ellos lo aseguran. Las señoras de edad se sientan juntas: una dama oronda y bien comida al lado de una simpática viejita dulce de gesto y escuálida de cuerpo pero muy dicharachera.
Entremedias, los hombres están en minoría pero desempeñan muy bien su papel. Son los corifeos que adornan el ambiente y transigen y aceptan con beatitud los diálogos alrededor de homosexuales, lesbianas y princesas del pueblo.
¡Cómo se conduelen, en qué forma entristecen al conocer que una de las figuras más revelantes es internada en un hospital para tratarse enfermedades sicológicas por haber sido víctimas de los ataques del compañero en turno.
Lo cierto es que existen antecedentes de este tipo de personajes que contribuyen al éxito en otros campos de la sociedad. El ejemplo claro y tradicional lo tenemos en los acarreos políticos que se vienen realizando desde tiempo inmemorial en cualquier campaña electoral aquí y en los demás continentes. Es un avance más de la civilización al servicio del... pelotazo.
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